No hay una regla escrita que limite las emociones. Tampoco en el fútbol, el deporte más globalizado en el que corren jugadores de muchas etnias, culturas y creencias. El fútbol lo tolera y acepta todo excepto aquellas actitudes que hieren gravemente la dignidad de colectivos representados o no en los estadios.
El racismo y la xenofobia son inadmisibles y deben ser penalizados. Que Vinicius Jr. baile al marcar un gol es una manera de mostrar su alegría. Que exhiba su superioridad ante un adversario derrotado es de muy mal gusto. Pero que un pequeño grupo de la afición atlética profiriera gritos racistas antes de entrar en el Metropolitano es inaceptable.
En estos tiempos de insultos gratuitos, anónimos y procaces en las redes sociales es una temeridad provocar polémicas tontas con gestos o palabras hirientes. Los ingleses inventaron deportes para poder expresar sus iras, frustraciones y emociones de diversas maneras.
Los ambientes en el fútbol, el rugby, el tenis, el cricket, el golf y el hockey, todos de procedencia británica, son bien distintos, pensados para desbocar los sentimientos y estados de ánimo diferentes. El deporte conlleva mucha pasión pero también fomenta el civismo, el saber ganar y el aceptar las derrotas, el divertirse y encauzar las rivalidades. Es pedagogía protegiendo la integridad de las competiciones, preservar la transparencia en las comisiones de los fichajes y evitar subterfugios en el rendimiento de cuentas.
Publicado en Mundo Deportivo el 20 de septiembre de 2022