Las celebraciones del centenario del fin de la Gran Guerra ha puesto sobre el tapete del debate global dos visiones políticas que se han enfrentado en los últimos dos siglos en Europa. El nacionalismo y el patriotismo resonaron en los discursos de Emmanuel Macron y Angela Merkel, los dos representantes de dos pueblos enfrentados en tres guerras, desde que los alemanes ganaron a los franceses en 1870 y en el palacio de Versalles proclamaron la unidad alemana, hasta el fin de la última Guerra Mundial.
El presidente de Francia, un hombre sin partido y sin ideología estructurada, aprovechó la presencia de más de setenta jefes de Estado y de Gobierno para proclamar que el “patriotismo es exactamente lo contrario del nacionalismo; el nacionalismo es su traición”. Si afirmamos que primero son nuestros intereses, seguía el discurso, y lo de los demás no importa, destruimos lo que una nación tiene de más precioso, lo que le permite vivir sus valores morales.
Donald Trump escuchaba estas palabras en el Arco de Triunfo que no coincidían con el “América primero” que justifica el nacionalismo de la actual presidencia de la gran potencia americana.
La mayoría de los líderes europeos son conscientes de aquella frase de Churchill escrita en el espacio del bosque de Compiègne donde se firmó el armisticio hace cien años: “Aquellos que no aprenden de la historia están condenados a repetirla”. Desde que Adenauer y De Gaulle firmaron el tratado del Elíseo en 1963 la alianza francoalemana se ha mantenido por el miedo a no volver a la confrontación y por la esperanza en que nunca más haya guerras en Europa.
El presidente Mitterrand en su discurso en el Parlamento Europeo en enero de 1995, en uno de sus últimos actos públicos, dijo que “hay que vencer los prejuicios de la propia historia. El nacionalismo es la guerra”, una frase que han repetido varios líderes europeos desde entonces.
Hace cien años los políticos europeos estaban convencidos que la estabilidad estaba garantizada después de más de 40 años de paz en Europa. Y, ante la sorpresa de todos, llegó la catástrofe en una “guerra que debía terminar con todas las guerras” y fue la primera entrega de los conflictos mundiales y locales que asolaron Europa en el siglo pasado.
El patriotismo reivindica la cultura, la lengua y la historia propias de cada nación. El nacionalismo cree que su nación es superior a las otras mientras que el patriota la considera distinta aunque quisiera que fuera ejemplar. Miguel Herrero de Miñón tiene escrito en alguna parte que el patriotismo es el olvido de las cosas negativas y el recuerdo de las positivas.
El nacionalismo supremacista está en estos momentos instalado en la Casa Blanca de forma peligrosa. La Rusia de Putin es igualmente nacionalista y la China de Xi Jiping, también. La novedad en nuestra Europa que abandonó las guerras para construir una paz solidaria y de progreso es que los nacionalismos excluyentes, los populismos xenófobos que han entrado con bastante fuerza en todos los parlamentos europeos, están contaminando el discurso político de confrontación e intransigencia.
El antisemitismo está muy arraigado en los populismos a pesar de la desgarradora catástrofe del Holocausto, que todavía perturba la memoria de los europeos. El desprecio al extranjero, la desatención en nuestro país a miles de menores inmigrantes que no tienen ni papeles ni techo que les cobije, los muertos que escupe el mar en las playas procedentes de pateras a la deriva, el levantamiento de muros, vallas y fronteras, son algunas de las consecuencias de la deshumanización que fabrica el sentimiento de superioridad que el nacionalismo proyecta hacia los demás.
Estamos viviendo, en palabras de Isaiah Berlin, en una forma de extremismo patológico que puede conducir a horrores inimaginables. Se trata de preservar y consolidar una Europa inclusiva en la que podamos convivir una riquísima variedad de naciones, culturas, paisajes humanos, creencias, usos y tradiciones sin necesidad de que nadie se manifieste superior ni inferior a nadie. Simplemente, orgullosamente distinto.
El padre del romanticismo alemán, Johann Herder, introdujo las nociones derivadas del nacionalismo, el historicismo y el espíritu del pueblo, uno de los líderes de la revuelta contra el clasicismo, el racionalismo y el método científico que han acompañado el progreso de los pueblos. Mientras las palabras van adquiriendo significados nuevos es importante mantener la racionalidad sobre las emociones que pueden llevarnos a territorios desconocidos. Lo que ha ocurrido en más de una ocasión en nuestro pasado, puede volver a producirse nuevamente. La fragilidad, y no digamos la dispersión de la Unión Europea, sería un mal presagio para mantener la paz cívica y el respeto mutuo.
Publicado en La Vanguardia el 14 de noviembre de 2018
Sr. Foix : Deseo más ver a Alemania, Francia e Inglaterra unidas en una Europa común unida y en paz,… que ver y vivir un brexit irracional, solo inventado por egoistas de la 3ª generación, que no han vivido los desatres, sangre sudor y lágrimas de la 2ª guerra mundial en Europa.
https://elpais.com/…/…/11/16/opinion/1542382409_239207.html… esto demuestra que en realidad existen dos Españas, no la de derechas o de izquierdas, sino la de los políticos nefastos y líderes de opinión bocazas que gritan, crispan, se insultan y chapotean en el estercolero y la de los ciudadanos con talento que cumplen con su deber, trabajan y callan
Sr.Foix: no aprendemos, estamos condenados a repetir la historia…
Europa no quiere nuevas aventuras nacionalistas, como no quiere que aumente el racismo, curiosamente la ex Alemania del Este, es donde parece ser que brota mas el rechazo a la inmigración.
El problema de los lideres Chinos, Rusos y de Norteaméricanos, y alguna monarquía dictatorial árabe,es que de momento tienen recursos para ir por libre, veremos que pase cuando no se cumplan las reglas de juego internacionales y entonces asuman sus errores unilaterales y bilaterales, y promuevan un nuevo BW,con nuevas normas y nuevas instituciones supranacionales.
Los nacionalismos no son aventuras. De forma natural, desde que el homo sapiens superó la limitación de sus primos hermanos, los simios en convivir en un grupo de máximo 50 individuos,nos hemos organizado en grupos cada vez más numerosos. Creer en ideas, en conceptos abstractos que no existen, permite unir a muchas personas bajo un mismo sentido de pertenencia. En unos casos es la religión, modas, etc. y también naciones. Quien, desde una supuesta posición ideal y universalista asegura que no precisamos más naciones, seguro que lo dice desde la suya. Si entendemos la diversidad y la evolución debemos asumir que las naciones, nacionalismos, patrias etc. son fenómenos evolutivos de nuestra especie y siempre, siempre, seguiran en evolución, es decir, cambiando. Aquí la única diferencia es quien esta dispuesto combatir contra otro para conseguir la supremacia en un territorio. Parece que lo más sensato es que lo decidan los humanos que viven en él. Si puede ser, sin violencia. Por ejemplo, votando un referendum.