La cuarta temporada de la serie The crown es la continuación de las intrigas dramatizadas alrededor de la reina Isabel II, de su entorno, de la política británica y de la evolución de la historia contemporánea desde que en 1952 sucedió a su padre, Jorge VI, estando de vacaciones con el duque de Edimburgo en una reserva al oeste de Kenia. En una semana he visto los diez capítulos de la cuarta serie en la que aparecen dos nuevos personajes con carácter y ambiciones contrapuestas alrededor de la reina.
Lady Diana Spencer y Margaret Thatcher son las dos mujeres que constituyen los nuevos quebraderos de cabeza para otra mujer, la reina, que ha recibido en Buckingham Palace a todos los presidentes norteamericanos, desde Harry Truman hasta Donald Trump, y ha lidiado con todos los primeros y primeras ministras desde Winston Churchill hasta Boris Johnson.
Inglaterra va deslizándose lenta y suavemente hacia el declive que han experimentado los imperios. Y lo hace con estilo y levantando acta de los plácidos momentos de una decadencia escenificada por un pueblo que se ha configurado por las tragedias y los dramas de William Shakespeare, posiblemente el más grande de los ingleses.
Es una coincidencia no buscada que el reinado de Isabel II empezara el mismo año que en un teatro del West End londinense se estrenara La ratonera , la obra de Agatha Christie más emblemática, que ha venido representándose ininterrumpidamente hasta hoy en el St. Martin’s Theatre. Han pasado tres generaciones de actores porque los intérpretes de una obra que ha permanecido diariamente durante 68 años en cartelera han ido muriéndose y han sido reemplazados por nuevas hornadas de actores.
¿Qué tienen en común la reina y Agatha Christie? Que han durado y siguen atrayendo el interés y la curiosidad de los ingleses y del mundo entero. La otra similitud es que para escenificar La ratonera y el largo reinado de Isabel II hacen falta varias generaciones de actores.
El guión de The crown , escrito por Peter Morgan, es la recreación de un drama basado en hechos históricos pero no necesariamente del todo fieles a la realidad. En esta cuarta serie, transcurrida en los años ochenta, que muchos recordamos por haberlos vivido de cerca como corresponsales, han surgido dudas sobre si los hechos magníficamente escenificados ocurrieron tal como el guionista los dibuja.
Da lo mismo. La serie es de tal calidad estética, tan bien interpretada, con mansiones y palacios que adornan el campo inglés, que puede substituir a la realidad como la gran literatura es a veces tan verosímil como la misma historia. Tras ver los cuarenta episodios de las cuatro series me ha venido el recuerdo varias veces de Orgullo y prejuicio, de Jane Austen. Pienso en Guerra y paz, de Tolstói, o en los Episodios nacionales, de Pérez Galdós, gran literatura que suplanta a la historia o, por lo menos, construye relatos absolutamente creíbles.
Lady Di pasó de ser una adolescente anónima a convertirse en la mujer inglesa más emblemática de su generación. Emma Corrin hace un papel insuperable de una sobrevenida a las rígidas normas y costumbres de la familia real en la que el sentido del deber de Isabel II no permite que nadie se salga del papel en la comedia que tiene que representar. Curiosamente, casi todos, empezando por el duque de Edimburgo, burlaron los cánones invisibles que la misma reina pretendía implantar para que la corona no fuera arrojada a la papelera de la historia.
La ruptura y el divorcio con el príncipe Carlos se precipitó cuando la misma Diana ofreció una entrevista a la BBC en la que reconocía que su matrimonio había fracasado desde el principio puesto que su marido estaba enamorado de Camilla Parker Bowles. Dijo: “Éramos tres en el matrimonio, un poco tumultuoso”. Fue el principio del fin. El divorcio llegó enseguida y la muerte en accidente bajo un puente de París es de todos conocida.
No queda bien el príncipe Carlos que utilizó a Diana como un florero que se le rompió en las manos pero arrebatándole la fama y el cariño de los ingleses por la Princesa del pueblo . El machismo real también existe. La reina se vio forzada por el gobierno Blair a bajar de Escocia para asistir a los funerales de Estado en la abadía de Westminster.
Otra mujer aparece en el horizonte con una ideología ultraliberal y un compromiso para cambiar la sociedad británica. Margaret Thatcher, hija de un tendero, es también una sobrevenida en el universo de la reina. Pero es primera ministra. Uno de los episodios más tensos es la conversación dialéctica en la que Isabel II quiere salvar el Estado de bienestar que Thatcher se ha propuesto destruir.
Como se sabe, es Thatcher la que gana el envite pero la última palabra la tiene la reina cuando la recibe al perder el poder por la rebelión de su gobierno y de su partido tras once años en el cargo. La primera ministra se despide con la espina clavada de la traición de los suyos. La reina le cuelga la medalla de la Orden del Mérito y le dice amablemente que “el poder sin autoridad no es nada”. Que pase el siguiente. Y así, desde Winston Churchill.
Publicado en La Vanguardia el 25 de noviembre de 2020
Sr. Foix : … » el poder sin autoridad no es nada «
Su última frase lo define todo.
Al Sr. Foix todo lo anglofilo le gusta y lo regusta.
No soy de series, cuanto menos esclavitudes mejor.
Soy un aficionado y practicante del ajedrez y ahora esta en el candelero la serie Gambito de Dama que parece que esta muy bien, pero va por Netflix y a mi no me pillan (de momento)
Aqui en las españas y referente a la familia real podriamos titular la cosa como The Brown.
Vaya marron tot plegat!
Sr.Foix: Good save the Queen…
He visto esta serie, y coincido en gran medida con el análisis del Sr. Foix. Me gustaría destacar el machismo que se expone sin paliativos. Así como las apariencias estéticas que esconden una especie de jaula de oro, dónde casi nadie es feliz. Una serie recomendable y que engancha. Sobria y con actores muy buenos.