Las potencias y los imperios no se desvanecen de un día para otro. El declive es lento, imperceptible, culturalmente muy rico y el bienestar de las élites dirigentes parece asegurado por las generaciones venideras. La decadencia de la Grecia de Pericles dura dos siglos y su influencia se prolongó en la potencia naciente de Roma. Pasaron por grandes tragedias internas, guerras y luchas fratricidas y, en el caso de Roma, con nueve de los doce últimos emperadores asesinados por rivales, parientes o colaboradores de confianza. Pero el legado cultural, la matriz del pensamiento occidental, nos viene de Atenas, Roma y Jerusalén, y ha perdurado hasta nuestros días.
Los imperios de España y de Inglaterra tuvieron dos siglos de esplendor, de riqueza y de creación artística y cultural hasta empezar un declive lento, crepuscular, agonizante, y se conformaron con ser las metrópolis de potencias y las referencias culturales que fueron durante muchas generaciones.
El dominio fue sustituido por los lazos de la lengua, el derecho y la imitación nunca conseguida de quienes fueron sus dueños. La Gran Guerra de 1914 rompió los equilibrios del siglo XX, que dieron paso a largas etapas de guerras y conflictos, pero también a una transformación radical de las sociedades escarmentadas por quienes aspiraban a crear pueblos puros, el caso del nazismo, o los que pretendían construir el hombre nuevo, como lo planearon Lenin, Stalin y Trotski.
El caso es que el gran vencedor del siglo XX, según el historiador marxista Eric Hobsbawm, fue Estados Unidos, que participó junto con los aliados y Stalin en la derrota de Hitler, y medio siglo después, derrotó sin disparar un solo tiro a la Unión Soviética, que saltó por los aires por no poder alcanzar la capacidad económica, militar e industrial de Estados Unidos.
El día de los atentados a las Torres Gemelas de Nueva York, el 11 de septiembre del 2001, novecientos mil marines estaban embarcados y eran señores de los mares y océanos. La pax americana no era fácil, pero la superioridad militar y estratégica hacía inexpugnable un imperio que no quería conquistar territorios, sino imponer su hegemonía cultural empaquetada en la democracia como el menos malo de los sistemas de gobierno.
Estados Unidos tiene que competir ahora con las nuevas potencias que han aprovechado los grandes avances tecnológicos norteamericanos para plantar cara a la cultura y el relato que ha potenciado la socialización global del conocimiento y ha creado un competidor de primer orden, que es China, y ha despertado a una Rusia humillada que piensa más en términos del pasado que en ser un país moderno y libre. Europa ha rehecho su cohesión interna y ha reparado los puentes atlánticos rotos durante el mandato de Donald Trump.
La batalla cultural se plantea hoy entre democracias y autocracias con la idea de que la eficacia cae del lado del orden y la disciplina. Pero las democracias son tan frágiles y aparentemente tan inestables que sobreviven precisamente porque son más humanas.
La pregunta que flota en el imaginario colectivo occidental es si es mejor seguir en sociedades confrontadas internamente o bien abandonarse en brazos de salvapatrias y populistas que prometen paraísos inexistentes. En este sentido pienso que es muy relevante para la supervivencia del modo de vida occidental que Donald Trump no vuelva a ser presidente americano.
Publicado en La Vanguardia el 5 de abril de 2023
Discrepo de su artículo. Situar a Occidente como el único referente cultural es un etnocentrismo cultural. Sin la contribución de las culturas asiáticas, africanas y orientales no se entiende la humanidad. Olvidar la cultura china, la hindú, la coreana, japonesa, la persa, la egipcia, la sumeria… nis impide comprender la complejidad humana.
No solo el comunismo pretendió crear un «nuevo hombre » también el fascismo y el nazismo. Las religiones monoteístas también han creado un nuevo hombre, incluyendo pueblos elegidos por Dios. Ahora mismo existen modelos de nuevos hombres y mujeres. La biotecnología y la bioengeniería está creando nuevos seres humanos, modificados y salvados gracias a la tecnología o pretendiendo la inmortalidad.
Lo que no ha cambiado es la enorme desigualdad social en el mundo. La mayoría de la humanidad vive esclavizada por una minoría que, en parte, se considera democrática con una acumulación de poder militar y económico que usa para controlar la economía mundial y su estatus mundial. No existe auténtica fraternidad ni humanidad, sólo basta observar como trata Occidente a los inmigrante y la ideología neoliberal que es antidemocrática.
Reconozco que mi comentario ha sido muy vehemente, apresurado. Le pido disculpas al Sr. Foix por si le he ofendido, y también a otros participantes en los comentarios de este blog. Saludos. I Bona Paqua.
He llegit l’article d’avui, i estic totalment d’acord en tot el que dieu vos. Lluis Foix.
Encara que penso que, una meitat de la humanitat creu amb el que diuen el Hitlers de torn, perque aquets especiments, tenen la habilitat de dir lis, allo que aquellas masses humanas, ja volen sentir I ho posen en práctica.
Vegis l’historial de Hitler, ect,, …o recentment Trump. ect.
NO COMMENT.