Desde que en 1945 se fundaron las Naciones Unidas en San Francisco, el número de estados que han acabado formando parte de este gran organismo internacional se ha multiplicado prácticamente por cuatro. De los 51 miembros del núcleo inicial se ha pasado a los 194 actuales. Todos con representación oficial en la sede de Nueva York, donde cada año se reúne la Asamblea General para deliberar sobre cualquier tema sabiendo que el derecho de veto está reservado a los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad –Francia, Reino Unido, Rusia, Estados Unidos y China–, cuya función principal es preservar la paz y la seguridad en el mundo.
A juzgar por las decenas de guerras y los millones de muertos en conflictos locales o regionales, el éxito de la ONU ha sido muy pobre. Se ha evitado, eso sí, el enfrentamiento directo entre las grandes potencias en la guerra fría, se han ido incorporando casi cada año nuevos estados fruto de la descolonización, de la desmembración de la Unión Soviética o de Yugoslavia.
La Sociedad de Naciones nació en 1920, al término de la Gran Guerra, y su corta andadura fue un fracaso rotundo porque Estados Unidos no formó parte de ella y la diplomacia no sirvió de nada para parar el choque de los totalitarismos a partir de los años treinta. La palabrería, la retórica ideológica, incluso los insultos, han evitado crisis mayores desde 1945.
La creación de nuevos estados y su incorporación a la ONU no es un automatismo que sirva igual para todos. Suiza, por ejemplo, es un caso interesante porque no se incorporó a las Naciones Unidas hasta el año 2002, después de que el 54,67% del electorado helvético aprobara la iniciativa popular por la adhesión.
Si cabe extraer alguna lección desde el fin de la guerra mundial es que en ningún país de naturaleza multiétnica o multicultural se ha creado un Estado nuevo de forma pacífica o pactada si se exceptúa la escisión acordada en Checoslovaquia en 1992. El Parlamento eslovaco adoptó la declaración de independencia de la nación eslovaca y seis días más tarde los políticos checoslovacos, incluido el presidente Václav Havel, decidieron disolver Checoslovaquia en una reunión tensa y rápida en la ciudad de Bratislava. No hubo ni siquiera referéndum ni se disparó un solo tiro. Moravia y Bohemia seguían unidas en la República Checa y Eslovaquia alcanzaba su soberanía como Estado propio.
Las fronteras que separan los estados son fruto de los retorcidos recorridos de la historia y se deben a factores que dependieron de guerras ganadas o perdidas, de tratados internacionales y de circunstancias imprevistas por los propios protagonistas.
La separación de India y Pakistán en 1947 es posiblemente uno de los episodios más dolorosos y vergonzosos del siglo XX. Gran Bretaña tenía prisa por deshacerse de una India ingobernable desde Londres y permitió la creación de dos estados por motivos estrictamente religiosos. Se produjo el éxodo de musulmanes más numeroso de la historia, con el agravante final de que hay más musulmanes hoy en India que en Pakistán.
La independencia de Nigeria fue sangrienta, así como también la de Sri Lanka, antes Ceilán, que adquirió la categoría de Estado en 1948. Las independencias de los países balcánicos causaron estragos de violencia étnica y miles de muertos por la desmembración de la federación que el mariscal Tito había intentado cohesionar.
El hecho es que no se ha registrado una independencia unilateral en Europa con la excepción de Checoslovaquia. La última que se proclamó fue en los años setenta, cuando Ian Smith, desde la antigua Rodesia, se enfrentó a Londres y rompió con la metrópoli. Acabó perdiendo el poder de inspiración y práctica racistas, que pasaría a manos del que se convertiría en un dictador como Robert Mugabe.
¿Podría Catalunya ser un Estado independiente y pedir el ingreso en las Naciones Unidas? No hay duda de que sí. Pero no desde el unilateralismo, sin contar con Europa y la comunidad internacional, enfrentándose a un Estado como España y sin disponer de la mayoría social de catalanes que así lo manifiesten en consultas pactadas en tiempo y forma.
Y aun así, como ha ocurrido en prácticamente todos los países que han nacido como nuevos estados, con una conflictividad y una violencia internas difíciles de asumir. Quienes han promovido el procés sabían lo que comportaba saltarse la legalidad. Una solución política acabará imponiéndose, pero el daño causado por la irresponsabilidad de los políticos es muy grande por haber jugado con las ilusiones de tantos ciudadanos que aspiran a tener un Estado propio. Pero no así.
Publicado en La Vanguardia el 24 de abril de 2019
No comenta nada del proceso de independencia de Finlandia, iniciado en 1917 y consolidado en1918.
Duran Lleida, en su libro relata una serie de iresponsabilidades politicas que deberian pasar factura, con la dimisión. Por decirlo de alguna forma peor no se podia hacer, se perdio una oportunidad por no hacer bien los procesos.
Se puede decir mas alto pero no mas claro.
Muy bien, pero que muy bien Sr. Foix.
Cuando se pone a Checoslovaquia como ejemplo de división pacífica, hay que recordar que ello fue así porque la propia Checoslovaquia era una amalgama artificial creada después de la Primera Guerra Mundial, al demembrarse el Imperio Austro-Húngaro. Esto explica la rapidez con que se pusieron de acuerdo en separarse.