Por fin se tomó la decisión largamente esperada. Los ministros de Economía del G-20 decidieron en Venecia que las grandes empresas digitales paguen impuestos allí donde operan. Esta medida está todavía en proceso de concreción, pero significa el primer enfrentamiento serio entre los gigantes tecnológicos ylos estados en los que vendensus servicios. Es una medida de alto voltaje político.
El debate no es de carácter económico sino democrático. José María Lassalle ha escrito un magnífico ensayo, El liberalismo herido , en el que habla de la erosión de las libertades en las democracias neoliberales, como se puso de relieve el 6 de enero de este año con la ocupación del Capitolio por una multitud ciberdirigida, detrás de la cual estaban quienes no querían aceptar la derrota de Donald Trump y la victoria de Joe Biden.
Lassalle resalta que el fracaso de aquel intento de golpe de Estado no se debió a la resistencia de la guardia nacional de Washington DC sino en la decisión de bloquear las cuentas de Twitter, Facebook, Instagram y YouTube de Trump.
La insurrección se frustró en medio de las grotescas imágenes en el asalto y en el interior del Congreso. Pero se puso de relieve la debilidad extrema de una democracia liberal que institucionalmente no pudo frenar la intentona. No hay que olvidar que Biden no tomaría posesión hasta el 20 de enero y, por lo tanto, Trump era de hecho todavía el comandante en jefe.
Aquel fatídico día demostró que la soberanía digital que actúa sobre los algoritmos podía ser independiente de la soberanía democrática. La conclusión es que quienes controlan internet y las redes se han hecho imprescindibles para los políticos, pero los gobiernos no controlan a quienes pueden tomar decisiones muy relevantes que afecten al sistema democrático. Esto significa, dice Lassalle, que los gigantes tecnológicos desempeñan el papel de guardianes en la sombra de un poder político democrático que los necesita para sobrevivir. Los políticos necesitan las redes pero pueden ser sus víctimas.
La iniciativa de bloquear las cuentas de Trump no fue a instancias de un fiscal o de un juez sino la decisión de una elite de propietarios tecnológicos que actuaron por cuenta propia. La pregunta es elemental: ¿quién controla al controlador? Si la supervivencia de la democracia liberal depende de una decisión que está fuera de las instituciones del Estado, estamos reconociendo que el gobierno democrático no es plenamente soberano.
Estaríamos en una democracia sin contrapesos, fuera de control, transportada por corrientes de opinión fabricadas en la sombras indescifrables de los algoritmos, en las mentiras o en los intereses ilegítimos o ilegales difícilmente identificables.
Está muy bien que las grandes corporaciones tecnológicas paguen los impuestos allí donde generen sus negocios. Pero queda un largo recorrido hasta neutralizar a las democracias populistas que se han subido al carro digital sobrevolando las instituciones y lanzando mensajes que llegan directamente a millones de seguidores que no tienen medios para verificar si son ciertos o falsos los hechos que se les anuncian.
Las guerras del futuro se librarán primero digitalmente y, quizás pero no necesariamente, en los campos de batalla tradicionales. Las libertades, en todo caso, están amenazadas por las plataformas que piensan más en el negocio que en el bien común y la democracia.
Publicado por La Vanguardia el 14 de julio de 2021
¿y todo lo positivo?Millones de empleos creados, millones de procesos mas baratos y mas rapidos, millones de nuevos ciudadanos en el mundo con mas necesidades cubiertas. El problema grave seria si no hubiesen revoluciones tecnologicas cada cierto tiempo, si se estancase el conocimiento, porque no se crearia ni valor , ni trabajo. Asi que mientras la economia fluya y se crean productos, se cubren necesidades, que hay efectos colaterales, pues claro ,ahora y hace dos siglos.
Todo un Premio Nobel de Economia como Paul Krugman dijo en su dia que internet supondria un avance como en su dia el del fax. Aun con el Nobel, demostro una vez mas lo que el recordado profesor Estape nos decia de modo recurrente de que los economistas lo que adivinamos bien es el pasado.
Los premios Nobel asi van de devaluacion en devaluacion llegando al culmen de la estulticia al darle el de la Paz a Obama a los dos dias de llegar a la Casa Blanca.
El gran hermano efectivamente es internet y las redes en las que maniobran un puñado de personajes que fan i desfan segun su capricho e interes totalmente al margen de la democracia y el interes general.
El `Sentido Común` de Thomas Payne fue impreso en las colonias inglesas en Norteamérica y jugó un importante papel en la revolución americana movilizando al personal en las barricadas en contra de la metrópoli inglesa. ‘Los cuadernos de queja’ constataron toda una serie de agravios en la Francia prerrevolucionaria en tiempos de Luis XVI. Y ‘las cintas grabadas por Jomeini’ pasaron en Irán de mano en mano para agitar a las masas en contra del Sah Mohammad Reza Pahlavi.
No obstante, se me hace difícil de ver cualquier revolución en la historia en la que pudiera haber tenido un papel un gigante tecnológico, un gran poder de comunicación autónomo, o extranjero, sin sus respectivos intereses. Lo más probable es que hubiera estado al servicio de quién detentara el poder o que este se antepusiera al mismo.
En ‘la revuelta árabe’ de la que ya nadie se acuerda y que se afirmó que iba a traer la democracia al mundo árabe, y lo que trajo -con la excepción de tunecina- fue la guerra civil o el restablecimiento de la dictadura, jugaron un papel las redes sociales hasta que fueron neutralizadas en los países donde eran usadas. No fueron cortadas de raíz porque sus servidores se encontraban a miles de kilómetros de donde eran usadas para coordinar a sus usuarios revolucionarios.
Hoy Cuba ante unas protestas ha cortado Internet porque no se fía. Pero me pregunto qué pasaría ante algo parecido en un país democrático en el que los gigantes tecnológicos tuvieran intereses importantes: cortaron las cuentas de Donald Trump, marcando claramente las líneas rojas que no deben traspasarse, pero en China el régimen tiene controlado lo que sus habitantes pueden consultar por Internet. No hace falta irse tan lejos en nombre de las ‘fakenews’ o de la transgresión de los principios y filosofía de estos gigantes las empresas pueden limitar, borrar, o bloquear los contenidos y cuentas a discreción.
Las redes sociales se han extendido tanto que aparentemente alguien podría pensar que son una extensión de nuestra democracia, o de nuestra revolución, sin embargo, la mayoría ha olvidado que no son neutrales y que están en manos de empresas privadas con sus normas y su debida cuenta de resultados. El error del sistema que traerá más democracia o la dictadura se moverá por subversivamente por los lindes legales y empresariales, y jamás se sabrá a que oscuros intereses rinde sus cuentas.