He viajado con cierta frecuencia por tierras africanas. En junio de 1976, el entonces director de este diario, Horacio Sáenz Guerrero, me envió a África del Sur, todavía en plena vigencia del apartheid. Se trataba de los motines de Soweto, una ciudad enorme cerca de Johannesburgo, que se había rebelado contra aquel régimen ignominioso. Murieron más de mil personas. Muchos barrios de la ciudad estaban en llamas, escuelas quemadas, casas destruidas por la rabia de aquella inmensa población discriminada.
Me detuvieron a los pocos días y me declararon persona non grata. Pasé a Botsuana y después a la antigua Rodesia, hoy Zimbabue, con el gobierno de Ian Smith enfrentado a Londres. Viajes en tren por el desierto de Kalahari, cataratas Victoria, Zambia, Kolwezi con el pillaje de los katangueños… Mozambique y Angola todavía peleaban por sacudirse la dependencia política y económica de Portugal.
Aquel mundo ha desaparecido. Todos los países africanos se han librado de la dependencia política de las antiguas metrópolis. He visitado varias veces Kenia en tiempos de inestabilidad política. Tuve ocasión de visitar a la abuela de Obama que vive a las orillas del lago Victoria.
He pasado unos días en Costa de Marfil, en el interior del país, en la desproporcionada capital oficial, la del presidente Félix Houphouet-Boigny, con los lagos artificiales de cocodrilos, una basílica como la de San Pedro, una universidad y colegios con edificios extraordinarios pero sin medios para mantenerlo y un trazado urbano mucho más grandioso que el del Distrito Federal de Washington.
Pero todo está deteriorado. Las grandezas de un país relacionadas con un personaje, por muy respetado que sea hoy, suelen acabar en una continuada y oculta desesperación colectiva. Costa de Marfil, al igual que la mayoría de los países africanos, tiene dos activos que pueden provocar grandes cambios si se saben administran con sentido común.
El primero es la explosión demográfica, que convierte al continente en la zona más joven del mundo. La mitad de sus habitantes tienen menos de veinte años. El segundo es la riqueza de sus recursos naturales. La Europa colonizadora tiene la responsabilidad que tiene en que África haya sido abandonada a su suerte después de explotarla. Pero la corrupción local es posiblemente el mayor enemigo de África.
Publicado en La Vanguardia el 3 de setiembre de 2013
Perquè será que quan sento parlar de magnifics i extraordinaris edificis, infraestructures desproporcionades…però sense mitjans per mantenir-los. Quan sento a parlar que el pitjor enemic d’ Africa és , sens dubte la corrupción….,em sento tan semblant i tan propera a Africa??
Después de leer este documentado artículo sobre sus experiencias en el África negra, le animo Sr. Foix a que escriba las memorias de esa etapa de su vida profesional, como ha hecho tan bien con su infancia y adolescencia.
Con el más cordial saludo de
J. M. Caparrós Lera
Catedrático de Historia Contemporánea
Universitat de Barcelona
Felicitats pels seus articles sobre Costa d’Ivori, senyor Foix. Dit això, li agrairia molt que un cop a casa, ens dones també la seva visió del nostre estat.
A mi em sembla que també tenim una casta xucladora que acapara recursos econòmics sense fre ni control i amb quasi total impunitat. També crec que moltes de les obres gegantínes que s’han construït en poc temps estaran deteriorades per manca d’utilitat i manteniment. Per acabar, el sistema polític que tenim no deixa de ser una democràcia de baixa qualitat, més al servei d’una minoria que no pas de la majoria.
Què li sembla senyor Foix, com ho veu?.
A mi també m’agradaria llegir la opinió del Sr. Foix sobre el nostre Estat.
Encara que ha tingut molta cura d’esmentar que aquests paisos es van desempallegar de la dependència de les seves antigues metròpolis, no fos el cas que el procés d’independència de Catalunya tingués alguna cosa a veure.
Sr.Foix: En ciertos paises que te declaren persona non grata es un honor…y en su caso un orgullo…