Quizás nunca como ahora se habían escrito tantos libros, centenares, para intentar explicar lo que nos está pasando. Hay versiones para todos los gustos y desde todos los ángulos. Vendrán muchas más, que facilitarán al historiador del futuro un material formidable para fijar el relato, que volverá a ser revisado periódicamente.
Una última novedad son las memorias de Mariano Rajoy, en las que nos cuenta que si Puigdemont hubiera convocado elecciones habría aplicado igualmente el 155, contradiciendo a voces que vivieron aquellos momentos en primera persona como Urkullu, Soraya Sáenz de Santamaría, Rafael Catalá, Santi Vila y muchos otros. Es muy bueno que escriban memorias quienes han tenido responsabilidades públicas. Pero no para facilitar titulares y pasearse por las televisiones, sino para aportar vivencias verosímiles. Ya me dirán qué puede decir de nuevo, aparte de las anécdotas, el tercer volumen de memorias de José Bono.
El nacionalismo español de los últimos 150 años tiene por principal enemigo el catalanismo político, que luego derivó en el nacionalismo pujolista y ahora se ha instalado en el independentismo, que tiene a uno de sus líderes en la cárcel, al otro en Waterloo y al tercero que ocupa el vicariato de presidente de la Generalitat. Es una fórmula tricéfala que le resta fuerza y eficacia pero que es así, a tenor de las declaraciones cruzadas entre unos y otros casi a diario.
La evolución del catalanismo se ha apoyado en la defensa de una idea alternativa, transformadora, de España. España no ha querido cambiar y Catalunya ha insistido en encontrar un espacio cómodo dentro de ella que ahora se ha transformado en la aspiración de un sector importante de catalanes, no mayoritario, que quieren separarse con todas sus consecuencias.
La deriva se aceleró en noviembre del 2012, cuando Artur Mas invocaba la primera gran manifestación masiva de la Diada de aquel año para convocar elecciones dos años antes de agotarse el mandato. Pensó equivocadamente que aquellas multitudes eran suyas y que le iban a votar. Perdió doce escaños. Ni los tribunales ni la Constitución pararán el proceso catalán, dijo en aquella ocasión. Fue una decisión que marcó el comienzo del fin de su carrera política como presidente de la Generalitat.
Si tuviera que hacer un breve resumen, necesariamente incompleto y parcial, diría que ha sobrado emoción, gestualidad, precipitación y confianza en unas fuerzas que no existían para proclamar la independencia unilateral. El lema de aquella multitudinaria Diada del 2012, convocada por la ANC, era “Catalunya, nou Estat d’Europa”. Estaba muy bien pero no había Estado, sino una autonomía que dependía de un Estado que respondió con todas sus fuerzas a la breve independencia declarada por Puigdemont.
Decía Amadeu Hurtado en sus magníficas memorias, Quaranta anys d’advocat, publicadas en 1967, que cuando Companys se decidió a realizar el gesto espectacular de la noche del 6 de octubre de 1934, “se dio cuenta enseguida de que había abierto una de aquellas crisis emocionales que estimulan a nuestras multitudes a sentir el gusto de la agitación por los problemas permanentes de nuestra vida pública”.
Esta sensación de movilizaciones masivas la tuvo también Manuel Chaves Nogales al informar para el diario Ahora de Madrid de la apoteósica llegada de Companys al regreso del penal de El Puerto de Santa María (Cádiz). Habla de un millón de catalanes vitoreando al president indultado desde Castelldefels hasta la plaza Sant Jaume. Es interesante observar que Companys fue candidato a las elecciones de febrero de 1936 a pesar de estar preso.
Han corrido tantas emociones en el procés, que no ha habido tiempo de sentar los pies en el suelo y reconocer que el experimento no ha ido bien para nadie. Se ha demostrado, sin embargo, que Catalunya no tiene fuerza suficiente para separarse unilateralmente de España pero es capaz de desestabilizar el Estado, como se está demostrando en estos últimos meses. Sería hora de admitir que la frustración es compartida también por muchos independentistas.
Las improvisaciones y emociones han caracterizado la política catalana de los últimos años. Cuenta Guillem Martínez en una de sus interesantes crónicas del procés que la secretaria de Estado norteamericana con Obama, Hillary Clinton, envió a Barcelona una colaboradora suya, Anne-Marie Slaughter, para entrevistarse con Mas y saber, de primera mano, si existía una propuesta o un futurible gubernamental de independencia. En la entrevista, Mas se fue por las ramas retóricas, incluso cuando su interlocutora le preguntó directamente qué quería Catalunya. Tras finalizar su entrevista en el Palau de la Generalitat, Slaughter declaró: “Jamás he tenido una reunión tan inútil en un sitio tan bello”.
Ha sobrado emoción, grandes gestos de astucia, precipitación y confianza en unas fuerzas que no existían
Se han perdido tantas energías porque las famosas hojas de ruta eran mapas que no conducían a ninguna parte, como aquella espléndida novela de Graham Greene, Journey without maps , llena de ideas románticas del continente africano de 1935. El realismo y la fuerza de los hechos volverán.
Publicado en La Vanguardia el 4 de diciembre de 2019
A mí lo que me preocupa más no es «la emoción» porque somos animales pasionales con sentimientos, si no la instrumentalización de la misma, sobre todo las más bajas y dañinas, por algunos de una forma «muy racional».
Estamos metidos hasta el cuello en un akelarre que no va a tener un final feliz, basta ver TV3 para identificar la manipulación grosera de los medios públicos.
La emoción por si sola es la falta de racionalidad que anula la autocrítica y el pensamiento racional. En esta estamos.
Proxima parada, 19 de diciembre, por si en Europa le dan la razon a Jonqueres y entonces todo cambiara de una manera barbara(!).
Por favor!, estamos continuamente con etapas volantes de una carrera a ninguna parte. Y la casa sin barrer.
Y si Greta va a los madriles en un tesla, en tren, en patinete…?
Y Adriana Lastra se disloca el tobillo y paran maquinas.
Y un diputado de provincias (Juliana dixit) pidiendo perdon en el congreso de los disputados bancos y banquetas.
Y el «en funciones» el hombre que susurra a los periodistas haciendose la foto en Londres al lado del panochas.
Tot plegat es molt fort.