La libertad es una librería, escribe Joan Margarit en uno de sus poemas. Hoy es el día Libro que sale en manifestación por las calles de las ciudades catalanas para retirarse silenciosamente cuando cae el día.
Los libros están quietos y tranquilos. Llevan el secreto en su interior. Los libros no son como los hombres, que nos asedian y nos importunan sin pedir permiso con su verborrea y su desfachatez. Si no se les llama, no vienen, pero ahí están, silenciosos, ocultando sus mensajes.
Decía Montaigne que «mi biblioteca es mi reino y en ella trato de que mi gobierno sea absoluto». Los libros nos cuentan historias, expresan pensamientos y nos inspiran otros. No molestan. Sólo hablan cuando se les pregunta. Nunca se mueven y cuando intentas ordenar tu biblioteca pueden rebelarse y causar un gran desorden.
Una de las definiciones de una persona se encuentra en su biblioteca. Pequeña o grande. Da lo mismo. Es en las estanterías donde constan los gustos, las ideas, las inquietudes y la curiosidad de una persona cultivada. Al fin y al cabo, la cultura no es otra cosa saber poner las cosas en su sitio. Lo mismo para quienes transitamos por casa bordeados de paredes con miles de libros como los que han llegado al punto de saber seleccionar los imprescindibles para no perderse en las distracciones que ofrecen los repertorios de las novedades tan pasajeras como banales.
El crítico Harold Bloom hace un buen resumen de lo que es imprescindible para una mente ilustrada de nuestros días al decir que la cultura occidental tiene cinco dedos heterogéneos: Moisés, Sócrates, Jesús, Shakespeare y Freud. La cultura de Platón es socrática y un poco homérica.
Decía Miquel Batllori en su biografía, que recordaba una frase de un escritor francés que decía que no conocía otra aristocracia que la de aquellos que en algún momento de su vida habían leído desmesuradamente. Entendí que Batllori se refería a sí mismo. Somos en buena parte lo que hemos leído, lo que hemos conversado con los libros, lo que nos han contado, sugerido y descubierto.
También somos lo que hemos digerido o mal digerido en nuestras lecturas. Se cuenta la lista de libros que Napoleón llevaba consigo en su expedición militar a Egipto. Werther de Goethe era uno de ellos. Lo interesante de la lista napoleónica eran las rúbricas en que calificaba los libros. Bajo el título de política, por ejemplo, se encuentra el Antiguo y el Nuevo Testamento y también el Corán. Es fácil deducir cuál era el punto de vista de Napoleón sobre los temas religiosos.
Lo que se escribe perdura en el tiempo. No sabemos nada de Troya, ni siquiera hemos llegado a conocer su exacto emplazamiento, pero Homero nos cuenta con todo tipo de detalles la guerra entre aqueos y troyanos que constituye uno de los relatos más extraordinarios de la literatura de todos los tiempos.
Muchas cosas pasan, pasan los hombres y las mujeres, la historia rehace los hechos constantemente, pero los libros no mueren, aunque estén sepultados en un almacén oscuro a punto de ser olvidados. Siempre resurgen, vuelven a desempolvarse, releerse, reinterpretarse.
Cuando Kafka murió en 1924, de los pocos libros que había publicado apenas se habían vendido unos doscientos ejemplares, pero para sus amigos literarios y los escasos lectores que por accidente habían llegado a conocer sus breves trozos de prosa, estaba fuera de duda que era uno de los maestros de la literatura moderna.
Los libros buenos no suelen ser famosos y mucho menos mediáticos. Su penetración en las mentes de las gentes se produce de forma espontánea, misteriosa, lenta pero con fuerza. Perder la confianza en el libro, ya sea en formato papel o electrónico, qué más da, perder la seguridad de la palabra escrita, es abandonarse, abandonarlo todo y dejarse llevar por las modas y las propagandas de cada momento histórico. Es renunciar a tener criterio propio.
Publicado en La Vanguardia.es el 23 de abril de 2010
Muy bueno este artículo, reivindicando los libros… aunque sean electrónicos.
Un saludo de José María Caparrós
« ¿Olvida usted algo BartoloméC? -¡Ojalá! »
Luis felipe Lomelí.
Cuando despertó, el Blog de Foix todavía estaba allí…
Me quedo con este fragmento:
«Sólo hablan cuando se les pregunta. Nunca se mueven y cuando intentas ordenar tu biblioteca pueden rebelarse y causar un gran desorden.»
Últimamente me ocurre con cierta frecuencia (la edad no perdona) ir a comprar un libro que resulta que ya tengo. Entonces me digo que tendría que hacer una base de datos y meterla en la pda. Pero a la que me planto frente a la biblioteca me digo: potser val més deixar-ho corre….
Hola Sr. Foix. Ja he fet el meu comentari a n’el seu article publicat a «La libreta».
Aqui puc afegir que el fet de que el ser humá hagi arribar a expressar les seves idees, pensaments i paraules per escrit, i a mes a mes en un llibre, considero que es el fet i l’invent mes gran e important, de la humanitat.
Penso que llegir un bon llibre es mes important que veure la televisiò, perque el vivim i el meditem mes amb la nostre ment mes intima. Tal i com cuan erem petits i jugavem mentalment.
En cambi els nens i nenes actuals, que juguen amb l’ordenador i miran la TV, ja els hi donen tot fet. La televisió en realitat els hipnotitza ( Aixo ho vareig llegir fa molts any a la revista » Time » que publicaba un estudi cientific sobre la TV. i els seus efectes. )