El traspaso inesperado de Rosa Maria Piñol ha suscitado elogios transversales desde los ámbitos del periodismo, de la política y de la cultura. Se ha resaltado su ironía, su sonrisa natural y su conocimiento exhaustivo de la cultura catalana. Yo añadiría el rasgo de tener criterio propio sin tomarse excesivamente en serio a sí misma, limitándose a contar lo que pasaba en los cenáculos de la cultura catalana sin pretender cambiarlos. Entiendo que un buen periodista es aquel que se dedica a contar lo mejor que pueda las cosas que pasan y no a forzar que pasen las cosas que le gustaría que ocurrieran. Sin tremendismos y sin fantasías. Con buen humor y con la solvencia de los datos.
Rosa Piñol vivió el salto del periodismo analógico al digital, construido sobre la inmediatez, los sentimientos, los impactos y las cosas fugaces. Entró en la redacción de este diario el primero de enero de 1984 y venía ya muy leída y bregada en los inacabables debates culturales que ha vivido el país desde hace generaciones. Y así seguirá hasta el fin de los tiempos.
Es difícil medir la cultura de un periodista o un escritor, de cualquier persona, sin conocer el alcance de sus lecturas. El tiempo borra el recuerdo de lo leído, pero queda el poso desdibujado de las muchas horas deslizando la vista por textos importantes. La buena cultura es como la sazón que dejan las lluvias lentas y persistentes de invierno hasta humedecer las más profundas raíces de árboles centenarios. La lectura superficial, como la comida rápida, se asemeja más bien a las tormentas de verano que despliegan aparatosos rayos y truenos, incluso inundaciones peligrosas, pero no dejan poso porque las aguas pasan rápidas y se precipitan hacia los ríos y al mar. Rosa amontonó cientos de horas de lecturas. Y se notaba aunque no hablara de ellas.
Entre los muchos recuerdos que he leído me interesa resaltar el que hacía ayer Rafael Jorba en El Periódico . Habían trabajado bastantes años juntos en este diario. Decía que “en la hora del adiós, con más de cuatro décadas de vida profesional, su figura se inscribe también en la senda de las mujeres periodistas que rompieron el techo de cristal de un oficio que aún hoy acumula demasiadas dosis de testosterona”.
El periodismo no puede ser homogéneo ni rectilíneo. Pero ha de huir del sectarismo y dejar de alinearse a pies juntillas a consignas de partidos, de gobiernos o de cualquier institución que instrumentalice la información con propósitos inconfesables. Cuando el sectarismo mediático o cultural es una prolongación o un espejo de las lógicas divisiones políticas deja de ser un referente solvente. Es muy preocupante comprobar cómo en las democracias liberales muchos periodistas soldado han entrado en batalla, no al servicio de los intereses públicos y cívicos sino combatiendo a supuestos enemigos que no comparten los mismos criterios que suelen ser siempre discutibles.
La política es contradicción y la democracia no es una situación estable. Cuando se acaba un problema aparece otro y así sucesivamente. Es preocupante ver la admiración que generan gobiernos o regímenes autoritarios que pretenden demostrar que sin libertad y sin la necesaria discrepancia interna o externa se vive mejor. Entiendo que no puede ser así.
El periodista polaco Ryszard Kapuscinski dejó escrito que “para ser buen periodista se ha de ser buena persona”. Añadiría que, además, ha de ser culto, viajado si es posible, y con una visión ética de las cosas de la vida. Y, sobre todo, ha de ceñirse a los hechos para que sus opiniones tengan credibilidad. A Georges Clemenceau, médico y periodista, también primer ministro de Francia durante la Gran Guerra, le preguntaron qué diría la historia sobre aquel conflicto. Contestó: “No sé qué dirá… pero lo que seguro que no dirá es que Bélgica invadió Alemania”.
Rosa Piñol se movió siempre en el ámbito de la cultura conviviendo con maneras mediáticas muy distintas de ver la realidad. Supo navegar por los mares de la discrepancia con la sonrisa en los labios, intentando comprender al otro, afablemente, sin pisar las flores de los jardines ajenos. El periodista culto no es aquel que sabe mucho de todo sino el que sabe colocar cada cosa en su sitio. He tenido el privilegio de tratar a muchísimos colegas, los de antes y los de ahora, cargados de sabiduría y de sentido común, de conversación fácil y afable, con ideas propias, pero no sectarias. Rosa está entre los muchos que han pasado por esta casa.
Publicado en La Vanguardia el 11 de agosto de 2021
Un obituario en contexto a partir de una buena persona. Una persona buena. Excelente.
Asimismo entrañable el recuerdo de Julia Guillamon hoy en LV hacia Rosa Piñol, que en paz descanse.
No la conocia, pero estoy muy de acuerdo con lo que dices.
Un saludo