Relatos emocionales

Mònica Terribas y Antonio García Ferreras en el programa de Jordi Evole sobre la cobertura del procés.

El periodismo es un oficio imperfecto a pesar de que muchos periodistas se empeñen en la pretensión de que prácticamente son infalibles. El que fue durante veinte años director del The Guardian, Alan Rusbridger, escribía hace poco que “la verdad, como saben muy bien todos los periodistas honestos, es que los diarios están plagados de errores; y no sólo errores sino crudas simplificaciones, valoraciones equivocadas, interpretaciones discutibles o, simplemente, expresiones mal construidas que invitan a la confusión”.

Seguí con interés el programa de Jordi Évole sobre la implicación emocional del periodismo en el procés. Eché en falta la presencia de algún periodista de la prensa escrita que podía haber aportado una visión más reflexiva, dado que la radio y la televisión trabajan bajo la losa de la inmediatez y con frecuencia han de improvisar porque el tiempo les persigue.

No hace falta señalar a ninguno de los participantes, pero sí quiero resaltar cuánto cuesta reconocer los errores o las equivocaciones en el periodismo y en cualquier otra profesión. Se confirmó el fenómeno de la crisis en el panorama mediático que se revela en la tendencia generalizada, según el filósofo alemán Peter Sloterdijk, de reorientar el periodismo hacia productos de emociones y, en vez de promover los análisis, el consumo de radio y televisión se dedica con frecuencia a provocar psicosis colectivas de simplificación por medio de un periodismo basado en el sobresalto, en el escándalo o en la exageración.

En el programa de Évole me pareció que lo más importante no fue que los periodistas hicieran más o menos autocrítica, sino que no se destacara la excesiva complicidad entre los políticos y el periodismo, hasta el punto de que en muchas ocasiones la línea que separa la actividad política y el periodismo es tan fina que con frecuencia queda borrada. El periodista soldado o atrincherado en una causa política por muy legítima que sea deja de ser un referente.

Hace diez años moría Walter Cronkite, que fue una leyenda del periodismo de Estados Unidos. Cada noche, desde la CBS, se despedía con las monótonas palabras de “así es como han sido las cosas”. En su día fue votado como el hombre en el que los norteamericanos confiaban más. No pretendía que ocurrieran cosas, sino que se limitaba simplemente a contar las que pasaban con claridad. Se jactaba de no haber añadido nunca un comentario personal ni una opinión sesgada, un hecho que naturalmente fue discutido, especialmente por el presidente Lyndon Johnson cuando después de un viaje a Vietnam al final de los sesenta emitió un programa muy crítico contra la forma de gestionar la guerra por parte del gobierno. El buen periodismo es el más sencillo, el que cuenta, observa, describe, sin fantasías y con rigor. Es el que mejor se entiende y el que permite a la audiencia crearse una idea propia de cuanto ocurre.

El ideal de un pueblo, decía Ortega, es que no sea necesaria la intervención de intelectuales en su vida política. Los británicos no otorgan a los intelectuales el valor que se les concede en la Europa continental, especialmente en Francia, donde han sido siempre los mandarines omnipresentes de todas sus crisis existenciales. Macron se reunió la semana pasada con setenta intelectuales para pedirles su parecer sobre cómo salir de la crisis de los chalecos amarillos, que cada sábado le amargan la existencia. En el mundo anglosajón, el intelectual que pretende resolver los problemas merece reproches y burlas.

Hoy se podría decir que con muchos menos salvapatrias, estrellas mediáticas, tertulianos y especialistas en temas que desconocen, la vida pública sería más interesante. No estoy señalando a nadie, porque he formado y sigo formando parte de esta tribu que opina sobre la marcha de las cosas que ocurren, con el riesgo de improvisar y de equivocarme.

Llevamos muchos meses obsesionados con todo lo que se ha referido al procés. Como si no existiera nada más en el panorama informativo. Quizás es el signo de los tiempos en las sociedades hiperinformadas, que ponen el foco en lo propio olvidándose de que la interrelación entre los pueblos, culturas y creencias es inevitable. El periodismo atrincherado va en contra del progreso y de la libertad. Los relatos emocionales, alejados de los hechos, son muy románticos pero efímeros y peligrosos.

