La experiencia demuestra que el momento más peligroso para los gobiernos en tiempos convulsos es cuando empiezan a reformarse. No es prudente tomar decisiones empujado por las prisas, resultados adversos o miedos escénicos que en el fútbol tienen variables inesperadas. La breve experiencia de Quique Setién es muy mediocre. El problema no era Valverde. Pero ahora sería irresponsable intentar mover al técnico cántabro entre otras razones porque una segunda improvisación sería un disparate.
Bartomeu tendría que hacer un reinicio del sistema, evaluar la situación y, dado el caso, tomar decisiones pensando en dos calendarios: el de salvar la temporada sin tirar la Liga y aspirar a la Champions y el otro pensando en una gran regeneración hasta las elecciones de 2021.
Hay que corregir cuanto antes el desequilibrio entre veteranos con galones que ya no pueden ni quieren correr como solían y jóvenes como Ansu Fati, Riqui Puig y otros canteranos que pueden ser buenos pero no tanto como para tirar del equipo. Venimos de una era en la que los resultados se conseguían de forma inmediata y brillante. Ya no es posible. Messi sigue siendo el mejor pero él solo no puede contrarrestar el cansancio, la desgana y la lentitud del resto. Ter Stegen se salva con buena nota.
La posesión es un valor siempre y cuando no sea un entretenimiento horizontal, un matar el tiempo, en medio del campo. Entre el catastrofismo y el optimismo hay que optar por el realismo que pasa por no tirar absurdamente la temporada. Depende de Setién y de los jugadores que para eso se les paga tan generosamente.
Publicado en Mundo Deportivo el 28 de enero de 2020