Vientos de cambio soplan en todo el continente, había vaticinado Harold Macmillan en los años sesenta. La descolonización africana se ponía en marcha. Recuerdo la revuelta de Soweto en la que varios miles de sudafricanos murieron en aquella protesta contra el régimen blanco del apartheid. Fui detenido por la policía al transitar por las calles de aquel barrio infecto muy cerca de Johannesburgo. El delito era haber entrado en zona prohibida y, peor todavía, haber tomado fotografías.
Pasé la noche en el cuartel general de la policía en Johannesburgo y en 24 horas se me obligaba a abandonar el país. Fui declarado persona non grata. De hecho, no volvería al país hasta pasados unos años, cuando Nelson Mandela había protagonizado la revolución del perdón y el olvido.
Pasé a la antigua Rhodesia, un país creado por Inglaterra pero que estaba prácticamente en guerra con el gobierno de Harold Wilson en Londres. Había declarado la independencia unilateral para mantener un régimen racista pero no tan cruel como el de África del Sur.
Pasé dos semanas viajando por el país y viendo como la guerrilla del ZAPU y del ZANU ponía nervioso a un régimen que era un paraíso para la octava parte de sus habitantes. Para los blancos. Hablé con reformistas negros, con representantes de Mugabe y con varios representantes clandestinos de los movimientos de liberación que estaban activos en Mozambique y Angola, en Zambia y en muchas partes del África austral.
El gobierno de la minoría blanca de Ian Smith me llevó por todo el país, el mejor que he conocido, si se daba la circunstancia de que eras blanco. El propio primer ministro había sido piloto de la RAF durante la guerra mundial. Todo parecía controlado. La foto que ilustra esta nota es la de una tanqueta para combatir a la guerrilla.
Sabían dónde operaba, cuántos efectivos reclutaba, cuáles eran sus objetivos. Lo sabían todo. Pero sabían también que aquella guerra con un grupo aparentemente minoritario de guerrilleros la tenían perdida. Básicamente, porque no tenían razón y no podía sostenerse moral y políticamente un régimen en el que por el hecho de ser blanco se tenían derechos de dominio sobre la gran mayoría de negros.
Fue una guerra inútil y absurda. Como tantas otras en la descolonización africana. Como la que ha terminado en Sudán con la independencia de un nuevo país. Como las de Ruanda y Burundi, la que ahora se libra en Libia.
La victoria se inclina finalmente a favor de la razón y en contra de la fuerza. El derecho acaba ganando a la violencia. Aunque medie mucha barbarie.
Sr. Foix: Pienso que las guerras, seguramente, acaban siendo provocadas por los desequilibrios económicos provocados por los grandes codiciosos de poder y dinero a mansalva.
Corruptores naturales de corruptos de todos los niveles y cargos públicos oficiales y privados, que no se detienen ante nada. Y que nunca tienen suficiente riqueza ó poder.
Creando pobreza, paro, sufrimiento, guerras y muerte por doquier.
Al provocar que unos tengan riqueza y bienestar y todos los demás vivan en la pobreza y la deseperanza, hacen que la ciudadanía se envalentone, se rebele y plante cara definitivamente ante tanto abuso de poder, injusticias y engaños constantes.
Esto igual puede ocurrir con dictadura ó con democracia bobalicona.
Todas las guerras son inútiles y hay que denunciarlas.
Sr.Foix: A veces en esta vida es un honor que te declaren persona non grata…