En la noche electoral gallega los tres candidatos que quedaron por detrás de Alfonso Rueda felicitaron al dirigente del Partido Popular por haber ganado holgadamente las elecciones. Es práctica común en todas las democracias que al terminar el escrutinio, salga el vencedor diciendo que va a gobernar para todos. He cubierto cuatro elecciones norteamericanas –antes de Trump– y el ganador esperaba siempre la llamada del perdedor, para luego salir en televisión diciendo que había recibido la felicitación de su contrincante, lo que equivalía a un certificado de autenticidad presidencial para el conjunto de la opinión pública.
El presidente electo de Galicia, Alfonso Rueda, lo dijo la noche del domingo y lo repitió el lunes al celebrar la victoria en Santiago de Compostela: “Voy a gobernar para todos desde el primer momento”. Son promesas protocolarias que raramente se cumplen, pero que forman parte de los rituales al ser elegido presidente.
El político que conecta con el gran público, como decía el que fue primer ministro de Francia, Édouard Balladur; que las sociedades juzgan mejor los actos que las intenciones y saben distinguir entre las realidades y los discursos, entre la naturalidad y los simulacros, entre la sinceridad y la comedia.
En la campaña electoral de Galicia abundaron los discursos preconcebidos en clave de la política española, sin pensar que los gallegos eran los que iban a votar y lo harían de acuerdo con sus intereses. Cuántos relatos políticos y mediáticos líquidos se corrigieron en la misma noche electoral al ver que el escrutinio iba confirmando la quinta mayoría absoluta para el PP. Equivocarse es tan humano como acertar, pero el riesgo está en construir discursos basados más en lo que uno quisiera que ocurriese, sin dar espacio a los imponderables que suelen estropear las predicciones interesadas y sin fundamento.
Estaría bien que ese estilo de aceptar la derrota y felicitar al adversario ganador se recuperara en la política española. Aunque solo fuera en las formas. Las elecciones del 23 de julio no ofrecieron un claro ganador y Pedro Sánchez tuvo que negociar con quienes no tenía intención de hacerlo para ser investido presidente. Y acudió al eurodiputado Puigdemont haciendo de la necesidad virtud, ofreciéndole cuanto le pidió para ser investido presidente, incluso una ley de amnistía, a cambio de los imprescindibles siete votos de los independentistas de Junts. Fue un temerario gesto político, legal y legítimo, pero no inocuo.
Tras ser investido presidente, Pedro Sánchez no recurrió al protocolario “voy a gobernar para todos”, sino que levantó un muro entre las fuerzas progresistas y de izquierdas y el resto de la mitad aproximada de españoles que estaban al otro lado de la barrera, situándolos en la derecha y en la extrema derecha. No tendió puentes sino que levantó murallas desde una superioridad moral extraída de fuerzas diversas y heterogéneas cuyo nexo común era impedir que el PP pudiera acceder a la Moncloa del brazo de Vox.
El descalabro del PSOE en Galicia puede ser un accidente puntual en una tierra de histórico dominio conservador. Sánchez tiene la energía y la audacia para superar los percances más inesperados. Lo que no está tan claro es si el PSOE será dueño de sus destinos después de las elecciones vascas y europeas. En las catalanas, cuando sean, podría contar, si llega a tiempo, con el amortiguador del PSC de Salvador Illa.
Publicado en La Vanguardia el 21 de febrero de 2024
muros de pedra seca
La verguenza ajena que dio y da la megafiesta del pp por su victoria en Galicia es de sofoco. No son mas tontitos tots plegats porque no entrenan.
Por su parte el presidente del gobierno del reino de españa se ha ido a Marruecos concluyendo que las relaciones con aquel pais son las mejores desde Boabdil o alrededores. Ya no cuela tanta mentira y si el amortiguador como califica el Sr. Foix es Salvador Illa es que la cosa efectivamente esta entre mal y fatal.
El Pacma ha superado en votos a Sumar i tot plegat es una autentica animalada.
Ahora viene la carpeta vasca. Eso si que es «robusto»