La manera en que la sociedad acoge con resignación las drásticas instrucciones del Gobierno para combatir el coronavirus indica el alto grado de preocupación por una infección que está alterando la manera de vivir de todos. Habrá un antes y un después de lo que está ocurriendo estos días y que afectará a la forma de trabajar, de viajar, de descansar y de relacionarse. Vivimos la excepcionalidad de un momento que ha alterado la forma de comportarnos. Un virus ha provocado la confinación de sociedades enteras.
No sé si el mundo que aparecerá cuando se supere esta crisis vírica global será mejor o peor. Será distinto. Nadie sabe el itinerario ni tampoco el calendario del contagio. Pero todas las epidemias de la historia de la humanidad han sido superadas y el mundo se ha adaptado a las nuevas situaciones hasta tropezar con otras e impensables guerras, catástrofes naturales, pestes o revoluciones de diversas procedencias.
El cierre temporal de fronteras que ya estaban borradas en Europa no debería ser indefinido
Lo que más nos afecta a la gran mayoría es la falta de libertad para movernos. Recuerdo todavía con emoción el primer día que me convertí en usuario del espacio Schengen a finales de los años noventa del pasado siglo. Salí de casa, llegué al aeropuerto, embarqué en un avión, aterricé en Munich y nadie me pidió ningún documento de identidad hasta que llegué a la recepción del hotel. Pensé entonces, y sigo pensando ahora, que aquel viaje me hacía sentir ciudadano europeo de pleno derecho de igual manera que los romanos exhibían con orgullo su romanidad en los primeros tiempos de nuestra era.
Los que transitamos por la Europa fracturada durante la guerra fría, desde Londres a Berlín, o desde Varsovia a Budapest, sabemos la importancia de los pasaportes nacionales, los visados y las fronteras físicas e ideológicas que regulaban el movimiento de todos los pasajeros por Europa. El pasaporte europeo, con la distinción específica para cada Estado, ha sido una señal de identidad y de prestigio desde que fue creado en el tratado de Maastricht de 1992.
Cuando el ministro Grande-Marlaska anunciaba el lunes que se restablecían temporalmente las fronteras terrestres como consecuencia del coronavirus, pensé que empezaba un tiempo de regresión en Europa. Las medidas que vuelven a poner un cordón fronterizo por tierra pueden ampliarse a puertos y aeropuertos si los cuatro superministros de la crisis lo consideran necesario para neutralizar el virus.
Lo habitual en nuestra larga y accidentada historia es que las fronteras las poníamos desde el interior o nos las imponían desde el exterior. España estuvo fuera de las instituciones políticas y económicas occidentales durante buena parte de la historia contemporánea.
Ahora es un virus invisible el que levanta muros reales que impiden el libre tránsito de ciudadanos. El demógrafo Massimo Livi Bacci decía hace dos días en este diario que después de la guerra mundial había cinco países en el mundo separados por muros y hoy hay setenta.
Paradójicamente, estas barreras territoriales se levantan en pleno auge de la globalización, que facilita como nunca el libre movimiento de ideas, bienes y capitales. La pandemia ha llevado a países como Alemania, Francia, Austria y otros estados de la UE a cerrar de nuevo unas fronteras que pensábamos archivadas en la desgraciada historia de las guerras mundiales del siglo pasado.
El tratamiento de choque para contener el contagio del virus nos impide transitar libremente por Europa y también traza fronteras internas en el seno de las sociedades afectadas. Todo el sistema educativo está paralizado. Restaurantes, bares, cines, estadios deportivos, museos… están cerrados. Las calles y plazas son espacios de forzada soledad.
La cooperación ciudadana en este confinamiento impuesto por consejos sanitarios y por órdenes muy explícitas de los gobiernos es absolutamente imprescindible, según se nos dice. Y una gran parte del país mata las horas confinado en sus domicilios.
La pregunta que no tiene una respuesta científica y, por lo tanto, tampoco política, es cuánto tiempo durará el contagio y cuándo empezará a poderse controlar. Una primera conclusión es que el extraordinario progreso en las nuevas tecnologías no nos permite vivir en una sociedad sin riesgos.
