Ni la imaginación ni el realismo abundan en la política española. Se repiten los errores. No se mira al retrovisor, que diría el poeta Joan Margarit. Catalunya es el gran problema de la política territorial española. Se repiten las situaciones y se aplican medidas que fracasaron.
Pedro Sánchez da un paso arriesgado con la intención de indultar a los presos independentistas catalanes. Va en contra de la opinión publica española, en contra de lo que piensan la mayoría de socialistas y en contra de un buen número de catalanes que no consideran necesario el indulto. El ministro Ábalos dice que el gobierno asume el coste de los indultos si consigue normalizar la convivencia y la política en Catalunya. Es una decisión muy arriesgada pero firme.
Los dados están echados y la derecha encara la cuestión de los presos como el atajo para desalojar a Pedro Sánchez de la Moncloa. He consultado las experiencias de Manuel Azaña en su Rebelión en Barcelona. Vino al funeral de Jaume Carner, su ministro de Hacienda en el primer bienio republicano, y fue acusado de haber instigado el golpe de Lluís Companys el 6 de octubre de 1934.
En su detención en un barco anclado en el puerto de Barcelona escribe que “pasó la política que fundó el régimen aquél; pasó el imperialismo español, la gloria y la grandeza, y hasta la capacidad de alentar el heroísmo; pero no ha desaparecido la propaganda; la doctrina ha subsistido año tras año, y así se da el caso de que Felipe II, en la segunda República, tiene más partidarios que cuando gobernaba en El Escorial.
La cuestión catalana se intenta abordar por la derecha española con la ley, el orden, sin tener en cuenta la compleja realidad que se remonta al final de los Austrias y la guerra de Sucesión a la corona española. Y aquí tenemos a Pablo Casado metiendo los pies en el mismo jardín que estropearon los jardines cuantos se enfrentaron a la cuestión catalana sin tener en cuenta las emociones ni la racionalidad.
Casado ha ordenado recoger firmas contra las intenciones de Pedro Sánchez de indultar a los presos independentistas. Es lo mismo que ordenó Mariano Rajoy en 2006 contra el Estatut de Catalunya. Reunió más de cuatro millones de firmas y las presentó triunfante en el Congreso. No sirvió de nada.
No es cuestión de reunir firmas ni de crear un ambiente propicio para castigar al partido del gobierno. Pueden echar al PSOE del gobierno pero el problema catalán persistirá. Y la confrontación, ni por parte socialista o popular, no conducirá a ninguna parte. Son aconsejables las palabras de Cambó en el Congreso en 1934, después del 6 de octubre de 1934; “No os hagáis ilusiones. Pasará este Parlamento, desaparecerán todos los partidos que están aquí representados, caerán regímenes, y el hecho vivo de Catalunya subsistirá”.
La cuestión catalana no puede ser utilizada para ganar elecciones o para echar el gobierno de turno. Es un error político. Falta inteligencia política, conocimiento de los problemas, buscar soluciones pactadas, razonables, dialogadas. Ya sé que esto no lo compra nadie. Pero la fuerza política no llegará muy lejos sin la confianza mutua.