La guerra invisible de Putin contra Ucrania tuvo un dramático escenario en La Vila Joiosa cuando un grupo de pistoleros enviados por Moscú asesinaron a un desertor ruso en un garaje de la ciudad alicantina. Así lo han confirmado los servicios del CNI. El Kremlin confirmó la muerte del desertor, al que calificó de “traidor criminal” y un “cadáver moral” ambulante.
La guerra fría de la era digital ha activado los servicios de inteligencia rusos, norteamericanos y europeos. La primera ministra de Estonia ha entrado en una lista de busca y captura. El opositor Navalni murió en una cárcel del círculo polar ártico hace unos días. La actividad de los ciberataques en Estados Unidos y Europa son intrusivas y tóxicas. Putin ha hecho su carrera dentro de las estructuras del viejo KGB en Alemania y su régimen cuenta con el apoyo de la FSB (Servicio Federal de Seguridad), que centraliza toda la información de los rusos y de los servicios de inteligencia desplazados en el exterior.
Boris Yeltsin entregó el poder a los oligarcas, que se hicieron multimillonarios con la privatización de las grandes empresas estatales. Putin los ha sustituido por los jerarcas de los viejos servicios de inteligencia. Rusia no ha abandonado las viejas prácticas de espionaje. Pero Occidente, tampoco. La guerra de Ucrania, según el historiador Orlando Figes, es una guerra innecesaria, nacida de los mitos y las lecturas simplistas que Putin ha hecho de la historia de Rusia. Se demuestra lo peligrosos que pueden ser los mitos cuando los emplean los dictadores para reinventar un pasado a su medida.
Al no poder someter a Ucrania en quince días, ha sembrado los frentes de cientos de miles de muertos rusos y ucranianos. La guerra es destrucción y barbarie. Al final, habrá que alcanzar un acuerdo cuando las víctimas sean insoportables para la conciencia colectiva de los dos bandos enfrentados. El armisticio de la Gran Guerra (1914-1918) se alcanzó después de diez millones de muertos.
Putin teme más al enemigo interior que al extranjero. Sigue la tradición. Stalin mandó asesinar a Ignatz Reiss en Lausana en 1936, a Yevguén Konovalets en Amsterdam en 1938 y Lev Trotski acabó sus días en México en 1940 tras recibir cuatro golpes de piolet del comunista Ramon Mercader. Los principales enemigos de Putin están dentro de Rusia.
Publicado en La Vanguardia el 23 de febrero de 2024