Estados Unidos encarnan el gran éxito del siglo XX en el mundo. Inclinó la balanza en las dos guerras mundiales en las que participó activamente, ganó la guerra fría contra la Unión Soviética y lideró los grandes avances tecnológicos que han cambiado las vidas de cientos de millones de personas.
El principio de la razón de Estado, un término acuñado por Francia en el siglo XVIII, un sistema indiferente a la moral y a los intereses ajenos, se derrumbó en política internacional después de la Gran Guerra de 1914.
Desde entonces el mundo emprendió un largo periplo hacia la seguridad colectiva que fue exportada por el presidente Wilson a Europa en 1919 y quedó reafirmado con fuerza por Roosevelt y Truman en 1945 al repartirse las zonas de influencia de las derrotados. Ha sido la seguridad colectiva la que ha inspirado la política internacional hasta hace bien poco. Ningún país, ni el más poderoso, puede actuar al margen de los intereses y las necesidades elementales del mundo.
La política promovida por Wilson se basaba en el principio de autodeterminación, en actuar de acuerdo con la historia y con los intereses de los pueblos y naciones y también en el respeto mutuo entre los pueblos.
Pero en el siglo XXI la pax americana ya no es determinante. Quizás porque después de los atentados del 11 de setiembre de 2011 se basó más en el poder duro que en el poder blando, en expresión acuñada por el académico Joseph Nye. Fue la política megalómana de Bush a raíz de aquellos atentados la que ha socavado los pilares políticos e ideológicos de su antigua influencia hegemónica. En palabras de Eric Hobsbawm, se dejo al país “sin más instrumentos que una fuerza militar realmente aterradora para consolidar la herencia del periodo posterior a la guerra fría”.
Estados Unidos no puede detraerse de las influencias sociales, económicas y políticas de los cambios que han tenido su origen en los núcleos académicos, financieros, políticos y sociales norteamericanos.
Sigue el principio de la seguridad colectiva. Pero ha desaparecido la hegemonía. El caso de Siria es bien emblemático. El presidente Obama no se atreve a empezar otra aventura militar en Oriente Medio y pide el apoyo al Congreso. Lo mismo hacen Cameron y Hollande en Londres y París.
Y lo hacen para proteger la seguridad colectiva que ya no está sólo en manos de los occidentales sino que se extiende a las potencias emergentes, a Rusia, a China a la India, Brasil y otros estados que también quieren participar en la seguridad colectiva.
Estados Unidos son la máxima potencia mundial. Pero no la única ni la hegemónica. Esta es la novedad. El enemigo ya no está en Moscú ni en Pekín. Se encuentra diluido en un mundo que maneja con maestría las aportaciones tecnológicas de los propios norteamericanos que han construido sociedades horizontales y no verticales.
Mientras las bases de la libertad no se resquebrajen, Estados Unidos seguirá siendo la primera potencia entre las grandes.
M’agrada molt això que diu Sr Foix, de que l’ enemic, ara, està diluit en un mon que sap utilitzar bé i en benefici propi ,les noves tecnologies, i que creen societats horitzontals, enlloc de verticals.
Efectivament tal vegada EEUU. no siguin la primera potència pèro pesen força encara.
Sr.Foix: la batalla de Issos entre Alejandro Magno y Dario III fue una de las primeras guerras entre grandes imperios en la historia, curiosamente el reino de Siria nace de la fragmentación del Imperio Helénico tras la muerte de Alejandro Magno y ahora Siria es objeto de disputa por los grandes Imperios actuales, China incluida…desde el imperio Acadio a la actualidad la historia nos enseña que los imperios duran lo que duran los errores de sus gobernantes…