Hace cuarenta años Harold Wilson ganaba las segundas elecciones generales celebradas en 1974. El líder del laborismo británico era un especialista en convocar elecciones anticipadas. Lo hizo en 1966 y lo repitió en octubre de 1974. No lo hacía por capricho, sino porque su mayoría en los Comunes no le permitía gobernar. Wilson era entonces un joven político, un intelectual, que consiguió aglutinar las distintas corrientes del laborismo y formar gobiernos en aquellos años en los que Inglaterra recuperaba el optimismo y una cierta euforia.
Los Beatles, Carnaby Street, los swinging sixties, Bobby Charlton y la pipa de Harold Wilson dibujaban el universo de las nuevas corrientes culturales y políticas que hacían de Londres el centro de Europa y del mundo. Se atribuyen a Harold Wilson varias frases que todavía son citadas en el vocabulario político europeo. La primera es que una semana es un tiempo muy largo en política, y la segunda es la promesa de convertir al laborismo en el partido natural de gobierno. Curiosamente, diría lo mismo Ronald Reagan respecto a los republicanos unos años más tarde. Pasó a la historia también por habernos convocado en una de las salas grandes de Westminster para anunciar inesperadamente que dimitía. No se conocen todavía las razones. Lo único que deslizó es que a los sesenta años era ya hora de retirarse de la política. Nadie se lo creyó, y se llevó a la tumba el misterio de su renuncia.
La política es cambiante y, en el caso de Inglaterra, tiene un punto de enigma y contradicción. Una de las sorpresas es el crecimiento del partido independentista escocés, el SNP, después de haber perdido el referéndum del 18 de septiembre. Tiene más de 100.000 afiliados, una cifra nunca alcanzada. Alex Salmond, el ministro principal, dimitió después de la derrota. Pero no arrojó la toalla.
Acaba de anunciar que se presentará a las elecciones generales británicas que se celebrarán el 7 de mayo. Quiere defender a los intereses escoceses desde Londres. Paradójicamente, los laboristas fueron los que ganaron el referéndum a favor de la pertenencia al Reino Unido, pero ahora pueden perder muchos votos que pasarían a los nacionalistas escoceses. Los conservadores no existen en Escocia. Hay encuestas que proyectan más de 40 escaños para los nacionalistas escoceses, lo que les convertiría en árbitros de la política británica, como lo son hoy los liberaldemócratas.
Esta paradoja podría producir el insólito hecho de que, en un periodo de meses, los nacionalistas escoceses se habrían batido para conseguir la independencia y acabarían formando parte de una alianza con los laboristas para formar un futuro gobierno en Londres. Salmond no renuncia a la independencia. Pero ahora sostiene que puede ayudar mejor a Escocia desde Westminster. Anomalías británicas.
Publicado en La Vanguardia el 8 de enero de 2015
Sr.Foix: lo dicho, la política hace extraños compañeros de cama…o como decía mi abuelo, las cosas han de cambiar para que todo siga igual…
Desde luego que cuando tratamos de asuntos de otros,lo hacemos irremediablemente desde nuestra óptica.
La realidad británica,dentro del marco europeo,se caracteriza a mi entender,por el juego democrático,más que en cualquier otro país con lo difícil que ha de ser para el británico corriente moverse entre el Imperio,la City,la tradicion,la monarquía y su democracia.Estoy convencido que nada hubiera sobrevivido sin este sentido de la realidad que proporciona el constituency.
La democracia para que tenga credibilidad ha de empezar desde la base.Para el ciudadano ha de ser más importante (y lo es en su correcto funcionamiento),su representante ante la Cámara de la nacion que el Primer ministro,en el quehacer diario
No sé si Salmond seguirá en el proceso de independéncia,pero si lo hace,tendrá toda la autoridad,poque en democracia,que no es la perfeccion pero que es lo mejor que se ha descubierto,todo es posible
Lo que no es posible es enzarzarse en un proceso sea este independentista o unificador,como por otra parte,cualquier norma o ley sin entrar en el mundo de la irrealidad que es lo que proporciona una democracia tan grosera como la española