La nieve se precipita sobre Barcelona como si alguien desde las alturas arrojara sacas de harina sobre las orillas mediterráneas. Los copos danzan a placer, viajan en la dirección del viento, suben y bajan, se van depositando sobre tejados y jardines hasta blanquear una ciudad sorprendida por la tardía tormenta de marzo.
Desde la ventana, contemplaba la cortina blanca de nieve y pensaba en los almendros que dos días antes florecían en los campos leridanos con una blancura estática que señala la proximidad de la primavera. Qué vanidosos y temerarios son los almendros. Qué despertar tan prematuro despreciando los ciclos inexorables de la naturaleza.
La floración de los almendrales es un regalo a los sentidos. El zumbido de las abejas buscando el néctar de las flores resuena en el silencio de la planicie. El cielo viste un azul de lujo, en el horizonte se dibujan las siluetas pirenaicas, algunas pardas y otras cubiertas de nieves invernales, los primeros jilgueros picotean la tierra tierna.
La blancura de un campo de almendros en flor penetra en los ojos y despide un aroma total. Es la primera pincelada de la belleza primaveral, ajena a los peligros que siempre se presentan castigando la soberbia de los almendros en ser los primeros, los más sorprendentes, los más arriesgados.
Como en tantas ocasiones, el almendro entrega al frío sus flores sin calcular las consecuencias de perder el fruto en las primeras heladas. Si consigue atravesar los fríos primerizos puede dar una gran cosecha. Pero es bastante improbable. El almendro suele pagar muy cara su libertad y su audacia en despertar antes que nadie a los encantos de la primavera.
Me llegan noticias desagradables de aquellos almendros que el sábado exhibían tanta belleza y tanto encanto. La blancura de las flores ha cambiado por un manto de nieve que cubre todos los árboles. Ha helado con temperaturas de seis grados bajo cero. En pocos días las flores se mostrarán mustias, muertas, estériles.
No morirán los almendros pero si que perderán los frutos que apuntaban el sábado con tanta presunción. Aparecerá el verdor de las hojas que no tendrán que compartir las ramas con el fruto. Qué bonito fue, qué bonitos son siempre los almendros en flor, pero qué triste precio pagan por su libertad al despertarse antes de tiempo.