LA NOTA – El Periódico, por Joan Tapia.
Saber disfrutar la decadencia.
El 95º aniversario de la reina Isabel ha vuelto a confirmar la resiliencia de la monarquía
Hacía poco de la tormenta en la familia real por la disidencia del príncipe Enrique y Megan Markel, pero la muerte del duque de Edimburgo, a punto de cumplir los 100 años, lo cambió todo. Y la imagen de Isabel II, que ha cumplido 95 años y reina desde 1953 -el reinado más largo desde Luis XIV de Francia, muerto en 1714- ha sido el centro de la actualidad. ¿Por qué esta gran notoriedad y resiliencia de la monarquía pese a la conducta discutible -y criticada- de destacados miembros de la familia real?
Lluís Foix, que fue corresponsal en Londres y vio la llegada de Margaret Thatcher al liderato conservador y luego a Downing Street, lo aborda en su reciente libro ‘Una mirada anglesa’ (Columna Editorial), en el que explica la Gran Bretaña que conoció y su posterior evolución. Constata que la monarquía británica es la más consolidada del mundo, que las dinastías cambian, los reyes abdican, las interioridades más intimas de la familia son difundidas, “pero es igual, cuanto más criticados, más reverenciados”. Y cita al rey Faruk de Egipto: llegará un día que solo habrá cinco reyes, los cuatro de la baraja de cartas y el de Inglaterra.
Pero la monarquía es solo uno de los signos de identidad de Gran Bretaña. Para Foix su gran clave es “la desconfianza en las abstracciones que ha dado a los ingleses una larga experiencia de tolerancia y una irónica inmunidad a todo lo que pretende ser definitivo”. Hay un punto de medievalismo en una sociedad que sabe combinar lo antiguo con lo moderno y en la que coexiste una monarquía de formas muy tradicionales con una sólida democracia parlamentaria.
Y el partido conservador (“son conservadores porque tienen mucho que conservar”) es el que más años ha gobernado. El mérito es haber tenido un gran imperio, dominado el mundo, ganado dos guerras mundiales -con la resistencia en solitario de Churchill frente a Hitler- y luego haber sabido vivir con «deportividad” con la decadencia, que aceptan, y puede ser larga y dulce.
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En su reciente libro, ‘Una mirada anglesa’, Lluís Foix explica las claves de la Gran Bretaña que conoció y de su posterior evolución
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Los ingleses son pragmáticos y nacionalistas y Foix no acaba de entender por qué, con el Brexit, la mayoría y buena parte de su clase dirigente ha preferido el nacionalismo. Aunque da pistas al remarcar que Mitterrand no quería la unificación alemana tras la caída del muro, pero que hay fotos del presidente francés y el canciller Helmut Kohl en la puerta de Brandeburgo. Y no existen esas fotos de Kohl con Thatcher. ¿Los ingleses, que recuerdan su historia, se sienten más cercanos a los americanos, que tienen la misma lengua y que les salvaron en las dos guerras mundiales, que de los alemanes que bombardearon Londres sin piedad y son hoy la primera potencia de la UE?
Foix explica, sugiere, pero no pretende conclusiones definitivas, solo aproximaciones. Como un avión de reconocimiento que planea sobre un territorio y registra sus características. La decadencia la ejemplifica en el fracaso de la expedición de Suez en 1956 -por impositivo americano- que acabó con la dimisión del primer ministro Anthony Eden. La conformidad con el declive en un mitin de Harold Macmillan, el conservador que le sucedió, diciendo: “Nunca habéis vivido tan bien…la prosperidad invade toda la nación”.
Luego el thatcherismo agrietó el Estado del bienestar que los laboristas construyeron en 1945. Y el Brexit divide a la sociedad y amenaza el futuro. Ahora los que querían “retomar el poder” (de Bruselas) se arriesgan a que el independentismo escocés “para quedarse en Europa” sea más fuerte que el anterior “para tener un Estado propio”
Pero Inglaterra conserva vitalidad, como la rapidez en la vacunación contra el coronavirus, que es hoy la envidia de la UE, o la celeridad con la que el fútbol británico ha derrotado a la ‘Armada Invencible’ de Florentino Pérez.
Foix explica también la vida periodística en el Fleet Street de la época y sus viajes por el antiguo imperio. Un libro ameno que muestra un país en el que la mayoría de los primeros ministros salen de Oxford o Cambridge, pero en el que el 40% de los médicos no son blancos. Y en su capítulo final se inclina: ¿qué habría pasado si Hitler hubiera ganado la guerra, o si solo Stalin hubiese sido el vencedor? No pasó, porque Gran Bretaña supo resistir.