No tengo nada que añadir al artículo de Antoni Puigverd, publicado ayer en La Vanguardia, sobre el escándalo de abusos a menores cometidos por religiosos católicos en el último medio siglo. La realidad es la que es y es imposible esconderla en estos tiempos de escrutinio global de lo concreto. He leído la carta que Benedicto XVI envió a los obispos irlandeses a propósito del escándalo de pedofilia protagonizado por sacerdotes en un país de gran mayoría católica.
Pide el perdón, reconoce los hechos y da por supuesto que los infractores sean sometidos a las leyes de la justicia civil y penal. Se puede invocar, a la luz de las estadísticas, que el abuso a menores es un porcentaje ínfimo sobre los más de cuatrocientos mil clérigos repartidos por todo el mundo dedicando su vida al servicio de la Iglesia y de los demás.
Pero el Papa no lo hace y pecha con la responsabilidad moral que estos casos significan para una institución fundada por Jesucristo y que es administrada por personas que sólo son hombres y mujeres, siempre de su tiempo histórico y sometidas a las grandezas y miserias de la época que les tocó vivir. Me atrevo a vaticinar que de esta crisis saldrá una nueva regeneración eclesial, como tantas veces ha ocurrido en los últimos veinte siglos.
Entiendo que se exija a la Iglesia una actitud moral superior por ser depositaria del mensaje cristiano contenido en las Escrituras. Pero me cuesta aceptar el severo juicio al que se está sometiendo al Papa sin tener en cuenta, por ejemplo, lo que ha hecho la iglesia católica norteamericana al pedir perdón y resarcir materialmente a las víctimas de los abusos, algunos de los cuales se perpetraron hacen más de treinta años. Tampoco merece un ataque tan directo siendo el eclesiástico que más ha hecho para conocer la realidad de los hechos, que luego ha confirmado como Pontífice. Da la impresión de que sólo ha existido pederastia en la Iglesia católica.
Sólo hay que darse un paseo por la literatura y descubrir que en los famosos colleges de Cambridge y Oxford ha sido un fenómeno muy extendido. Desde los emperadores romanos hasta la Grecia de Pericles, pasando por los gimnasios modernos o a las infidelidades matrimoniales, es una coordenada humana transversal que ha recorrido toda la historia. La Iglesia optó por ocultar los casos para prevenir escándalos. Habrá que volver a los orígenes y no encubrir el escándalo allí donde exista.
Artículo publicado en La Vanguardia el 30 de marzo de 2010
Hola Sr. Foix. Estic amb voste. En todas partes cuecen habas. Pienso que la Iglesia Católica debería no exigir el celibato. Y permitir asi a los curas y a las monjas el ser como los demás seres humanos de nuestra sociedad. Casarse, tener hijos ect. Al fin y al cabo es un problema que se lo crearon ellos mismos, hace siglos. Es posible que así la Iglesia Católica ganaría muchos más adeptos y fieles. Y estaría más al día del vivir diario de la gente.
En la sociedad occidental actual no es admisible ningún tipo de trasvase o connivencia entre las iglesias (o cualesquiera instituciones privadas) y el Estado. Lo de que «los infractores sean sometidos a las leyes de la justicia civil y penal» es de una obviedad tal, que el sólo hecho de que deba ser enunciado causa asombro y sonrojo.
En la iglesia tiene que haber el mismo porcentaje de pervertidos que en cualquier otra parte de la sociedad, detectarlos es labor de todos, denunciando los abusos, no tapando los delitos.
El artículo de Puigverd pone las cosas en su sitio desde el punto de vista estadístico (los sacerdotes pederastas son una minoría) y también desde el de defensa del conjunto del clero a quien, evidentemente, no se puede criminalizar de forma global. Pero emocionalmente es muy distinto verse sometido a abusos por parte de quien, según los diccionarios, es un “hombre consagrado al ejercicio público del culto, a hacer de intermediario entre los hombres y la divinidad, a ocuparse de las cosas sagradas”, que por parte del “salido” a quien has tenido la desgracia de conocer en cualquier lado. Además, hay que tener en cuenta que las personas sometidas a abusos por parte de sacerdotes eran creyentes. El verse agredidos por una figura fundamental de su fe y a la que no sabían como enfrentarse, da lugar a una doble indefensión. Dichoso celibato.
Exacto Bartolome, o todos moros o todos cristianos, bien dicho.
Buen artículo, como el que cita de Antoni Puigverd, poniendo las cosas en su sitio. Por desgracia, ambos son la excepción de la campaña contra la Iglesia a la que se ha sumado La Vanguardia publicando todos los días páginas escarbando en el tema de los abusos y perseverando en las críticas al Papa.
Sr.Foix: Este tipo de delitos tienen que ser perseguidos vengan de donde vengan y los haga quien los haga, es por ello que me sorprende que quienes denuncian ahora justamente a ciertas instancias de la iglesia católica por esta permisividad, encubrimiento y falsa tolerancia, no tengan la misma vara de medir con otras religiones que permiten sin más tapujos este tipo de practicas.