Las dos guerras mundiales pueden considerarse guerras civiles europeas si se tiene en cuenta que se incubaron en Europa enfrentando inicialmente a Alemania contra Francia, el Reino Unido y sus países históricamente más afines. Los ochenta años sin guerra en Europa, con la excepción de las guerras balcánicas de los pasados años noventa, son fruto de un acuerdo entre Francia y Alemania con la bendición de todos los presidentes norteamericanos que, bajo el paraguas de la OTAN, alejaron los fantasmas bélicos europeos durante varias generaciones.
La derrota nazi fue purgada física y moralmente por el pueblo alemán, que quedó dividido en dos estados bajo la protección norteamericana y de la Unión Soviética. Helmut Schmidt resumió la situación en sus años de canciller federal afirmando que “Estados Unidos es el aliado más poderoso pero Francia es el amigo más próximo”. La potencia económica la aportó durante años Alemania y la dirección política europea corría a cargo de Francia. Así lo fijaron De Gaulle y Adenauer desde el tratado del Elíseo de 1963.
Pero las circunstancias cambiaron desde la caída de la URSS y desde que Putin decidió invadir Ucrania hace dos años, abriendo una guerra cultural y política contra una Europa autocomplaciente, con las libertades garantizadas pero sin preparación anímica para hacer frente a un posible ataque de Putin a cualquier país vecino miembro de la OTAN.
Europa defiende la libertad de Ucrania; Finlandia y Suecia han entrado en la OTAN y Estados Unidos ha suministrado hasta ahora la mayor parte de la ayuda militar y económica para defender a los ucranianos. El espectro de la guerra en Europa es contemplado con angustia por Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, y por cualquier dirigente bien informado, especialmente los países que lindan con fronteras rusas. La política de Pedro Sánchez respecto a Ucrania está alineada con los aliados, aunque no compartida por todos sus coaligados de gobierno.
El problema son las distintas estrategias sobre la guerra que han explicitado el presidente Macron y el canciller Scholz. Francia reunió a los jefes de gobierno europeos el 26 de febrero y Macron declaró que una derrota de Rusia “era indispensable para la seguridad y estabilidad en Europa”. Añadió que no descartaba el envío de tropas para combatir al lado de las ucranianas. De paso criticó a aquellos que “solo envían sacos de dormir y cascos”, refiriéndose a los primeros compromisos de la Alemania de Scholz.
Macron no es De Gaulle y no está en condiciones de dictar la estrategia. Pero sobre todo no puede pretender ser el halcón europeo, cuando su aportación en términos reales a la ayuda a Ucrania está muy por debajo de la de Estados Unidos, Alemania y el Reino Unido. Esta improvisación y los cambios de criterio respecto a la guerra de Ucrania han situado a Macron en una situación delicada y han robustecido el discurso bélico de Putin, que aprovecha cualquier grieta en las divisiones europeas para seguir arrojando bombas y sembrando la muerte en Ucrania.
En esta hora de temores a una escalada bélica en Europa, la coordinación política y militar es esencial para detener una confrontación con gravísimas consecuencias para todos. La situación es inquietante y hacen falta políticas, pero sobre todo líderes capaces de responder a los retos de seguridad e inspirar confianza a los europeos. No es la guerra de Francia ni la de Macron, sino la de Europa frente a la amenaza real de Putin.
Publicado en La Vanguardia el 6 de marzo de 2024
Europa necesita un Líder.