En este siglo que cambia a velocidades sin control, ni siquiera las palabras y conceptos perduran
Es muy reciente el recuerdo de las democracias populares que abundaron en los países de la órbita soviética al término de la Segunda Guerra Mundial. Era una expresión contradictoria porque desde Rumanía a Hungría pasando por Checoslovaquia o la República Democrática Alemana, los regímenes no eran ni populares ni democráticos. La gestión corría a cargo de rígidos aparatos de partido con poderosos instrumentos de propaganda y con discursos que el tiempo demostró que eran tramposos.
Los servicios de inteligencia eran muy poderosos, tanto para vigilar a los ciudadanos nacionales como para desplegar una política exterior en territorios enemigos o adversarios. Occidente también disponía de sistemas para hurgar en la vida de la gente sospechosa. En Rusia, difícilmente se atrapaba a los espías, pero en Inglaterra y Estados Unidos, tampoco. Eran personajes muy protegidos que eran enviados a espacios políticamente seguros para que el silencio de sus pesquisas les acompañara hasta la tumba.
Ahora, ya no es así. Al menos en Occidente. No sabemos lo que hace Putin, profesional de los servicios de inteligencia rusos, pero sí que conocemos muchos detalles del espionaje occidental. Los casos del soldado Manning, de Julian Assange y de Edward Snowden han evidenciado la fragilidad de los sistemas de seguridad occidentales con la aparición de las nuevas tecnologías.
Las revelaciones de estos topos internos no han cambiado el curso de la historia reciente. Los secretos han dejado de ser importantes porque ya no se sabe dónde se pueden guardar y, finalmente, no tienen demasiada relevancia cuando dejan de ser secretos.
Lo que cuenta en este siglo que cambia a velocidades descontroladas es que ni siquiera las palabras y los conceptos perduran. En la Diada, por ejemplo, se nos convocaba a una gran cadena humana pero como lo de cadena no sonaba muy bien, se cambió deprisa y corriendo por la Via Catalana.
Las palabras construyen y destruyen conceptos. Después de la Gran Guerra, por ejemplo, la pasión nacional fue movilizada por los fascismos que se enfrentaban contra la pasión revolucionaria que representaban los bolcheviques. Al término de la Segunda Guerra Mundial, la derrota de la Alemania nazi libera los sentimientos nacionales de los pueblos de Europa central que pasan a ser democracias populares.
A veces tengo la sensación de asistir a un debate del siglo XIX o, por lo menos, al que se vivió en Europa después del tratado de Versalles de 1919. El nacionalismo ha existido desde que la Revolución Francesa enalteció el concepto de nación. El nacionalismo de Estado es el más poderoso. Pero tiene que convivir y aceptar el nacionalismo romántico, el liberal, el cultural y el historicista que no quieren ser excluidos. Pueden convivir si se respetan entre sí. Este es el problema.
Publicado en La Vanguardia el 17 de octubre de 2013
Exactament q ens vol explicar?
Merda de article.
Un lector menys.
Apreciado Sr. Carlos Vita:
Creo que el desacuerdo con una opinión no merece el insulto. No siempre estaremos de acuerdo con otra persona, si siquiera es bueno, no habría debate ni mejora. Por experiencia propia el enfado, la rabia y la frustración no nos dejan pensar con claridad, no digo que sea su caso, ni mucho menos. Los nacionalismos, el español, el catalán, cualquiera no son aconsejables por su intrínseco poder de homogeneizar, ya que otra conducta es incoherente… Otra opción es la cultura y el respeto a la dignidad de un colectivo de seres humanos que merecen ser tatados con justicia y solaridad bien entendida. Es decir, si queremos buscar la solución más correcta podemos hacerlo pero con otras actitudes en las que el diálogo es la principal alternativa; eso sí en igualdad de condiciones y sin imponerse por el de la fuerza.
Sr.Foxi: contemplamos con naturalidad como los nuevos ricos rusos nos invaden y hacen ostentación de su capacidad económica, nos olvidamos que la mayoría de ellos hace cuatro telediarios eran comunistas convencidos y han prosperado gracias a aprovecharse de su estatus en el partido comunista, por tanto no hace falta remontarse mucho en la historia para encontrar estas paradojas…Zenón de Elea dice, en la paradoja de la flecha, que no puedes juzgar si un objeto está en reposo o en movimiento observando sólo un instante cualquiera. Para sacar las conclusiones tendrás que comparar los instantes que le antecedan o prosigan…ese es el problema que tenemos hoy en día Sr.Foix; juzgamos el momento y no el proceso…
Sr. Foix,
penso que si les noves generacions llegeixen els seus comentaris no deuen entendre gran cosa.
En aquests moments d’incertesa potser caldria com mai, una assignatura obligatòria que s’estudiés profundament: la Història mundial i sobre tot europea amb clau de present. Ja comença a deixar de ser un tòpic l’afirmació que qui desconeix la història està obligat a repetir-la. No la història fossilitzada que ja es troba a tot arreu, sinó la hermenèutica de dels fets que són font de saviesa i discerniment de la realitat quotidiana.
La superficialitat i desconeixement que apareixen en les xarxes socials esborrona. Vostè n’és una excepció que cal agrair.
El Sr. Foix distingeix entre «nacionalisme d’estat» i «nacionalisme històric i cultural». Penso que el «nacionalisme d’estat» té el seu fonament en el nacionalisme històric i cultural, de manera que a tota nació històrica i cultural li pertany per dret el tenir un estat propi. Altrament, un estat que ho és per usurpació, per dret de conquesta militar o altres consideracions alienes a la cultura i a la història democràtica no es mereix gestionar un territori que no li pertany democràticament.
Aquesta, penso jo, és la gran diferència entre un estat de dret i un estat de conquesta i domini.