La amenaza a la seguridad sanitaria en todo el país ha atenuado la excitación en el debate político. Los partidos saben que dejar de escuchar lo que piensa la mayoría de la sociedad en una cuestión tan relevante sería una irresponsabilidad y un suicidio político.
La confrontación no es una salida en este momento tan crítico. Vale la pena concentrar esfuerzos y olvidarse de las diferencias para combatir el virus y devolver la tranquilidad a todo un país sitiado por los miedos internos y externos. Estamos en guerra contra un enemigo invisible que sólo detectan los servicios sanitarios. Colaborar en ello es un deber cívico.
Publicado en La Vanguardia el 18 de marzo de 2020
Buen artículo,
Dejo mi crónica: http://www.elinconformistadigital.com/2020/03/17/cuarentena-en-espana-dia-3-por-francesc-sanchez/
Seamos claros hay países preparados y hay paises no preparados.Hay paises que actúan rápido y otros no. Porque unos paises están mas preparados y actúan con rapidez? Porque han pasado por virus antes que el actual, y han aprendido de los errores. ¿Queremos saber cuando saldremos del problema? Mirad los paises asiáticos, aqui téneis el ejemplo de Corea ..https://www.youtube.com/watch?v=4ESWLnxyZUo&fbclid=IwAR2YaQMMtv5Zy6xC_DVAB3VuZq9d8k1nw90NRDDsX6JdHMTyKZkV3km_sOM
Las lecciones están claras
1.Las advertencias no sirven de casi nada
2.Casi todos los países actúan tarde
3.No se quiere aprender de la experiencia de otros países
4.La dependencia de los proveedores nunca puede ser de un 100 % de otro pais, asegurar un minimo de un 20 % local es necesario, para al menos poder aguantar dos meses sin roturas de stock y de suministros
5.Siempre hay que tener un plan de contingencias para imprevistos que evalúen los riesgos, con protocolos de actuación
6. Inversión en Ciencia
Sí la ciudadanía fuera responsable y se quedara confinada en sus casas, no había necesidad de estar poniendo fronteras.
ESPAÑA INFECTADA PERO UNIDA.
El president Quim Torra demana el confinament de Catalunya
com s’ha fet a Igualada. Ofereix col.laboració solidaria.
El Govern espanyol s’hi nega perque no vol parlar de territoris ni de fronteres, Menteix un cop mes. S`ha vist obligat a tancar les fronteres amb França i Portugal
I es que l’ autoridad única «competente» (Pedro Sánchez) és un incompetent en la lluita contra el coronavirus com es demostra cada dia amb el creixement de la pandèmia i l’increment del número de morts, sobretot a Madrid.
La capital de l’estat i la Comunidad de Madrid també hauria de ser confinada per evitar la propagació incontrolada del virus letal.
Pero l’autoritat ùnica «competente» (?) opta per gastar una gran quantitat de diners en un desplegament militar enlloc de destinar-los a necessitats sanitàries i socials.
Pedro Sánchez i Pablo Casado prefereixen una «España infectada pero unida»
El del PP fins i tot utilitza la pandemia per exaltar la «España eterna».
Dons no.
Ni Espanya eterna.
Ni Espanya mítica.
Ni Espanya militar.
Ni Espanya monárquica.
Ni Espanya amb mando único «competente»
Ni Espanya infectada
Els temps estan canviant a la península ibèrica
El M H President, no té cap valor personal poer aconsellar a ningú. Sols als gros i cada vegada son mens.
Era un cisne negro esperado.
Cerrar las fronteras es un intento de tranquilizar a las personas. Pero si Francia confina a su población y solo permite el desplazamiento de personas sin riesgo cuál es la utilidad de la frontera? En realidad se han cerrado porque la UE ha fracasado en llegar a un acuerdo común. Cada país ha hecho lo que ha querido. Polonia ha dejado, parece ser, bloqueadas a las Repúblicas Bálticas.
Lo más grave es que las autoridades políticas sabían por múltiples informes que esto podía pasar y no se prepararon, es pera un cisne negro muy posible. La economía actual solo sirve para destruir a la sociedad, con un papel destacado de la UE, con los países ricos al frente. Europa recoge lo que ha sembrado.