En los cuarteles generales de Putin en Moscú y San Petersburgo en la noche del domingo los eslóganes para celebrar la victoria eran “Rusia, Rusia, Rusia…”. Un grito nacional, patriótico, que representaba un 75 por ciento de los votos emitidos a favor de un líder que ha prometido devolver el orgullo al país más extenso de la tierra, que ha sido un factor determinante en la política internacional desde que Napoleón regresó derrotado y humillado de Moscú en 1812.
Putin es un nacionalista sin matices que pretende recuperar el papel de gran potencia indiscutida que tuvo desde el congreso de Viena de 1815. Rusia abrió el siglo pasado con la revolución de 1905 y lo cerró con otra revolución, de signo contrario, que supuso la desmembración del imperio soviético en 1991. La historia rusa es como un volcán en constante erupción sin que dé signos de querer calmarse.
Putin puede convertirse en el dirigente ruso más longevo después de Stalin si acaba el mandato que termina en el 2024. Anexionó de un zarpazo a Crimea en el 2014 coincidiendo con el conflicto en el interior de Ucrania; sus intervenciones en Siria han desplazado a la política exterior de Obama y de Trump; se ha inmiscuido en las elecciones norteamericanas y en las europeas. Es fiel a la tradición de espiar y desconcertar a Occidente.
Los envenenamientos nunca acaban de comprobarse. Los historiadores todavía discuten si Iván el Terrible murió envenenado en 1584 o si Rasputin lo fue también en 1916 o Maxim Gorki en 1936. El exterminio o el encarcelamiento de adversarios es una constante que arranca en los tiempos zaristas, continua con el imperio soviético y sigue hoy en la Rusia de Putin. En una de sus ingeniosas frases, Churchill calificó a Rusia como un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma. Se ha movido a impulsos europeístas y eslavos, siempre pendiente de controlar su vasto territorio que cuenta con once franjas horarias.
El registro literario ruso del siglo pasado es la historia de sufrimiento y humillación casi inconcebibles. George Steiner recuerda el acoso que sufrió Pushkin, la desesperación de Gógol, la condena de Dostoyevski en Siberia, la volcánica lucha de Tolstói contra la censura o el largo catálogo de asesinados y desaparecidos en los últimos cien años.
El nacionalismo de las grandes potencias es inquietante tanto si lo practica Rusia, China o Estados Unidos. Paradójicamente, este es el caso que de forma palmaria está interactuando en un mundo globalizado en el que las identidades pequeñas corren el riesgo de ser borradas por los nacionalismos más poderosos. Las medidas proteccionistas de Trump van en la dirección de crear zonas nacionales protegidas al margen de la libertad de comercio y circulación de bienes y personas que ha caracterizado el último medio siglo. El concepto de seguridad colectiva que fue introducido por Woodrow Wilson en la conferencia de París de 1919 y reafirmado en la creación de las Naciones Unidas en 1945 está en retroceso.
Se puede deducir que su extensión es su debilidad. Si Stalin y los que le sucedieron no hubieran querido controlar la mitad de Europa y buena parte de Asia Central habrían podido mantener unas relaciones como las que han establecido con Finlandia con todos los países que materialmente habían caído bajo la órbita del Kremlin.
¿Quién se alegra de la impresionante victoria de Putin? En Crimea consiguió casi un 90 por ciento de votos. Pero también están de enhorabuena los partidos antieuropeos como Alternativa para Alemania, La Liga Norte italiana y el Movimiento Cinco Estrellas. Tienen en común que la UE es un estorbo para sus reaccionarias ideas y sus intereses.
¿Quién ha recibido con preocupación los resultados? Polonia, los tres países bálticos, Georgia, Ucrania por supuesto, y todos aquellos pequeños estados que un día formaron parte de Rusia y que se independizaron después del colapso soviético de 1991.
Putin ha actuado en los últimos veinte años como un animal político herido que pretende reconstruir un viejo imperio multisecular. Gran Bretaña no está dispuesta a construir un ámbito de relaciones cordiales, a juzgar por el rifirrafe diplomático como consecuencia de envenamientos y misteriosas muertes de ciudadanos rusos en suelo británico.
Alemania y Francia van a ir por el camino realista para no caer en provocaciones que desvien el primer objetivo que es salvar a Europa de sus contradicciones. El amigo americano también es hoy un enigma.
Europa tiene que soldar sus fundamentos y resistir a los envites internos y a los que puedan venir de Rusia, China y Estados Unidos. A ninguno de los tres les interesa una UE fuerte y competitiva. Ninguna de las tres potencias va a quebrarse, al contrario de lo que puede ocurrir en Europa.
Publicado en La Vanguardia el 21 de marzo de 2018
Esto es el futuro:
http://www.lavanguardia.com/ciencia/fisica-espacio/20180321/441777631986/sigue-en-directo-el-despegue-de-tres-astronautas-a-la-estacion-espacial.html
Igual de preocupante, o más, es el nacionalismo de las republicas balticas, polonia, y ucrania. Hace unos años me entere que decenas o centenares de miles de sovieticos que habian nacido en las republicas balticas que hablan ruso no tenian la nacionalidad en estos paises y por lo tanto no tienen derecho al voto. Cuando esto se permite dentro de paises miembros de la Union Europea apaga y vamonos.
En cualquier cosa se fijaban en Rusia y dejaron de ver el mundo. Si el reto europeo y su principal preocupacion en un mundo con multitud de actores es Rusia estamos perdidos y fuera de juego.
Senyor Foix, el nacionalisme és inquietant i afegiria més, enormement perniciós tant si el practica qualsevol força política governant de les grans potències o de qualsevol cantó, länder, regió o autonòmica, com és, lamentablement, el que s’està vivint a Catalunya.
Cuando no quiero dormir pienso en Trump, en Putin y en Xi Jinping, de los autoctonos, lo dejo para otro dia, decir quien no me deja dormir.
Fuera bromas, Europa debe de unirse mas y tener una posición mas clara y dura ante tanto oportunista que se cree mas fuerte de lo que es.