El miedo y la inseguridad vuelven a ser ingredientes activos de la vida política de las sociedades occidentales. Hay miedo de que las guerras se extiendan y nos engullan a todos como ha pasado en los grandes conflictos mundiales. Hay miedo a la violencia, a la pérdida del trabajo, a una crisis económica. Pero el temor más de fondo es el de la velocidad incontrolable de los cambios que nos pueden llevar a perder el control de las circunstancias y rutinas de nuestra vida diaria.
Este miedo generalizado se da también en sociedades democráticas, avanzadas, con altos niveles de protección social y tecnológicamente muy desarrolladas. En este año megaelectoral veremos a nuestras sociedades partidas en escorzo, incapaces de buscar un punto de encuentro que facilite la convivencia entre discrepantes.
En uno de sus lúcidos ensayos, Tony Judt decía que para convencer a los demás de que algo es correcto o erróneo necesitamos un lenguaje de fines, no de medios. No hace falta que creamos que nuestros objetivos tengan posibilidades de alcanzarse. Es necesario también que una clara mayoría crea en ellos.
En el optimismo antropocéntrico de Rodríguez Zapatero encaja la probada audacia de Pedro Sánchez. ¿Ha valido la pena entregar la llave de la gobernabilidad de España a un grupo de siete diputados que proclama en público que no le interesa para nada la política española? Lo podremos comprobar a lo largo de los próximos cuatro años. Si la finalidad es que Catalunya recupere la tranquilidad cívica y política, si recibe los recursos asignados de forma equitativa, si se establece un marco de relaciones no hostiles entre lo que representa Madrid y lo que es Barcelona, habrá merecido la pena.
Pero tal como está planteado, el debate político se centra en un intercambio de favores personales entre Pedro Sánchez y Carles Puigdemont, el primero para asegurarse una legislatura sin grandes sobresaltos y el segundo para ser amnistiado él y todos los que están encausados en el procés. Un gobierno bien vale una amnistía, dirán los optimistas antropocéntricos y los realistas que se atienen a los resultados. Y la derecha de Núñez Feijóo aprovecha la arriesgada operación de Pedro Sánchez para proclamarse garante de las esencias patrias.
El problema es el muro que se ha levantado entre dos concepciones antagónicas de España: la que proclama la tendencia federalizante del Estado de las autonomías y la que pretende una unidad con Madrid como única capital sin respetar ni ponderar la historia, la cultura y los sentimientos de muchos catalanes, vascos y gallegos que tienen muy arraigado el concepto de nación diferenciada en el marco de la nación española que ostenta la titularidad del Estado. La convivencia es posible si se basa en el respeto mutuo. Si hay que hacer un reinicio, que se haga.
Pero no para acentuar las desavenencias, sino con una amplia visión de futuro que se mueva en el ámbito de una Europa que nos proteja de nuestros propios fantasmas. Hemos entregado grandes espacios de soberanías nacionales a Europa a cambio de que nos garantice la libertad de todos los que hemos aceptado unas reglas de juego que no son coercitivas, sino instrumentos necesarios para la seguridad, progreso y solidaridad de todos y para con todos.
Publicado en La Vanguardia el 7 de febcrero de 2024
Espanya és una nació i vol mantenir la seva sobinania. Catalunya és una nació i vol mantenir la seva sobirania. Les relacions entre les nacions espanyola i catalana podrien i haurien de basar-se sobre la democracia, la llibertat, la solidaritat i el respecte a la mutua sobirania
Un reinicio? Pero que me esta contando Sr. Foix. Por favor!
En un clima de miedo e inseguridad segun arranca su articulo y con lo que estoy de acuerdo, no se puede reiniciar nada.
Y con unos personajes como los que tenemos en poltica no se puede ir ni a la esquina.
Y de sociedad democratica avanzada res de res.
Toquem de peus a terra. Hasta la basura actual sirve de abono para un futuro que irremediablemente tiene que ser mejor. Pero no ens atabalem, estamos en un tunel largo, negro, letrinero. La cosa va per llarg.
El problema de fons de l’independentisme català és que vol que a Catalunya se li doni un tracte diferenciat respecte de la resta d’Espanya, i això les demés Comunitats Autònomes (no només això que en diem «Madrid») no ho permetrà mai: qualsevol avantatge que es doni a Catalunya serà reclamada de seguida per les demès Comunitats Autònomes. La millor prova d’això va ser el «café para todos» de l’Adolfo Suàrez.
Sr. Casán, aixó no es cert. Fem «UN CAFÉ IGUAL PARA TODOS» de veritat i a Catalaunya estarem d´acord.
El café para todos de verdad és reconocer las nacionalidades y regiones. Estas diferencias están ya en la Constitución y en el escudo del reino de España. Esto lo han entendido muy bien los extremistas del nacionalismo español, que han quitado el escudo de la bandera. Muchos confunden el café con la malta tostada, como en la postguerra.