La guerra de los Seis Días de 1967 significa un antes y un después en la historia del Estado de Israel. Las tropas capitaneadas por Moshe Dayan vencieron a los ejércitos de Egipto, Siria y Jordania y se alteraron las fronteras dibujadas y aprobadas por la ONU en 1948. Golda Meir cuenta en sus memorias que al tercer día de la guerra pudo acudir al muro de las Lamentaciones de Jerusalén, mezclada con los soldados con fusiles a la espalda, y rezar ante la pared del templo salomónico, tras introducir un papelito en una rendija de las piedras en el que escribió la palabra shalom (paz).
Meir era una judía ucraniana que llegó a Palestina en 1921 con las ideas sionistas, laicas y socialdemócratas para construir un Estado, en el que los judíos encontraran la seguridad después de los horrores del Holocausto y las persecuciones seculares en todos los países de Europa. Aquel junio de 1967 los judíos volvieron al muro al que no podían acudir porque la ciudad vieja de Jerusalén pertenecía a los árabes.
Aquella fulgurante victoria militar fue más amarga que dulce y ha sido el origen de los problemas que han conducido a los horrores de la guerra que se libra ahora en Gaza entre tropas israelíes y los terroristas de Hamas, que el 7 de octubre entraron en Israel y perpetraron una matanza de más de 1.400 judíos. El Gobierno Netanyahu ha respondido con bombardeos desproporcionados que afectan a cientos de miles de palestinos que no son todos de Hamas. La previsible invasión terrestre de Gaza será un error militar y la pérdida de la autoridad moral y del relato internacional que se volverá contra el Gobierno Netanyahu.
Hay dos problemas que arrancan de aquella victoriosa guerra de 1967. El primero es que hay dos pueblos que se disputan el mismo territorio con razones histórico-emocionales distintas y el segundo es la desigualdad económica, social y política entre Israel y los palestinos –casi la mitad de la población–. Estos no tienen a un Estado que los cobije y son vigilados por Israel, que construye nuevos asentamientos en Cisjordania.
El conflicto no se resolverá con la violencia indiscriminada que afecta a los más vulnerables de los dos pueblos. Los dos estados, previstos en los acuerdos de Oslo, es la vía política más racional para no vivir en un estado de odio permanente.
Publicado en La Vanguardia el 27 de octubre de 2023
Cain y Abel y Abel y Cain por los siglos de los siglos. Y Dios, donde está ?
Si Israel deixade bombardeija, guanya prestigi mondial, pero si continua els bobardeijos, es guanya el rebuig mondial i posiblements l’odi.
Deixa de bombardeja i simultaneament deixa passa tots els camions necesaris per la ajuda a els inocens essers humans.
A cambi guanyará la guerra contra els revolucionaris asasins, encara que no ho sembli.
Agon existeix fanatisme i sectas molt difícil conviure.
Buenos días,
Quizás el título podría ser: un territorio, dos religiones. Y podríamos preguntarnos ¿Es posible la convivencia de dos culturas religiosas en paz? En Oriente Medio bastantes estados son sociedades «teocráticas» en las que la religión es la base de las leyes sociales y políticas, no son estados laicos y no parece que vayan a cambiar a sociedades más tolerantes.
¿Debería estar la religión restringida al ámbito personal e individual? De hecho es una conversación entre un ser humano y Dios, puede necesitarse ayuda espiritual, pero, no parece que política ni ideológica. Existe mucho fanatismo en el mundo y en aumento, eso no traerá nada bueno.
Saludos