Recuerdo de mis tiempos de Washington las ocasionales nevadas que paralizaban la capital del mundo. Los periodistas de la guerra fría lo analizábamos todo en términos bipolares. Decíamos entre los colegas europeos que los soviéticos podían aprovechar una de las pocas intensas nevadas que cubrían de blanco la capital para aterrizar en el Fuster Dulles International o el National Airport y entrar tranquilamente en la Casa Blanca.
Washington y Nueva York se paralizan ante una gran nevada. Lo mismo ocurre en Barcelona o París. El tráfico aéreo en Europa está prácticamente detenido por las grandes nevadas que se han precipitado sobre Londres y otras capitales continentales. No despegan ni aterrizan aviones. Lo que ocurre en estos tiempos de movilidad aérea masiva es que nada ni nadie puede ser ajeno a lo que ocurre en otros lugares del planeta.
Miles de vuelos suspendidos, cientos de miles de pasajeros matando las horas en los aeropuertos sin ni siquiera poder trasladarse al centro de las ciudades. Incluso el aeropuerto moscovita de Domodedovo ha permanecido cerrado varias horas en el día de hoy. Los rusos saldrán pronto del caos pero los neoyorquinos o los londinenses tendrán que esperar a que escampe, salga el sol y los hielos enquistados en los fuselajes de los aviones se derritan.
Los funcionarios del cambio climático guardan silencio. No estaba previsto que la nieve se precipitara con semejante abundancia en la costa este de Estados Unidos o en las capitales europeas en las que las nevadas son más ocasionales y en ningún caso paralizan el tráfico aéreo durante varios días.
La naturaleza actúa sin pedir permiso. Hace seis años las vacaciones navideñas del mundo recibieron la sacudida del tsunami de Indonesia que causó la muerte a casi un cuarto de millón de personas. El maremoto se llevó por delante todo lo que encontró en la costa occidental de la isla de Sumatra. No estaba previsto que el mar se precipitara sobre decenas de miles de turistas que pasaban las vacaciones en aquellas playas del Índico.
En un mundo cada vez más controlado por las nuevas tecnologías, por la reducción del espacio y del tiempo, por la información que fluye en todas direcciones en tiempo real, llegan las fuerzas desatadas de la naturaleza y de poco sirve el progreso y la aparente seguridad de los Estados. Cuando la naturaleza ruge es mejor apartarse y buscar cobijo.
En pocos días la normalidad volverá a los aeropuertos y los cientos de miles de pasajeros atrapados regresarán a sus lugares de origen. En una ciudad con el aeropuerto con más tráfico aéreo de Europa, resulta que los británicos no han sabido dar una respuesta para despejar a los miles de viajeros clavados en las salas de espera y los pasillos de Heathrow. Cuando la naturaleza enloquece no hay nada que hacer. No quiero pensar qué habría ocurrido en Barcelona si el tráfico aéreo se hubiera suspendido más de dos días por accidentes atmosféricos.
En tiempos del segundo tripartito se organizó un gran debate sobre el incendio que se cobró cinco vidas de bomberos en tierras de Tarragona. El conseller Saura perdió el control y el prestigio. Lo mismo le ocurrió a la consellera Cuenca cuando en un agosto de los años noventa Catalunya ardía y tuvo que presentar su dimisión.
Hay que pedir responsabilidades. Pero siempre es aconsejable ponderar los caprichos de la naturaleza que actúa a su antojo sin tener en cuenta el progreso, los gobiernos, las políticas y las gentes. Hay fuerzas incontrolables. Y la naturaleza las exhibe con cierta frecuencia sirviéndose de la nieve, el fuego, el agua o los vientos.
Unos aeropuertos sensacionales con miles de personas atrapadas. La naturaleza nos va dando nuestra medida. Somos poquita cosa.
Y aqui en la peninsula en Santander 150 contribuyentes-usuarios, tres horitas de la mano de Dios con un exterior a -13 grados. Somos poquita cosa y ademas unos paquetes de tercera. Y ya mas cercano, «mes nostrat» en el Carmel la nochebuena y Navidad con velas y linternas. Poquita cosa, paquetes y ya directamente «pringats».
Eso si a partir del uno de enero suben las tarifas de los ferrocarriles y de la luz, para mencionar los dos servicios directamente afectados en Santander y en El Carmel.
Una intemperie y una pirateria de tres pares. Y hoy dia de inocentes. No se preocupen, la «llufa» ya la llevamos de tiempo y va de suma y sigue.
Sr.Foix: No tenemos remedio, amamos el dinero y ninguneamos a la naturaleza, pero de la naturaleza vivimos, nos alimentamos y el dinero, por el momento, no se come…
Bartolomé, espera un poco y verás como nos comemos los euros, como fideos, al tiempo.