El deporte y la política viajan en paralelo hasta que una fatalidad les pone en contradicción. El boicot a los Juegos Olímpicos de Moscú de 1980 fue una represalia occidental contra la invasión soviética de Afganistán el 1979. Los siguientes Juegos de Los Ángeles 1984 fueron boicoteados por el bloque soviético en contestación a las acciones occidentales hacía cuatro años.
Juan Antonio Samaranch era embajador español en Moscú desde 1977 y a partir de 1980 fue presidente del COI. Tuvo que lidiar con la politización del deporte en plena guerra fría pero su capacidad diplomática evitó que ni Moscú ni Los Ángeles fueran un fracaso. Dejó de ser embajador y a partir de entonces fue la baza principal para que Barcelona fuera designada sede de los Juegos de 1992.
La guerra de Putin contra Ucrania ha teñido de lágrimas, emociones y gestos solidarios hacia un pueblo atacado. Muchas figuras del deporte se han pronunciado en contra la guerra y a favor de la parte más frágil. FIFA y UEFA han prohibido jugar a los rusos en las competiciones internacionales.
La final de la Champions no será en San Petersburgo sino en París. Habrá más protestas contra la guerra porque el deporte no es insensible a las injusticias que viven los pueblos. Pero nadie se siente cómodo en tomar represalias por razones políticas porque el deporte es una competición noble en la que se gana y se pierde siguiendo unas reglas con el característico “fair play”. Fue definido hace siglos como “cualquier cosa que los humanos encuentren divertida o entretenida”. Nada que ver con la guerra.
El deporte no destruye puentes entre países sino que los construye. Pero en tiempos tan dramáticos como la guerra que vive Ucrania el deporte no es indiferente hasta que se recupere una cierta normalidad.
Publicado en Mundo Deportivo el primero de marzo de 2022
Sanciones a Rusia ¿efectivas o efecto boomerang? https://articulosclaves.blogspot.com/2022/03/sanciones-rusia-efectivas-o-efecto.html