La idea de que se puede hacer todo en todas partes no es universal. En los espacios públicos que conozco en Londres, París, Berlín, Washington, Estocolmo y tantas ciudades del ancho mundo, el civismo tiene unas normas no escritas que se observan sin problemas. Los londinenses se desfogan en el rincón reducido de Hyde Park y allí despotrican contra la reina, los políticos, los ricos y los famosos. Los ateos blasfeman sin reparos y los xenófobos insultan a todo extraño. Se suben a una silla o a una caja de verduras. Chillan y se desbravan. A pocos metros, los paseantes transitan sobre el césped y observan con curiosidad cuanto se dice en aquel exótico rincón de la retórica extravagante y totalmente desinhibida.
En un sistema de civilidad compartida las formas importan tanto como el sentido de las palabras. Si se adulteran las palabras y no se guardan las formas, la convivencia se resiente y el respeto al otro se evapora. Las tensiones pueden producirse por el crecimiento de las desigualdades, por injusticias manifiestas y por muchas otras causas. Pero también por la procacidad, el mal gusto y los abusos en un espacio público.
Que cada uno se comporte como quiera. Pero el espacio público y los medios de comunicación públicos no son zonas privadas o de partidos. En las líneas de metro pueden ocurrir muchas cosas inesperadas. Pero el vídeo que está circulando por las redes sociales en la estación de Liceu es cutre, antiestético y molesto. No es el lugar, por mucho que políticas de nuevo cuño, con escaño o con cargo, invoquen la libertad y la reprimida sexualidad de los críticos.
Es cuestión de buen gusto. En una estación de Londres o Berlín los dos jóvenes serían conducidos a una comisaría y, cuando menos, se les llamaría la atención. Aquí es un hecho curioso pero normal. Cada uno puede hacer lo que quiera, pero no en el espacio público que es el foro de la convivencia cívica.
Claudio Magris, el gran escritor de Trieste, me comentaba la víspera de Sant Jordi que Barcelona y Berlín son las ciudades más vitales y novedosas de hoy. En sus muchos viajes aquí, siempre descubre algo interesante en la cultura, la arquitectura, la organización de la ciudad y el comportamiento de los barceloneses.
La Barcelona que se ha proyectado con tanto vigor en el mundo desde los Juegos Olímpicos de 1992 no es una urbe chabacana, sino una ciudad de ideas y de ideales, de apertura y modernidad, acogedora y transversal.
La tolerancia, utilizando palabras de Magris, se suele desfigurar en un concepto que mucho se le parece pero que en realidad es su contrario: la indiferencia ante comportamientos que degradan el civismo instaurando una tiranía invisible que es la de dar por buenas actitudes que son reprochadas por una mayoría.
Publicado en La Vanguardia el 28 de abril de 2016
Ayer Jordi Évole me volvió a decepcionar, su programa sobre el incendio del Teatro del Liceo de 1994 se dejó lo más importante en el cajón…
http://bondia.menorca.info/2016/04/el-diari-des-doctor-segui.html
Sr.Foix: mucho se ha ecrito y hablado sobre este video del metro del Liceu, pero por lo que he leido en las redes ,estas dos personas iban bastante perjudicadas, especialmente la chica…ignoro si alguien se ha planteado si en estas condiciones de deterioro mental y físico, la relación se puede considerar consentida por parte de esta chica…
Vaya por delante que estoy totalmente de acuerdo con el contenido del artículo y que me parece muy grave el deterioro del civismo al que estamos asistiendo, pero mucho me temo que a los políticos de nuestros lares ya les viene bien que, mientras Cataluña y Barcelona a finales de abril no han conseguido todavía aprobar sus respectivos presupuestos anuales y en España no se prevé que haya Gobierno por lo menos hasta el verano, la ciudadanía y los medios de comunicación estén entretenidos hablando de esas cosas.