Dos hechos de gran relevancia política de este siglo pudieron ser vistos en directo por millones de norteamericanos y por el mundo entero. El 11 de septiembre del 2001 contemplamos con estupor cómo las dos Torres Gemelas de Manhattan eran derribadas por aviones comerciales de Estados Unidos y ello causaba la destrucción de los edificios más emblemáticos de las finanzas americanas y la muerte de más de tres mil personas que estaban en las torres. El terrorismo de procedencia yihadista atacaba directa y masivamente en tierra americana. El diario francés Le Monde tituló al día siguiente: “Nous sommes tous américains”, todos somos americanos.
Era un ataque externo, urdido y perpetrado desde el interior, a la primera democracia del mundo. Hubo un acuerdo de la ONU para derrocar a los talibanes de Afganistán que se suponía que habían organizado la matanza desde Kabul. El siglo empezó con un acto de guerra que nada tenía que ver con los conflictos bélicos que en el siglo anterior mataron a más de 80 millones de personas en acciones de guerra directas.
El otro hecho de gran relevancia política se produjo mañana hará un año en el Congreso de Estados Unidos con el asalto violento de grupos descontrolados que pretendían anular los resultados de las elecciones presidenciales y que habían recibido el aliento ideológico y mediático del presidente saliente, Donald Trump. Todos pudimos ver en directo aquella invasión que causó varios muertos al irrumpir violentamente en el Capitolio de Washington.
Se estaba celebrando la sesión conjunta del Senado y la Cámara de Representantes para refrendar los resultados de las elecciones. El vicepresidente Mike Pence había sido advertido por Trump que torpedeara la sesión y que no participara en la confirmación de la victoria de Joe Biden ya que se trataba de un robo electoral. Las consecuencias penales de aquellos graves sucesos todavía están en fase de instrucción un año después de haberse producido aquellos hechos insólitos. Los manifestantes irrumpieron en varios despachos, derribaron mesas, tumbaron muebles y arrancaron fotos de las paredes. No se había producido un asalto semejante al Capitolio desde los tiempos del presidente George Washington.
De estas dos impactantes noticias retransmitidas en directo caben extraer varias reflexiones. Una de ellas es la dificultad en controlar la información en unos tiempos en los que los servicios de inteligencia son incapaces de detectar cuanto ocurre en el subsuelo de cualquier sociedad moderna que ya no funciona con criterios verticales sino horizontales. Las informaciones, opiniones y consignas no pueden ser detectadas por los servicios de seguridad públicos. Tienen mucho poder sin ninguna responsabilidad.
Aquella algarada del 6 de enero del 2021 fue organizada con el conocimiento y el impulso de Donald Trump y de todo un entramado de ideas, intereses y ámbitos de poder que no tienen el Congreso de Estados Unidos como referencia del poder legislativo federal. No hay acuerdo sobre si fue un intento de golpe de Estado o una aventura de unos cientos de fanáticos contrarios a la democracia americana. Pero fue un acto de subversión del orden constituido tras unas elecciones.
Donald Trump ordenó la vuelta a casa de los asaltantes al ver lo grotesco de aquellas imágenes. También porque Twitter, Facebook y YouTube acabaron bloqueando temporal o indefinidamente las cuentas de Trump, con más de cien millones de seguidores.
Hizo bien Mark Zuckerberg, el director ejecutivo de Facebook y sus plataformas, incluida Instagram, en suspender indefinidamente las cuentas de Trump “por tener la intención de utilizar el tiempo que le queda en el cargo para socavar la transición pacífica y legal del poder a su sucesor electo”. Pero la gran cuestión es quién controla o ante quién ha de rendir cuentas el que toma una decisión de este calibre.
El tema de fondo más inquietante es que el poder puede ejercerse al margen de las instituciones democráticas porque un solo individuo, ya sea político o intelectual, tiene capacidad de llegar a millones de personas con mensajes tóxicos que ponen en riesgo la convivencia humana y la estabilidad de una sociedad. ¿Quién controla al que nos puede controlar a todos? Con frecuencia, el que domina más datos que hemos puesto voluntariamente a su disposición.
Publicado en La Vanguardia el 5 de enero de 2022
Buen artículo.
Todos vimos en directo como Trump alentaba a esta gente a ir al Capitolio y sabemos como terminó esto. Lo que no sabemos todavía es si la cosa se termina ahí o si fue un plan ideado por él o su circulo más cercano que pretendía dar un golpe de Estado, del que el asalto al Capitolio fuera la primera fase.
Sea una cosa o la otra Trump se fue de rositas, y me atrevo a decir que algo tuvo que ver el miedo a la reacción de sus seguidores que pudiera a ver si se actuaba contra su líder. No está nada claro que esa comisión que investiga los hechos resuelva algo en contra de Trump, pero lo que si va quedando claro es que Trump sigue teniendo mucho poder entre los republicanos y puede volverse a presentar en las próximas elecciones.
Los servicios de informacion oficiales se han esclerotizado por la desidia funcionarial que los corroe.
Los servicios de informacion no oficiales funcionan porque no estan sujetos a ningun control y reportan directamente a los que mandan aunque no gobiernen.
LLegados a este punto hay que poner en solfa al actual sistema democratico que esta petado sostenido por una partitocracia a su vez funcionarial, endogamica y ajena a los avatares del comun de la ciudadania.
El gran controlador de tot plegat va por libre y no rinde cuentas a nadie.