Los conflictos que enfrentan a pueblos no se improvisan ni tienen sólo causas ideológicas, étnicas, culturales o religiosas. El choque de identidades y de ideas se suele traducir en la ocupación de territorios grandes o pequeños que son los que determinan el principio de las guerras. Hay pocas guerras que no se libren por un pedazo de tierra o por un cambio de fronteras.
Hace poco más de cien años se libró la primera guerra de los pueblos en el sentido de que no fueron ejércitos profesionales los que se mataron en suelo europeo sino que entraron en juego las quintas o el reclutamiento obligatorio de ciudadanos a los que se les obligaba a defender la patria o el Estado. Millones de soldados llamados a filas cayeron en las trincheras desde el momento en que las tropas del káiser alemán se desplazaron hacia Francia.
Aquel primer gran desastre europeo del siglo pasado comportó la invención del pasaporte para poder viajar de un Estado a otro al término de la Gran Guerra. Es recomendable releer las memorias de Josep Maria de Sagarra, que, curiosamente, terminan en 1914 porque fue tal el desengaño del escritor que pensó que la civilización se había acabado, a pesar de haberse prodigado en la escritura hasta su muerte en 1961.
Néstor Luján me decía que era el mejor libro escrito en catalán en el siglo pasado. Sagarra explica cómo se podía viajar por toda Europa antes de la Gran Guerra sin que nadie te preguntara de dónde venías o adónde ibas. Bastaban unas onzas de oro para transitar libremente desde Barcelona hasta Moscú.
La conferencia de París (1919) fijó las nuevas fronteras europeas y las de Oriente Medio sobre las cenizas de los imperios caídos, principalmente el otomano, el alemán y el austrohúngaro. De la arbitrariedad de las nuevas fronteras se alimentaron los conflictos que vendrían en los próximos cien años. La insatisfacción de Hungría, por ejemplo, con el tratado de Trianón firmado en Versalles en el año 1920 es una herida no cicatrizada, porque quedaron más magiares fuera que dentro de la nueva Hungría.
El hambre de nuevos territorios, el famoso Lebensraum o espacio vital, llevó a Hitler a ocupar la tierra de los Sudetes en Checoslovaquia por la peregrina razón de que allí donde hay alemanes aquello es tierra germana. Luego vino la invasión de Polonia, la declaración de la guerra contra Alemania por parte de Gran Bretaña, la capitulación de la Francia de Pétain, que se instaló en Vichy, y la guerra total en Europa que terminó en 1945 con la alianza de Estados Unidos, la Unión Soviética y Gran Bretaña, que se enfrentó en solitario con el nazismo hasta la involucración de Roosevelt y Stalin.
Las guerras de África y Oriente Medio del siglo pasado han sido consecuencia de fronteras mal trazadas, con punteros de militares o con ambiciones colonialistas de los viejos imperios.
Si se traslada a la situación actual, hay elementos que permiten establecer paralelismos con lo que ocurrió en la primera parte del siglo pasado. El presidente Donald Trump ha puesto en marcha las acciones proteccionistas más radicales desde los años treinta pensando que Estados Unidos saldría beneficiado. La consecuencia ha sido que el comercio mundial ha empezado a descender y la inestabilidad ha sembrado el miedo en las democracias liberales.
También hoy se registran movimientos de fronteras sin respetar el derecho internacional. El marzo del 2014, Vladímir Putin decidió anexionarse la península de Crimea, que formaba parte de Ucrania. Unas cuantas sanciones occidentales no han convencido al Kremlin para devolver a Ucrania una parte de su territorio. Es sabido que Putin quiere recuperar cuantas tierras se independizaron de Moscú a partir de 1991, principalmente Ucrania, que es considerada la cuna de Rusia.
Hace quince días el Gobierno nacionalista indio, presidido por Narendra Modi, decidió en sesión parlamentaria eliminar los derechos especiales de la región de Cachemira, de mayoría musulmana, saltándose la propia Constitución y en nombre de la unidad nacional.
Los conflictos en Hong Kong desde hace varias semanas han puesto en estado de alerta al ejército chino, que no permitirá que la situación se le vaya de las manos. Lo que han hecho en Tíbet lo podrían hacer, de otra manera si se quiere, en la antigua colonia británica cuya transferencia fue cedida a Pekín en 1997.
La alteración de las fronteras ha sido una causa principal de los conflictos que ha vivido el mundo en el último siglo
El Brexit cabe situarlo en la corriente nacional disgregadora que puede considerarse una respuesta a los efectos de la globalización. Escocia, Irlanda del Norte, Catalunya, Italia se mueven en el mismo ámbito secesionista que señala futuros conflictos. Sólo faltaba que a Donald Trump se le ocurriera decir que le gustaría comprar Groenlandia.
Publicado en La Vanguardia el 20 de agosto de 2019
Solo por matizar un poco compartiendo tu preocupación. Crimea fue siempre Rusia hasta que Krucheff se la cedió a Ucrania.
Hasta que Ucrania se alineó con el Este.
CIERTO.
Oeste. Y eso lo hizo solo parte de su clase política.
Rectificación correcta, Fransesc.