Putin pensó que sería un paseo

Los ataques del ejército ruso contra civiles en Ucrania muestran los intentos violentos de Putin para someter a un país independiente.

Puede que Vladímir Putin acabe ocupando las instituciones políticas, estratégicas y militares de Ucrania. La desproporción de fuerzas así lo hace pensar. Pero el presidente de Rusia ha subestimado dos factores que sus generales no habían previsto. Me refiero a la resistencia del pueblo ucraniano a una invasión injustificada que equivale a una declaración de guerra contra un país democrático. No ha habido una guerra relámpago instalando un gobierno amigo de Rusia, semejante al que existe en Bielorrusia.

El presidente Volodímir Zelenski no ha huido. Se ha quedado en su país y se ha puesto al frente de un mo­vimiento de resistencia que es muy probable que con­tinúe mientras existan tropas rusas en territorio ucraniano. La resistencia continuará aunque Putin cambie por la fuerza el gobierno de Kíev. Y no lo harán solo los militares sino parte de la pobla­ción que se ha alistado a la insurgencia contra los rusos­. En el Kremlin conocen la frustrada experiencia afgana de 1980 que acabó en fracaso.

La historia demuestra lo fácil que es ocupar total o parcialmente un país y lo difícil que es salir de él. La experiencia de las descolonizaciones europeas así lo certifica­ y los norteamericanos lo conocieron en Vietnam y más recientemente en Irak y Afganistán.

Otro factor inesperado de esta guerra no provocada contra Ucrania es haber promovido una unidad insospechada solo hace unos meses en la Unión Europea y en la Alianza Atlántica.

Ante situaciones adversas en Europa se suele señalar la decadencia de Occidente como ya lo hizo Oswald Spengler al término de la Gran Guerra en 1918. Las democracias no solo no son perfectas sino que viven en crisis permanentes. Es el precio de la libertad y la discrepancia en las sociedades plurales.

Cuando Hitler invadió Polonia el primero de septiembre de 1939, Churchill tuvo que esperar varios meses hasta que fue designado primer ministro. Inglaterra combatió en solitario hasta que más de dos años después F.D. Roosevelt se unió a la guerra contra el nazismo después del ataque japonés a Pearl Harbour. Las relaciones entre De Gaulle y Churchill fueron tormentosas, como prueba documentalmente el historiador francés François Kersaudy en un libro imprescindible.

El Kremlin no contaba con la resistencia ucraniana ni con la compacta unidad occidental
No hay unanimidades, afortunadamente, en las democracias. Pero cuando ven peligrar sus sistemas de vida o son atacadas por autócratas o tiranos, se defienden con uñas y dientes para no ser sometidos por la fuerza de las armas. Las dos grandes guerras del siglo pasado así lo constatan.

Lo que nadie había previsto es que la invasión de Ucrania, un país que no forma parte de las instituciones políticas y militares occidentales, promoviera una unidad política y de acción tan grandes como se ha comprobado en los primeros días de la guerra. Cuando Putin pone en alerta máxima el potencial nuclear de Rusia, induce a países neutrales como Suecia y Finlandia a que acaricien la idea de formar parte de la OTAN. El hecho de que Suiza, paraíso de todas las fortunas ocultas de la tierra, se haya sumado al duro paquete de sanciones económicas y financieras contra Rusia indica la soledad de un hombre que pensó que Occidente estaba en declive y que no reaccionaría ante una agresión militar contra Ucrania.

Polonia y Hungría, los dos países más anti inmigración de la UE, han recibido amablemente a cientos de miles de ucranianos que buscan protección y seguridad. Putin ha conseguido también que Alemania, asustada de su atroz pasado bélico, se haya comprometido a suministrar armas a Ucrania y a subir su presupuesto de defensa a un dos por ciento del PIB. Aunque ello signifique buscar alternativas a la energía que llega de Rusia.

La unidad occidental no es solamente para defender al pueblo y al Gobierno de Ucrania, sino para frenar a un Putin que niega la existencia del país invadido y que califica la desintegración de la Unión Soviética como la mayor catástrofe del siglo XX. Como si no hubieran existido el Holocausto, los gulags y las tiranías varias.

Vivimos una crisis tan dramática como la de los misiles de Cuba de 1962. Hay que buscar una salida pronto y evitar una escalada del conflicto que podría tener dimensiones apocalípticas si entra en juego la sola mención de las armas nucleares. Hay que parar las armas y hablar. Hay que facilitar una salida airosa a Putin y salvar al valiente Zelenski.

Publicado en La Vanguardia el 2 de marzo de 2022

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