Los valores compartidos han sufrido un severo retroceso en la cumbre del G-7 celebrada en Quebec. El presidente Trump llegó tarde y se fue antes de lo previsto, firmó un acuerdo de mínimos con el resto de socios, pero a las pocas horas abrió una tormenta de tuits desde el avión que le trasladaba a Singapur, retiró su firma del acuerdo y repartió reprimendas a diestro y siniestro, muy especialmente con el anfitrión de la cumbre, Justin Trudeau.
La escenificación de la presidencia Trump es pura heterodoxia en términos políticos, diplomáticos y económicos. El poner a América primero no fue un simple eslogan electoral sino un cambio de paradigma de las relaciones de Estados Unidos con el mundo. Ningún país puede desafiar la supremacía científica, cultural, económica, militar y diplomática de la primera potencia.
Los instintos proteccionistas de Trump se han materializado en la revisión de los aranceles con la Unión Europea, con Canadá y con China. El acuerdo comercial transpacífico lo ha abandonado y ha deshecho el pacto nuclear con Irán que se firmó en la presidencia Obama.
El senador republicano John McCain precisaba el lunes que “la mayoría de norteamericanos son partidarios del libre comercio, de la globalización y de mantener los valores compartidos con nuestros aliados que han perdurado más de setenta años”.El argumento central de Trump es que las instituciones, tratados y alianzas en las que Estados Unidos ha sido la piedra angular en los últimos setenta años ya no sirven al norteamericano medio. Se invierte demasiado sin la reciprocidad debida. Aquella idea del plan Marshall que fue una ayuda generosa a la reconstrucción de la Europa destruida por la guerra comportó más beneficios que cargas para Estados Unidos. De ese gesto nació el soft power que ha sido el elemento básico para que la supremacía norteamericana fuera indiscutible tanto para los aliados como para los enemigos. La seguridad colectiva que ha inspirado a la gran mayoría de presidentes norteamericanos, desde Woodrow Wilson hasta Obama, ya no está en el tablero imaginario de Donald Trump. La sofisticación diplomática se ha trasladado a la inmediatez de las redes sociales, a los impactos mediáticos y a los cambios de criterio en cuestión de horas o de días. Imprevisión constante.
Sin consultarlo con nadie, soltó un pantallazo en Quebec pidiendo que Rusia volviera a la reunión que tendría que ser nuevamente el G-8. Las sanciones por haber invadido Crimea en el 2014 no importaban, eran algo “que ocurrió hace ya tiempo”. Curiosamente, el primer ministro italiano, Giuseppe Conte, que podría decirse que pasaba por allí, se mostró partidario de que Rusia volviera al redil. Las manos de Putin son muy alargadas y llegan a Europa, a Oriente Medio y también a la mente de Donald Trump, que no parece ser consciente de las ansias del Kremlin de recuperar los territorios perdidos al explosionar la Unión Soviética. La cumbre de Singapur será positiva si Trump consigue una desnuclearización de Corea del Norte y se libera a sus ciudadanos de una de las dictaduras más inhumanas que quedan en el mundo.
Los valores compartidos de las democracias liberales se están resquebrajando por un populismo que se cultiva en la Casa Blanca y se expande también en muchos países occidentales. El Brexit es la primera ruptura seria en el proyecto europeo. Pero los gobiernos de Hungría, Polonia y Chequia no comparten aquella idea humanitaria y solidaria de los fundadores de la Unión Europea. Los partidos populistas influyen en los gobiernos de Finlandia, Suecia, Dinamarca y Holanda.
El ministro del Interior italiano, Matteo Salvini, un xenófobo en toda regla, habló el lunes de que “primero son los italianos”, cerró los puertos a la nave Aquarius con 629 migrantes a bordo y los dejó a su suerte en aguas mediterráneas que se han convertido en cementerios de miles de personas que huyen de la miseria, el hambre y la guerra.
Los compromisos adquiridos por los países europeos para la acogida de refugiados no se han cumplido por el miedo a que los partidos xenófobos y de extrema derecha roben votos a las formaciones clásicas.
El gesto de Pedro Sánchez al ofrecer el puerto de Valencia al buque Aquarius es un estreno valiente en la política europea del nuevo Gobierno. Una buena decisión para ganarse un puesto entre el núcleo duro de las decisiones en Bruselas. El italiano Salvini celebró como una victoria el “buen corazón del Gobierno español”. Cinismo puro. La idea de Angela Merkel sigue siendo válida si se la despoja de apriorismos partidistas: la inmigración contribuye al crecimiento de la economía y corrige la curva demográfica negativa que dibuja una Europa envejecida que será incapaz de mantenerse en pie ante las avalanchas de ju- ventud que vendrán del sur y del este. Los necesitaremos.
Publicado en La Vanguardia el 13 de junio de 2018
El problema migatorio no tiene solucion, si no se invierte directamente en Africa, en el sector primario, en vez de subvencionar la agricultura europea.
Sr. Foix : Siempre miro primero las poses, los gestos y las miradas de los interlocutores que aparecen en las fotos.
Y en esta foto del Sr. Trump, como en todas sus fotos, sus gestos y su pose son muy elocuentes. Se deduce que se cierra en banda y que no está dispuesto a atender a razones.
En cuanto a la Sra.Merkel, su pose de brazos estirados, tiesos y abiertos, con las manos totalmente planas encima de la mesa y con lamirada y la cara mirando fijamente a Trump, ya lo dice todo también.
Se deduce que planta y plantará cara a Trump y a sus intempestivas e irracionales ideas sobre la relación EE.UU. y el resto de los paises del G-8.
P.D.
He vuelto a mirar la foto con lupa y me he dado cuenta que Merkel mira fijamente y directamente a Trump, ( plantada enfrente con la pose de brazos y manos que ya he explicado anteriormente), pero que él ( Trump ) está cruzado de brazos encima del pecho, no descansando al nivel de la barriga ó de las piernas y que al mismo tiempo desvia la mirada ó la enfoca en otra parte, pero no en Merkel.