La política ha cambiado porque las sociedades democráticas están más fragmentadas y es difícil coser por arriba lo que se ha desgarrado por abajo. Las políticas de brocha gorda, rectilíneas, en blanco y negro, improvisadas, no se sustentan. El miércoles día 8 tomó posesión el nuevo canciller alemán, Olaf Scholz, setenta y tres días después de celebrarse las elecciones el 26 de septiembre. Un pacto tripartito, contenido en 177 páginas, dio luz verde al Gobierno semáforo de troncalidad socialdemócrata pero con ingredientes verdes y liberales.
Alemania, ahora sin Merkel, se mantendrá en la centralidad de la política europea como las gabarras que se deslizan corriente abajo por las aguas del Rin. Habrá cambios, naturalmente, pero no experimentos innecesarios.Esta parsimonia en las discusiones para formar gobierno se ha experimentado en los Países Bajos, donde nueve meses después de las elecciones del pasado marzo se ha conseguido formar Gobierno con los mismos partidos de la legislatura anterior y con la repetición como primer ministro de centroderecha, Mark Rutte, que tendrá que obtener la mayoría suficiente del Parlamento, supuestamente en el día de hoy. El acuerdo no ha sido fácil ni rápido. Pero al final, los mismos partidos con sus líderes respectivos, básicamente los liberales de derecha y los liberales de izquierda, han alcanzado un acuerdo para reeditar la misma coalición.
Alemania y los Países Bajos, mientras tanto, han continuado con sus gobiernos en funciones combatiendo la pandemia y buscando una cierta estabilidad a las convulsiones que perturban la paz social en toda Europa. Francia está en vísperas de la campaña de las presidenciales con la incógnita de quiénes serán los dos personajes que se enfrenten en la segunda vuelta del mes de mayo. Macron parece un candidato seguro, pero no está claro quién será su contrincante. No está previsto que sea Éric Zemmour, de extrema derecha radical, a pesar de su presencia mediática desproporcionada y de su procedencia del conservadurismo clásico francés.
Los italianos han encontrado en Mario Draghi una fórmula imaginativa sin pasar por las urnas, pero con el acuerdo tácito o explícito del resto de los partidos. Con una condición: ninguno de los líderes de partido ha entrado en el Gobierno formado por 23 ministerios.
La fórmula británica ya no es un referente porque está basada en las mentiras y en las excentricidades de un Boris Johnson que esconde poca inteligencia política bajo su despeinada cabellera rubia.
En España vivimos en un sobresalto constante. No solo por el lenguaje de confrontación que se lanza en todas direcciones en el Congreso, sino también por la fragilidad del Gobierno de coalición que se construyó en 48 horas por dos personajes que ya no están en primera línea, como son Pablo Iglesias e Iván Redondo. El adversario más incómodo de Pedro Sánchez está dentro de su propio Gabinete. Si en muchos países europeos se pacta tras largas negociaciones, aquí se pacta pronto y apresuradamente, con acuerdos que dependen de las ambiciones personales de los dos principales gallos del gallinero.
Si el escenario madrileño lo trasladamos a Catalunya, no varía mucho. Tenemos un Govern cuyos dos partidos discrepan abiertamente en cuestiones fundamentales con una CUP que actúa como guardián de las esencias y con unos comunes que salvaron a Torra en los presupuestos y ahora se pondrán a las órdenes de Aragonès para aprobar las cuentas.
Publicado en La Vanguardia el 15 de diciembre de 2021
El dilema de Europa es ser o no ser. Y en la definición de que ser está el problema. Es un proceso muy lento y difícil. Aunque parezca muy alejado de la situación política en España tiene puntos en común. Problemas territoriales entre soberanías y la tensión debida al resurgimiento de la ultraderecha con mensajes y discursos de triste recuerdo. La ultraizquierda es otro elemento a tener en cuenta, no cree en el sistema actual y su opción es también muy radical; su visión de la democracia no es liberal.
Los antivacunas muestran el lado irracional y una defensa equivocada de una libertad individual totalitaria. El debate es imposible con argumentos viscerales.
En Asia, con sus problemas, existe un mayor consenso de grupo. No son mejores, pero necesitan pensar en el grupo.
Ayer leí, creo que en un artículo de El País, que en el viaje de Scholz a París uso el inglés. Esta lengua actualmente es la que usan sin intérpretes los presidentes de varios países de la UE: entre ellos los de Italia, Francia, Alemania y España. Es un detalle interesante.