De repente se nos han planteado una escasez de productos energéticos, de materias primas, de mano de obra y un insuficiente transporte de bienes asiáticos a mercados occidentales. La economía de la precariedad conducirá necesariamente a levantar barreras proteccionistas y a una cada vez mayor intervención del Estado en los mercados y en la productividad.
Hay escasez de materias imprescindibles para mantener las grandes cadenas de producción. China es la mayor fábrica de chips y de productos manufacturados. Los hace en cantidades industriales y baratos. No tienen que pasar por las reivindicaciones sindicales ni tampoco por las protestas sociales.
Decía el malogrado Tony Judt que no hay ninguna razón para suponer que la globalización económica se traduzca en libertad política. La apertura de China y otras economías asiáticas no ha hecho más que transferir la producción de las zonas de salarios altos a las de salarios bajos. “China no es solo un país de salarios bajos, sino, sobre todo, de derechos bajos, y el llamado capitalismo chino, lejos de liberalizar las condiciones de las masas, contribuye aún más a su represión”, comenta Judt.
No hace tanto tiempo que Henry Kissinger engañó a los periodistas que le seguían en Pakistán para confundirlos mientras se subía a otro avión que no iba a Europa, sino que secretamente se dirigía a Pekín en 1971 para preparar la visita oficial de Richard Nixon en febrero de 1972 y que supondría siete días de encuentros con Mao Zedong para una gradual apertura de capitalismo autoritario que ha convertido a China en la gran rival de Estados Unidos. Kissinger, a sus 98 años, es posiblemente uno de los estrategas más notables de la política norteamericana desde que hace más de setenta años hizo su tesis doctoral sobre el Congreso de Viena, que puso fin a las guerras napoleónicas.
Se ha gestionado con éxito la salud del euro, Schengen, la crisis del 2008, el Brexit y la pandemia
Un dato relevante es que el año pasado, en plena pandemia global, más de cuatrocientos mil chinos se graduaron con el título de ingeniero en sus diversas especialidades. No solo es una fábrica de coste bajo, sino también una potencia tecnológica de primera magnitud que se mide con las grandes empresas de Silicon Valley. Un capitalismo autoritario.
Después del discurso primario y populista de Donald Trump vino la esperanza de que Joe Biden volvería a rehacer las alianzas que ligaron Estados Unidos y Europa durante buena parte del siglo pasado. No se puede olvidar que Estados Unidos entró en guerra dos veces, en 1917 y 1941, para librar a los europeos de sus propios fantasmas y guerras civiles de carácter universal.
El discurso del presidente Biden parecía recuperar los viejos vínculos económicos y militares con Europa. No los ha roto como pretendía Trump, pero se ha ido con su poderío militar y sus prioridades políticas al Pacífico. No es que no le interese Europa, pero su prioridad no es la Alianza Atlántica, sino una nueva guerra fría que se está planteando entre China y Taiwán y en el Sudeste Asiático con nuevos aliados en India, Australia, Japón y, a modo testimonial, en la Gran Bretaña de Boris Johnson.
La Unión Europea tiene que replantearse el modelo de producción económica y de seguridad colectiva aunque solo sea para preservar las libertades, los valores y el Estado de bienestar, que es la aportación más valiosa que ha hecho Europa al mundo.
Gran Bretaña pensó que su ruptura con Bruselas comportaría el principio de un declive imparable de un invento de franceses y alemanes. El euro, el espacio Schengen, la crisis financiera del 2008 y la pandemia se han superado con criterios más o menos homogéneos. Polonia y Hungría pueden rechazar la superioridad de las leyes europeas sobre las nacionales. Pero los dos países se han apresurado a negar que pretendan la ruptura con Bruselas.
Por dos razones fundamentales: porque rechazarían los cientos de millones de euros que están previstos en los fondos de recuperación y porque la opinión pública de esos dos países que estuvieron bajo el control del Kremlin durante cuarenta años es mayoritariamente proeuropea. En todo caso, hay que preservar el estilo de vida y las libertades de Europa sin cerrar la puerta a las oportunidades comerciales con el resto del mundo. Y, sobre todo, es hora ya de disponer de un sistema de seguridad propio para poder competir desde los valores y la justicia con todo el mundo. Y esta prioridad cuesta mucho dinero.
Publicado en La Vanguardia el 13 de octubre de 2021
En Europa vamos a pasar un invierno «fresquito» y le daremos la culpa a Putin.
Kissinger, que inauguro los Nobel de la Paz deplorables es culpable de mil tropelias criminales en Sudamerica, sea cual fuere el titulo de su tesis doctoral.
La mayoria de semiconductores se fabrican en Taiwan con maquinaria de ASML holandesa.
China tiene su Lehman al caer y se llama Evergrande, una estafa Ponzi a lo bestia enladrillando desde Vuhan hasta Mongolia.
La deuda hundira el sistema.
Europa necesita un cambio en su estrategia de defensa. Los países que tienen más poder geoestratégico son potencias militares: EE.UU., China y Rusia; a otro nivel: Israel, Pakistán, India y Corea del Norte. Europa no posee disuasión en ese ámbito, solo la francesa. Todos desearíamos un mundo sin ejércitos, si armas y sin guerras, pero los hechos demuestran que esto no se ha alcanzado y que la situación es la contraria. Es lamentable, pero es así.
El coste es enorme. Corea del Norte está en situación alimentaria crítica, prácticamente se padece hambre según informes a la ONU; sin embargo, sigue produciendo misiles balísticos e hipersónicos. Corea del Sur tiene un capitalismo muy competitivo pero poco humano, no es moderado, en ningún lugar. Y China, como nos dice els Sr. Foix, es una dictadura capitalista/comunista con unas reglas de juego difíciles de entender por occidentales democráticos.
Europa debería fabricar sus propios semiconductores y chips. También decidir algo para no depender del gas. En estos momentos, parece que la precaución que condujo a no instalar más centrales nucleares nos pone en una situación difícil. La energía nuclear es peligrosa, sí, como también la generación masiva de CO2 que continua y es necesaria para producir coches eléctricos y hacer funcionar el AVE que no puede ser alimentado solo con energías renovables en estos momentos. No es sencillo, está claro, pero los retos son los que han hecho avanzar a nuestras sociedades. El precio de poder tener muchos objetos baratos (sueldos bajos) nos ha convertido en rehenes de los sistemas políticos que no respetan los derechos humanos.