No hay nada más retrógrado que levantar muros o barreras para aislarse de los demás. Entre otras cosas, porque son inútiles, tanto si se construyen en la frontera entre Estados Unidos y México como las que se levantan entre Israel y Cisjordania. El muro de Berlín cayó en 1989 y la muralla de China es una atracción turística.

Publicado en La Vanguardia el 27 de marzo de 2019

  9 comentarios por “Relatos emocionales

  1. Hay ua consecuencia inquietante despues del programa del domingo de Jordi Evole. Lo inquietante es que ni los popes de la informacion audivisual se aclaran y sin embargo no se mueven de su torre de autoconfusion.
    Todos estan mas que retratados en sus posiciones y posturas y no aportan nada, si acaso un leve sentido chulesco-corporativo, socialmente insano.
    Despues de Salvados, me siento en reiterada zozobra y presiento que nadie viene a salvarme de este monotema cansino y patetico problema catalan, talan talan.
    Luego aqui nos seguimos zurrando (pacificament aixo si) y dando municion a todas las españas.
    Lo nuestro tambien tiene tela.

    • Con suerte estos van a cavar trincheras suficiente profundas para que no puedan salir de ellas.

  2. Creo que nadie del mundo politico asumira sus errores en el proceso, ni de un lado ni del otro. De los periodistas pocos rectificaran. De dimisiones mejor ni hablar…………..
    «EL PURGATORIO DE LOS TRAIDORES

    Cabía la opción de dirigirse a la nación para confesar sin tapujos que la campaña del referéndum se había basado en mentiras y exageraciones, que la tierra prometida era en verdad un cenagal. Quien desvelara el engaño, masivo y continuado, prestaría un alto servicio al país, pero al precio de verse despojado del poder y acabar en el purgatorio de los traidores. De ahí que nadie osara protagonizar tal gesta.

    Esta podría ser la historia del taimado David Cameron, que ganó el referéndum en Escocia y feneció con el del ‘brexit’. O del astuto Artur Mas, de la apoteosis del 9-N a la papelera de la historia. O del ilusionista Carles Puigdemont, ideólogo del 1-O como vía de escape y hoy confinado en Waterloo. O de la empecinada Theresa May, (pen)última víctima de veleidades ajenas. O del vicario Quim Torra, fiduciario de una patraña que se resiste a desmontar. «Enric Hernandez

    • » Reconocer errores
      Casi todos esos compañeros extranjeros me dicen que echan de menos un acto de reconocimiento de errores por parte de los políticos independentistas. No un simple «lo hicimos muy mal», sino un explícito «ese no es ni va a ser el camino». Entienden, y no se engañan, que España es una democracia, y que el comportamiento de los políticos independentistas durante aquellos meses decía serlo, pero no lo fue con las leyes del 6 y 7 de septiembre del 2017, o cuando se insistió en dar por válido el resultado de un referéndum celebrado sin garantías suficientes.

      La democracia no es solo votar, sino también suspender un acto reivindicativo en forma de votación popular que tu propia policía te recomienda no celebrar. También es democracia cumplir con las normas, y no lo es aprobar a la carrera y por la puerta de atrás unas leyes inconstitucionales y sobre todo efímeras con precarias mayorías. De hecho, de nada sirvieron esas leyes.»

      Jordi-Nieva-fenoll-

      No es democratico querer imponer unas leyes de desconexion, incongruentes, mal redactadas a un 55 % de la población que no esta de acuerdo con la independencia. No es de recibo encima decir que quien no es democratico es España.

  3. «Hoy se podría decir que con muchos menos salvapatrias, estrellas mediáticas, tertulianos y especialistas en temas que desconocen, la vida pública sería más interesante..» y efectiva

    • Ja entenc lo de R a seques. Es necessita seudònim per copiar un article de l’Enric hernàndez, un senyor del que encara espero que ens expliqui lo del mail de la CIA als Mossos, quan l’atemptat d’agost del 2017. Mentrestant, millor que el senyor Hernández no escrigui gaire i vosté no el copii.

      • Poner R, o poner Ramiro, o poner Rodolfo, es tan anonimo como poner Santi. Citar a otro periodista copiando lo que dice, creo que no estsa prohibido. Si solo se pudiese copiar a los periodistas que nunca han errado, poco podria traspasar.

      • En tot cas respecto la seva opinió, com la de qualsevol persona que sigui educada debatent.

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