Álvaro Ruibal, un tertuliano inteligente

Hoy se ha presentado un libro póstumo de Álvaro Ruibal, escritor y periodista gallego, que durante casi cuarenta años publicó un artículo diario en La Vanguardia con el seudónimo de ERO. Gente que pasó es una recolección de artículos memorables de Ruibal. Una multitud de amigos y admiradores de Álvaro nos hemos reunido en el Col·legi de Periodistes. Su hijo Álvaro, médico nuclear, ha sido acompañado por Joan Tapia, Jordi Piquer, César Molinero y yo mismo en la mesa. Un salón lleno a rebosar. A continuación reproduzco el artículo que escribí el 16 de enero de 1999 en La Vanguardia, un día después de su muerte.

Alvaro Ruibal en la redacción de La Vangurdia de la calle Pelai

Alvaro Ruibal en la redacción de La Vangurdia de la calle Pelai

Álvaro paseaba con porte señorial. Entraba y salía de la redacción de este diario como un personaje de la Ilustración, un republicanote, decía él, un hombre que había bebido en las mismas fuentes que los de la Institución Libre de Enseñanza. Culto, muy culto, daba cuenta de todo aquello de lo que nadie sabía nada. Memoria prodigiosa, saber enciclopédico, tenía la sabiduría de quien ha devorado miles de libros y ha hablado con gentes de todas las condiciones.

Álvaro Ruibal, ERO, observó la vida desde la ironía, el sarcasmo a veces, siempre la bondad, transportando un galleguismo latente que no abandono a pesar de los muchos años, más de medio siglo, que vivió en Barcelona. Era un gallego que ejercía de gallego, un embajador de la cultura galaica entre nosotros.

Recuerdo el día en que con gran satisfacción nos trajo a José María Catroviejo,un tertuliano como él, un gallego que bromeaba de su propia sombra. Nos contó Castroviejo, con la sonrisa apagada y cómplice de Álvaro, el día en que, de jóvenes, pescaban con Manuel Fraga en una ría atlántica. Fraga le daba lecciones, le reñía, reía con fuerza. No grites tanto Manolo, que me espantas las truchas.

Las muchas y largas conversaciones con Álvaro las conservo como los momentos intelectualmente más interesantes que viví en aquella redacción de la calle Pelai. Sabía como nadie de Santa Teresa, san Juan de la Cruz, de los clásicos castellanos, de todos los de la generación del 98, de los avatares de la historia republicana, la Guerra Civil y el franquismo. Era un pozo de anécdotas con las que salpicaba la constante tertulia que fue su vida.

Alvaro Ruibal paseando por la redacción

Alvaro Ruibal paseando por la redacción

Espero que no se moleste ninguno de mis colegas. Pero tengo para mí – esta era una de sus clásicas expresiones- que era la mejor pluma que escribía en este diario. Tenía o mucho de Julio Camba, sabía arrancar un gran artículo de una anécdota tonta, la elevaba a un gran discurso costumbrista, lo remataba con una frase final siempre definitiva.

Álvaro era, entre otras cosas, arquitecto. Pero era, sobre todo, un periodista arquitecto. Hablaba con gran soltura de san Lesmes, un santo castellano, que construyó el alcantarillado de Valladolid. Y lo sacaba a colación a propósito de un jugador de fútbol del equipo del Pisuerga, un tal Lesmes y su hermano Lesmes II, que muchos lo recordarán del universo futbolístico de los años sesenta.

Le gustaba el fútbol. Pero no el Barça o el Espanyol. El iba a los campos de Tercera División. Escribía en la sección de Deportes una serie mu larga de encuentros de barrio. Aquellas crónicas las firmaba como Zaguero. Fue él quien popularizó el término trencilla para mencionar al árbitro, ese personaje universalmente denostado, siempre incomprendido y muchas veces golpeado en esos campos de Dios.

Álvaro era un empedernido viajero. No de trayectos trasatlánticos o europeos, sino rurales, comarcales, deteniéndose en aspectos que nadie habría notado. Se desplazaba en tren, en vagones de tercera, recogía el decir y el sentir de las gentes, construía un ruralismo rico y sentenciero. Conocía bien la Franja, hablaba de Castelló de Farfaña como de su pueblo, de Os de Balaguer, de toda la zona fronteriza con Aragón, de sus iglesias, de sus ríos, del acento de sus pobladores.

Entraba en la redacción de Internacional con un sombrero Borsalino en mano. Lo depositaba sobre una mesa y abría una tertulia interminable. Allí estaban Santiago y Carlos Nadal, el malogrado Antonio Carrero – Barin – , Pepe Casán, Tomás Alcoverro, Lluís Permanyer, Myriam Josa, Maria Dolores Masana, Jordi Piquer, Alberto Díaz Rueda, Pepe Guerrero, Valentín Popescu, el holandés Robert Boschart…. Si el trabajo no apremiaba nos uníamos todos a la tertulia. A veces hablaba sin audiencia alguna hasta que alguien retomaba el hilo de la conversación. Y él seguía impertérrito. Pero era también un hombre que escuchaba, que observaba a las gentes, que hacía de forma natural un retrato perfecto, impresionista, pero siempre fiel de las gentes que la rodeaban.

El día que nos dejes Álvaro, me gustaría escribir algo sobre ti, le había dicho en alguna ocasión. Pero no estaré a la altura. !Bahh!, refunfuñaba. Recogía el sombrero y se iba silenciosamente hasta encontrar a alguien con quien conversar.

 

 

  2 comentarios por “Álvaro Ruibal, un tertuliano inteligente

  1. Sr. Foix: No he tenido el gusto de conocer personalmente a Alvaro Ruibal, però por lo que Vd.nos transmite, era una persona de estas, con las cuales, estàs ansioso de encontrartelas cada día.

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