Una de las razones que explican la crisis latente en la política española es que ninguna de las partes implicadas quiere ceder en sus posiciones de salida. En política no suele ganarse por goleada, a veces se empata y con frecuencia se pierde. Es en el tablero de lo negociable donde se avanza para conseguir acuerdos de largo alcance.
Siempre me ha fascinado la veneración de los franceses hacia Napoleón. Siendo muy joven y después de viajar a París en autostop con un compañero de trabajo, el mes de agosto de 1961, en los mismos días en que Nikita Jruschov levantaba el muro de Berlín, llegamos a los Inválidos, donde descansan con todos los honores los restos de Napoleón. Una guía ilustrada que introdujo al grupo de visitantes en el panteón se puso el índice en los labios pidiéndonos silencio y en voz grave solo dijo esto: “Mesdames et messieurs, l’empereur”. Y nada más.
Pensé en aquella buena señora después de ver la película Napoleón de Ridley Scott y comprobar cómo las historias del gran corso se pueden magnificar, degradar o tergiversar. Ya me extrañaba que un director británico pudiera complacer a los franceses en la valoración personal, militar y política de Napoleón, que fue derrotado por el duque de Wellington en Waterloo en 1815. Una película romántica que se centra en la relación sentimental del emperador Bonaparte con Josefina, su esposa y su único amor verdadero. Cualquier aficionado a la historia ha de salir decepcionado de la recreación cinematográfica del personaje.
Contaba el historiador Eric Hobsbawm que Napoleón no contemplaba la derrota y que se quejaba amargamente de que el emperador de Austria podía sobrevivir a cien batallas perdidas, de la misma manera que el rey de Prusia seguía en el trono después de un desastre militar de sus ejércitos con la cesión de la mitad de sus territorios. En cambio, él, el hijo de la Revolución Francesa, entraría en una zona de riesgo si perdía una sola batalla. Cualquier turista que se acerque al Arco de Triunfo de París podrá leer el nombre de las gloriosas hazañas del ejército francés en Austerlitz, Ulm, Zaragoza, Jena y una larga lista de victorias en prácticamente toda Europa. No pasó nada en Bailén, dejó escrito el emperador sobre su gran derrota en tierras hispánicas.
En la expedición de la Grande Armée a Rusia perdieron la vida 600.000 soldados, en su retirada vergonzosa después de haber ganado en Borodino y entrar en Moscú, que ardía en llamas, y con el zar Alejandro I huido junto con su corte y sus generales esperando que el invierno derrotaría a Napoleón, como así ocurrió. Todo lo ambicionó, dominó toda Europa y todo lo perdió en Waterloo, desde donde fue trasladado a la isla de Santa Elena, en medio del Atlántico, donde murió solo con sus pensamientos y custodiado durante seis años por los vencedores británicos.
Dando un salto espectacular en el espacio y en el tiempo se me ocurrió relacionar la desmesurada ambición de Napoleón con los muchos napoleones que campan en la política española y catalana, que pretenden resolver o atemperar el litigio que el procés ha creado y que se intenta resolver desde posiciones maximalistas, pensando que los desencuentros entre Catalunya y España, que se remontan a mucho antes de 1714, van a resolverse con unas cuantas reuniones secretas y casi clandestinas en Suiza, bajo la supervisión de mediadores internacionales, acompañantes o como se les quiera llamar.
Pedro Sánchez está dispuesto a conceder a Carles Puigdemont todo lo que pida, desde la amnistía hasta la promesa de un referéndum pactado sobre el futuro político de Catalunya. Largo me lo fiais. De lo que se trata es de asegurar la vida de una legislatura que hoy por hoy se presenta confusa e incierta. Puigdemont ha suavizado su posición y no pondrá en peligro la legislatura, aunque, si se lo propone desde Waterloo, pueda frenar los presupuestos y cuantas leyes se le pongan por delante.
Un imprevisto resultado electoral ha otorgado a Junts una fuerza imprescindible para influir como nunca en la gobernabilidad de España. El PP y Vox darán la batalla para desgastar a Sánchez con el pretexto del independentismo catalán. Al final, volveremos a perder todos y lo más prudente sería que nos tranquilizáramos un poco, porque ni España se va a romper ni Catalunya se va a independizar, sospecho que ni con la celebración de un referéndum a tumba abierta entre los catalanes.
Publicado en La Vanguardia el 6 de diciembre de 2023
Y para liarla un poquito mas ahora los de podemos (dar la vara) se van al mixto (garibaldi) y dejan a sumar (restando),
Tot plegat es molt fort.
INDEPENDENCIA O ESPANYA NO ES ETERNA
1.- Lluís Foix clou el seu article amb una sentencia contundent. Profetitza: “Ni Espanya es trencarà ni Catalunya s’independitzarà, sospito que ni amb la celebració d’un referèndum a tomba oberta entre els catalans”.
2.- La classe dirigent espanyola (polítics, escriptors…) del segle XIX pensava com els Foixos del segle XXI. Per a ells era metafísicament impossible que els pobles volguessin, ni menys que aconseguissin, ser lliures i sobirans. Però molts pobles es varen independitzar d’aquella Espanya. I mai mes, mai, aquests pobles amb règims polítics diferents han desitjat tornar a dependre d’Espanya fos monàrquica, o republicana, o dictatorial.
3.- Un fet històric, actual, real i objectiu demostra que la llista de pobles independitzats d’Espanya es molt llarga. Entre altres… Argentina, Bolívia, Xile, Colòmbia, Costa Rica, Cuba, Equador, El Salvador, Guatemala, Hondures, Mèxic, Nicaragua, Panamà, Paraguai, Perú, Veneçuela, Puerto Rico, Filipines…
4.- L’Espanya del XIX, com la del XX i XXI, no admetia ni vol la llibertat i la sobirania dels altres pobles. La llibertat i la sobirania, que son la base de la democràcia i la solidaritat, era interpretat per sectors espanyolistes com l’Espanya que es trenca. Oblidaven i amagaven que Espanya no es eterna. Els espanyols del XIX que profetitzaven que la independència dels altres pobles era impossible es varen equivocar. Ara també hi ha espanyols que profetitzen que Catalunya no s’independitzarà. Aquests profetes, que s’oposen a un referèndum d’autodeterminació, tornaran a equivocar-se si no aprenen la lliçó dels esdeveniments dels pobles i dels imperis que han desaparegut al llarg de la història i arreu del planeta terra.
Hi ha molts que confonen els desitjos amb la predicció del futur. Però no son profetes. Serà el que Déu vulgui, potser no el que alguns desitgen. No hi entès mai aquestes afirmacions de: això no passarà. Ni aquestes prediccions de resultats electorals cada vegada més imprevisible. El bipartidisme ja es història.
Efectivament Espanya no existeix. Ni Bailén, ni el 2 de Mayo, ni el timbaler del Bruc, ni la catalana Agustina de Aragón, ni la immortal Girona… res. Però Napoleó va fer el que no va aconseguir ni Carlemany: Catalunya va ser incorporada a l’Imperi, el català declarat llengua oficial…. i al meu poble el dia gran de la festa major canten i ballen LA MARSELLANA, les noies conviden a tothom a menjar coca i el nois paguen els músics i el veure: pastis amb càntirs d’aram. Desprès perquè no hi hagi dubtes acaben ballant tots joves i vells l’esquerrana.