Soweto vuelve a la vida normal. Los efectos de los sucesos de los últimos días han dejado una huella imborrable. Escuelas reducidas a cenizas, hospitales destruidos, una comisaría de policía sin tejado y sin puertas, descampados con coches y objetos quemados, cervecerías y bares sin amo y sin clientes… y mas de ochenta cadáveres esperando que alguien los reclame y les dé sepultura privadamente, ya que el Gobierno, por miedo a que la emoción de un acto semejante provoque nuevos disturbios, duda si debe o no autorizarlo.
Así empezaba la crónica desde Soweto publicada el 14 de julio de 1976 en La Vanguardia, un mes después de los disturbios que causaron la destrucción en aquel suburbio en el que malvivían un millón de negros sudafricanos. La huella más perdurable es lo que Soweto representa y representará para el futuro de los negros de Sudáfrica. Es ya un símbolo, una bandera que enarbolan los activistas de color, los líderes no blancos contrarios al régimen de John Vorster.
Los niños, a centenares, vuelven a corretear por sus calles y a falta de escuelas, es triste y paradójico que ellos mismos hayan destruido sus propios hospitales y centros de enseñanza construidos y financiados por el gobierno, convierten los sucios y miserables barrios de Soweto en un lugar de diversión y solaz. Sonríen, saludan, juegan y se ensucian en las polvorientas aceras y calzadas que no han conocido ni la piedra ni el asfalto.
No había oído hablar de Nelson Mandela pero sí de Desmond Tutú, el arzobispo de Johannesburgo, premio Nobel de la Paz, con quien me entrevisté durante un par de horas en la sacristía de la catedral anglicana. Fue él quien me mencionó a Mandela que todavía no se había convertido en una figura legendaria.
Alquilé un coche en Johannesburgo y me dirigí a Soweto. Un gran cartel en la carretera de entrada prohibía la entrada de extranjeros y, sobre todo, que no se tomaran fotografías. Pensé que no pasaría nada y empecé a disparar la cámara viendo aquellas calles y avenidas destruidas.
Llevaba un par de horas por Soweto, hablando con chavales y con adultos, y muy pronto la policía blanca me detuvo. Sin más preámbulos me llevó a la sede de la comisaría central de Johannesburgo. Subí a una de las plantas altas del edificio. Empezó el interrogatorio que fue largo. Lo habitual en estos casos. Qué hacía en Sudáfrica, por qué me había saltado la prohibición de entrar a Soweto, me pidieron la cámara y destruyeron todos los negativos en mi presencia.
Pasé la noche en un calabozo oscuro. Al día siguiente volvieron los interrogatorios con otro personaje que me hacía las mismas preguntas de otra manera. Habían decidido declararme persona non grata y me dieron dos días para abandonar Sudáfrica para siempre. Salí en tren hacia Rhodesia que estaba en una situación parecida, con una minoría blanca gobernando que había declarado la independencia unilateral de Gran Bretaña. Hoy se ha convertido en una de las tiranías más indecentes del continente africano.
Terminaba la crónica aquel 14 de julio de 1976 diciendo que “la vitalidad de Soweto es extraordinaria… Un lector del periódico liberal de Johannesburgo, el “Daily Mail”, expresaba así su manera original de ver las cosas después de los incendios de hace unos días. Se inspiraba en Lawrence y prefería decirlo poéticamente: El Ave Fénix renueva su juventud sólo cuando es reducida a cenizas,quemada viva, convertida en un cálido y fecundo rescoldo”.
Seguí escribiendo crónicas sobre Sudáfrica con el material que había conseguido en los diez días antes de mi detención y expulsión. Aqeulla segregación radical entre blancos y negros era inhumana y no podía perdurar. Lo que nunca sospeché es que un tal Mandela que estaba en la cárcel sería el artífice de un cambio presidido por la generosidad, el realismo y la inteligencia política.
Sr. Foix: Como dice aquel proverbio castellano: » El poder corrompe »
y la gobernancia permanece ciega, sorda y muda ante las reivindicacions de los ciudadanos.
El gobierno de los blancos aplicaba el apartheid a la población negra en Sudafrica. Pero en cambio permitía que las mujeres amamantaran a sus hijos blancos y trabajaran de criadas en sus casas.
O que tanto los hombres como las mujeres trabajaran de empleades/as en sus comercios, talleres, fábricas´, bares restaurantes, ect.ect.
Pienso que, en cualquier estado ó nación del mundo ocurre casi el mismo comportamiento.
En España ocurre lo mismo. Ciegos, Sordos y mudos siguen los principales dirigentes ante el clamor ciudadano de todos los ciudadanos espanyoles, que en Cataluña ha desembocado en el deseo de soberanía, debido a lo Ciegos, sordos y mudos del poder decisorio, ante la realidad.
Según tengo entendido, lo del apartheid era mucho peor: no es que los negros hiciesen trabajos secundarios para los blancos, es que unos y otros vivían totalmente separados. Para entendernos, los camareros o el servicio doméstico de los blancos eran blancos, o sea que a los negros no les quedaban ni siquiera las migajas de unos empleos secundarios o marginales que les pudiesen permitir ganarse la vida.
Es cierto, Santiago. Pero también es verdad que la minoría de ciudadanos blancos, que detentaban el poder, estaban Ciegos, sordos y mudos ante el clamor y las demandas de millones de personas. Gracias.
Excel·lent crònica, sempre propera en l’expressió.
Una més de les vivències personals que com ha periodista ha viscut en diferents llocs del planeta i que en tantes ocasions han esdevingut referents històrics del segle passat.
Sr.Foix: en determinadas circunstancias es un honor que le declaren a uno persona non grata…
Espléndida crónica histórica, Sr. Foix.
Anímese a escribir sus memorias como periodista, después del éxito del primer libro.
Con el más cordial saludo
J. M. Caparrós Lera