Las elecciones británicas se desarrollan en el ámbito de una indiferente normalidad. Los diarios serios dedican una o dos páginas a la campaña. No hay mítines multitudinarios y los candidatos se emplean a fondo en algo tan simple como el canvassing, el llamar a las puertas de los electores y pisar las calles de los barrios en busca de votos concretos. La proximidad del político con los electores se prolonga durante toda la legislatura con un despacho destartalado en los distritos donde los diputados reciben a los ciudadanos para escuchar sus quejas y preocupaciones.
La fotografía de Nick Clegg subido a una tarima de cajas de fruta vacías y hablando a una veintena de curiosos, es la metáfora más exacta del contacto desgarbado con los electores. Esa imagen es la que salta a las televisiones que traducen a los británicos los mensajes lanzados desde plataformas ordinarias. Siempre se ha dicho que las elecciones en curso son las más decisivas de la historia. Y a continuación se apunta que esta vez es cierto.
Las elecciones del 6 de mayo señalan una novedad que consiste en que por primera vez en ochenta años la campaña no es cosa de dos sino de tres. Desde las elecciones de 1931 hasta las que ganó Tony Blair en 2006, las cartas estaban marcadas a favor de los conservadores o los laboristas.
La tercera fuerza de los liberales podía tener algunos millones de votos pero su representación era insignificante debido al sistema directo que designa a un solo candidato en todas las circunscripciones electorales.
Nada hacía pensar que el 6 de mayo no sería igual que siempre hasta que apareció Nick Clegg en el primer debate televisado y barrió al laborista Gordon Brown y al conservador David Cameron. Hoy va a celebrarse el segundo debate y queda todavía un tercero. Clegg se mueve a sus anchas en la pantalla, habla un lenguaje llano, proyecta una imagen interclasista y se aparta de los petrificados estereotipos de los conservadores y laboristas.
La clase política ha sido duramente castigada en los últimos años con corruptelas de pequeñas facturas de muchos diputados para arreglar su jardín o comprar comida para el perro, todo a cargo del presupuesto público. El desprestigio está generalizado pero la política siempre resurge porque no hay otra alternativa para administrar los intereses de los británicos.
Los liberales fueron un partido central desde la era victoriana. Gladstone se estrelló en la política del Ulster varias veces y el conservador Disraeli le arrebató el gobierno en dos ocasiones. El último liberal en el poder fue Lloyd George que se fue en 1922 después de haber sido el primer ministro en la Gran Guerra y, desde entonces, nunca más se aposentó en Downing Street.
No son tiempos normales en Inglaterra. Lo que no ha pasado en ochenta años puede ocurrir ahora. La crisis puede producir un gobierno liberal.
Artículo publicado en La Vanguardia el 22 de abril de 2010
Sr.Foix: De siempre habiamos leido que la política hacía extraños compañeros de cama, pero en el caso de Inglaterra vemos que los trios no les gustan lo más minimo y que en Italia la pareja de hecho Berlusconi-Fini, se tiran lo trastos a la cabeza en público y sin el más mínimo rubor; mientras tanto en nuestro país todos empiezan a presumir de dormir solos y juran y perjuran que son monógamos. Se ve que con la crisis hemos vuelto al verdadero contenido de la vieja
frase que William Shakespeare dejó escrita en su obra La Tempestad,
«La miseria familiariza a un hombre con extraños compañeros de cama», no es la política la que hace extraños compañeros, es la necesidad y la miseria y en eso estamos…
Hola Sr. Foix. Pienso que si los politicos cumplieran al pie de la letra, todo lo que prometen cuando hay elecciones, la gente de la calle les tendría más fe e iría a votar más masivamente.
En realidad una cosa es lo que prometen y otra cosa es lo que los grupos dominantes ó lobbies les permiten hacer realmente.
Son el verdadero poder en la sombra.
Clegg además se beneficia de la crisis. Hay una gran parte de la población desencantada no sólo por la honradez de los políticos sino por las soluciones que se están dando a la actual crisis. Se sabe que hay que apoyar a bancos y grandes empresas, y que los problemas individuales o familiares no son los de todos; pero no se acepta que no nadie plantee otra posibilidad, otras soluciones, otra visión más social. Edward Heath y su visión de un capitalismo social tendrían mucho éxito hoy en día.
Clegg no gobernará, pero quizá podrá decidir quién lo hará.