Hay liderazgos fuertes que se pliegan a lo que quiere escuchar la opinión pública en cada momento y hay otros liderazgos que intentan regirse por principios o por compromisos con la palabra dada. La política está alejada de la perfección y las controversias ahogan con frecuencia las buenas intenciones.
Pero hay situaciones en las que la coherencia de una actitud merece ser destacada. Me refiero a la crisis que vive la CDU alemana como consecuencia de haber aceptado los votos de la extrema derecha (AfD) del land oriental de Turingia para facilitar la presidencia del candidato liberal, Thomas Kemmerich. Todos los partidos del espectro político alemán se rigen por una ley no escrita que establece un cordón sanitario para no pactar con la extrema derecha.
Esta decisión ha causado una grave crisis en la CDU. Su presidenta, Annegret Kramp-Karrenbauer, ha presentado la dimisión y no será la candidata del partido en las elecciones del 2021. La reacción de la canciller Angela Merkel, que se encontraba de viaje en Sudáfrica, fue categórica al recriminar que el procedimiento era imperdonable y que había que repetir la votación. A su regreso a Berlín, insistió en que no se podía aceptar el resultado. Dimitió el presidente electo de Turingia, la presidenta Kramp y habrá que proceder a una nueva votación para la presidencia del land.
Pero lo más decisivo es que la CDU tendrá que fabricar un nuevo candidato para las elecciones generales del año próximo. La presidenta dimisionaria no consiguió convencer a los democristianos de Turingia de que no pactaran con la AfD.
Las elecciones en Turingia las ganó Die Linke, la extrema izquierda en el panorama político alemán, pero la segunda fuerza fue la extrema derecha (AfD), un partido que empezó a tener representatividad en el Bundestag en las elecciones generales del año 2013. La debilitación de los dos grandes partidos es especialmente acusada en los länder que formaban parte de la República Democrática Alemana antes de la unificación.
Para evitar que la izquierda radical se hiciera con el poder, los democristianos se unieron con la AfD para hacer presidente al candidato liberal, que fue, paradójicamente, el menos votado en las elecciones.
Se puede valorar de muchas maneras la figura de Angela Merkel desde que en el 2005 accedió a la cancillería alemana. Pero ha sido una estadista que ha capeado la crisis económica en Europa, ha mantenido el equilibrio interno de su país pactando tres mandatos con los socialdemócratas y un mandato con los liberales y ha preservado la alianza con los democristianos bávaros de la CSU.
Ha jugado la carta europea sin caer en las corrientes nacionalistas que surcan el continente. En el 2015 abrió las puertas a más de un millón de inmigrantes, una decisión que le costó la pérdida de millones de votos y el crecimiento espectacular de la extrema derecha. Merkel decía que lo hacía por razones humanitarias, porque supondría un estímulo para el crecimiento económico de Alemania y también porque se corregiría la curva demográfica de un país envejecido. Pero ni siquiera los socios bávaros de la CSU le compraron este discurso y tuvo que dar marcha atrás.
Esas ideas van en contra de la corriente que impera en los Estados Unidos de Trump, en la Inglaterra que acaba de activar el Brexit, en Hungría, en Polonia, en Italia y también, curiosamente, en la subida de la extrema derecha en Alemania.
La crisis de Turingia es consecuencia de la intervención directa de la presidenta dimitida para frenar, sin éxito, el paso a la AfD, que habría entrado en el gobierno de este land. No se sabe todavía el desenlace de una crisis abierta por cuestión de principios, pero que puede tener consecuencias de gran alcance en Alemania y en el conjunto de Europa.
Hacer balance de quince años de gobierno de Merkel cuando todavía está en el poder es prematuro. Pero sí hay que reconocer que, con todas sus luces y sombras, ha sido una pieza clave para la estabilidad europea en tiempos muy difíciles. Ha sido también coherente con sus ideas a pesar de haber sido castigada en las urnas en las elecciones generales y regionales recientes. Alemania despidió de mala manera a Bismarck, a Willy Brandt y a Helmut Kohl. Hay que esperar a qué ocurrirá con Merkel. Todos ellos, junto con Konrad Adenauer y Helmut Schmidt, han actuado como estadistas en tiempos convulsos.
La paz en Europa depende de las buenas relaciones entre Francia y Alemania. Angela Merkel y Emmanuel Macron tienen una formación política muy diferente y representan a dos países que se creen imprescindibles. Pero los dos han sabido respetar el tratado del Elíseo de 1963 y se han reunido dos veces al año para que ninguno de los dos nacionalismos de Estado se active contra el otro y provoque otro desastre. Pedro Sánchez haría muy bien en no alejarse del eje franco-alemán para ayudar a que la UE no fracase o se desintegre.
Publicado en La Vanguardia el 12 de febrero de 2020
El general de los jesuitas, Sosa, dice que Merkel es la mejor. Traslados masivos de población al estilo soviético, lo que quieren los dos.
¿Escuece mucho la invitación de Trump al Rey para la visita de estado? Que se ve ha sentado muy mal tanto a los de Deusto, los que mandan, como a los de las torres negras, ahora acólitos.
Merkel ha conseguido que funcione la industria en Alemania, ha conseguido empezar a equilibrar las dos alemanias, ha conseguido ser la locomotora de Europa, beneficiando al resto de paises europeos, por el bien común de Europa. Creo que Merkel es una persona aprecida en Alemania, en Europa y en casi todo el mundo
Trump tiene otra estrategia, es el bien comun de su patria, por contra Trump, es un personaje no muy apreciado fuera de su pais, que arrasara en las proximas elecciones, seguramente porque los yanquis les mola un presidente patriota, que consigue el pleno empleo (el paro friccional es tan bajo, que se considera pleno empleo)… «Cosas veredes » o no.