Es cuando menos paradójico que la mentira se haya convertido en el centro del debate en este final de campaña de las elecciones gallegas. El Gobierno ha salido en tromba contra Núñez Feijóo acusándole de mentir porque ante un grupo de periodistas dijo que el PP había mantenido contactos con el partido de Puigdemont para hablar de la amnistía. Eran 16 los periodistas a los que se confió esta información off the record, que al cabo de unas horas se transmitía prácticamente entrecomillada por todos los medios.
Hay que recordar que Feijóo pinchó en la última semana de las elecciones del 23 de julio cuando le echaron en cara sus recientes pactos con Vox en las municipales y autonómicas de marzo, asustó a una parte del electorado que huyó hacia partidos de izquierdas y nacionalistas. Ganó las elecciones, pero no pudo formar gobierno y está en la oposición.
La última milla de unas elecciones no inclina el grueso de los votos, pero sí que cambia las intenciones de los que dudan. En la sede de Génova ha causado consternación que la amnistía vaya a ser utilizada para desgastar a Feijóo, que tendría problemas de liderazgo si el domingo el PP de Alfonso Rueda no ganara las elecciones en Galicia por mayoría absoluta.
La versión oficial es que hubo contactos y que trataron sobre la amnistía con los enviados de Puigdemont. Pero el estudio de la propuesta solo duró 24 horas. Una sola frase de una carta abierta de Puigdemont –“se sabrá todo”– desató la tormenta perfecta alrededor de la mentira. La presidenta Díaz Ayuso no negó que se produjeran los contactos, pero señaló que con los independentistas no iría ni a la esquina. En cualquier caso, que se sepa todo y que se conozcan las ofertas y compromisos, si es que los hubo, entre la derecha española y la derecha independentista catalana. Transparencia máxima.
El PSOE de Pedro Sánchez tendría que ser más prudente al acusar a Feijóo de mentiroso. La vicepresidenta primera, María Jesús Montero, decía el lunes que el PP hace política con la mentira sin reparar en que un hilo conductor de Sánchez desde el primer gobierno de coalición se ha basado en mentiras o en promesas incumplidas, como la que manifestó en televisión diciendo que ni él ni el 95% de los españoles dormirían tranquilos si el Podemos de Pablo Iglesias entrara en el gobierno. En una semana sellaron el pacto con un efusivo abrazo que ninguno de los dos quiere recordar.
Al conocerse los resultados del 23 de julio y comprobarse que los siete diputados de Junts eran imprescindibles para la investidura de Sánchez, se olvidaron todas las promesas de que nunca pactaría con los independentistas y Santos Cerdán y Puigdemont empezaron a reunirse para establecer las bases de un acuerdo que consistía básicamente en obtener la investidura a cambio de una ley de Amnistía que todavía no se ha aprobado por incumplir las exigencias del eurodiputado Puigdemont, que hoy por hoy no puede regresar a Catalunya sin presentarse ante la justicia.
Pedro Sánchez navega con un pragmatismo a prueba de contradicciones o de cambios de opinión haciendo de la necesidad virtud. En unas declaraciones del mes de enero se metió en filosofías aristotélicas y dijo que “lo más relevante es saber que en la vida como en la política la verdad es la realidad”.
Vivimos una época, dice el pensador Harry G. Frankfurt, en la cual, por extraño que parezca, muchos individuos bastante cultivados consideran que la verdad no merece ningún respeto especial. No es ninguna novedad que “publicistas y políticos destaquen en la producción de charlatanería, mentiras y cualquier otro tipo de fraudulencia e impostura que se pueda imaginar”.
Puede que Feijóo sea un mentiroso, pero más bien es un pardillo de la política que derrapa en la última curva de una campaña electoral. Sin embargo, a la luz de lo visto le adelanta sobradamente Pedro Sánchez, que a las mentiras las sitúa en la casilla de cambios de opinión.
El Brexit se construyó sobre las mentiras de Boris Johnson y Nigel Farage. Donald Trump desconoce el valor de la verdad y la palabra dada. Putin acaba de decir en una entrevista de un adulador norteamericano que Polonia forzó a Hitler a invadirla en 1939. El mentir es vicio maldito, sentenció Montaigne, y san Juan escribió que el diablo es el padre de la mentira. Nada nuevo bajo el sol.
Publicado en La Vanguardia el 14 de febrero de 2024
Tots uns ignorants.
Molt bon article
NO es lo mismo «mentiras o en promesas incumplidas». Iglesias provocó insomnio, ¿ alguien lo duda?