Donald Trump ha roto pronósticos, encuestas y estilos. Será un presidente distinto, impredecible, que saltará por encima de las instituciones. Gobernar sin tener en cuenta los servicios de inteligencia, un par de tuits mañaneros y otros tantos por la tarde es ciertamente novedoso.
El presidente electo desconcierta. A los norteamericanos, a los republicanos y a los demócratas. No digamos ya a la inteligencia de la costa Este o a los claustros de las grandes universidades californianas. En Europa no alcanzamos a comprender el fenómeno.
Los analistas buscamos explicaciones a su modo de proceder. Arrancó con grandes mentiras y sigue cabalgando sobre ellas. Occidente se enfrenta a un futuro de menos puestos de trabajo, menos crecimiento, más divisiones sociales y revueltas populistas de todo orden.
Son los cambios que se han acelerado en los últimos años y cuya velocidad es difícil controlar. En su reciente libro sobre inmigración Zygmunt Bauman habla del “pánico moral” que la versión inglesa de la Wikipedia es definido como “un temor extendido entre un gran número de personas que tienen la sensación de que un mal amenaza el bienestar de la sociedad”.
El mundo se fragmenta y se divide. Parece como si el viejo orden se haya derrumbado y esperamos la llegada de nuevos parámetros que son indescifrables en medio de la inmediatez que nos envuelve. El columnista del The New York Times, Roger Cohen, lo expresaba recientemente al decir que “las grandes mentiras producen grandes miedos que producen a su vez grandes ansias de grandes hombres fuertes”. Pienso que Trump es una respuesta al miedo en la sociedad más poderosa de la tierra. Miedo al otro, al forastero, al que llama a la puerta para quedarse.
La inmigración masiva reciente ha creado los movimientos xenófobos, el racismo y el nacionalismo chovinista que se traducen en éxitos electorales sin precedentes de partidos y movimientos populistas. Se levantan fronteras y se construyen vallas. Se quiere detener al que llega. Y se transforma la política abierta, social, libre en un parapeto a la defensiva de supuestos enemigos que vienen de fuera.
El terrorismo jihadista está cometiendo crímenes execrables en muchas partes de Europa. Turquía es el objetivo más reciente y más sanguinario. Ha golpeado también en Berlín, París, Niza y lo puede hacer en cualquier ciudad y de cualquier manera. El Estado Islámico es un peligro para todo Occidente.
Pero las guerras que se han librado en Afganistán, Iraq, Siria y otras regiones de Oriente Medio han sido un fracaso militar y político de Occidente. Por dos razones: primera porque lo que quedó de las cenizas de las dictaduras derrotadas es posiblemente peor que lo que había. Y, segundo, porque esas guerras que se ejecutan con armas, bombas y aviones occidentales son fabricadas por los mismos estados que suministran armamento a los rebeldes, jihadistas o guerrilleros de todo orden. El comercio de las armas está siempre detrás de cualquier conflicto.
Los expulsados por la guerra, el hambre y las persecuciones son rechazados cuando llegan a Europa que gira claramente a la derecha más rancia y más retrógrada. Más inhumana.
Dice un proverbio chino que “cuando soplan vientos de cambio unos levantan muros y otros construyen molinos de viento”. Aunque la complejidad sea extraordinaria soy más partidario de que corra el aire, pasen las gentes, se derriben vallas y se convierta la hostilidad en hospitalidad. Estas reflexiones parecen hoy infantiles, inútiles, socialmente impracticables. Pero la guerra sólo se combate con argumentos para reconstruir lo destruido.
«Socialmente impracticables» Ese es el nudo gordiano.
Las migraciones no se pueden detener. El Imperio Romano no pudo hacerlo. El mundo está en un proceso de cambio sin control racional, en realidad nunca lo ha estado. Las emociones se utilizan para conseguir el poder. Una de las más poderosas es la de tribu o grupo (nación, pueblo…) que cohesiona un grupo contra otros y está en la base de nuestro éxito evolutivo, según los últimos estudios en ese campo. Pero esa cohesión tiene un precio violencia contra los otros grupos y colaboración dentro del propio grupo.
Si nuestra especia no es capaz de superar esa emoción primitiva (todos, los receptores de migraciones y los inmigrantes) será muy difícil dar un salto evolutivo; en esta situación solo quedarán las máquinas como nueva especie dominante, quizás lo hagan mejor que nosotros.
Sr.Foix: me quedo con el título de su artículo anterior, es el que mejor refleja lo que está sucediendo actualmente…»»Caminamos hacia la niebla»»…
Es cierto, pero creo que siempre hemos estado en la niebla.
Cambiar Hostilidad POR HOSPITALIDAD gran y acertado resumen de su artículo. Esta es la llave para nuestra generación, y por los hoy niños y jóvenes, que son las futuras generaciones, para aliviar sufrimientos actuales y males mayores en un futuro no lejano. Es necesaria una gran y profunda pedagogia humana y social, para llegar a un público demasiado confiado y absorto en su palacio de cristal.