En tiempos de cambios acelerados es importante encontrar el nombre de las cosas, el significado de las palabras. Margarita Robles, Ursula von der Leyen, Emmanuel Macron han hablado en días recientes del espectro de la guerra que se cierne sobre Europa, siempre incubadora de los más graves conflictos mundiales. En el Foro Vanguardia del jueves pasado, Luis de Guindos, vicepresidente del BCE, recomendaba que nos preparáramos para invertir más en defensa.
No estamos ante un rearme moral sino ante la posibilidad de que las guerras de Putin contra Ucrania y de Israel contra Hamas deriven en confrontaciones globales. El discurso de Putin después del simulacro de las elecciones del fin de semana es amenazante y belicista. Si Donald Trump ganara las elecciones en noviembre, Europa tendría que defenderse por sí misma. Llegarían recortes sociales y aumentaría la fabricación de armas. España es el séptimo país del mundo que más armas exporta. La guerra está en el ambiente.
Martin Wolf describe en su libro La crisis del capitalismo democrático que tanto la democracia liberal como el sistema de libre mercado están cuestionados por una derecha extrema nacionalista que avanza posiciones en cada elección que se convoca. Portugal es el último ejemplo, precedido por el ascenso de partidos ultras en Finlandia, Italia, Suecia, Países Bajos, Francia, Austria, Alemania, España… Las encuestas señalan esta tendencia en las elecciones europeas de junio.
El éxito de los países democráticos, sostiene Wolf, depende del delicado balance entre lo económico y lo político, entre lo individual y lo colectivo, entre lo nacional y lo global. Este balance se ha roto, básicamente, por una desconfianza creciente entre los electores y las élites políticas que en Europa acampan en los partidos. Una de las consecuencias es la incompatibilidad entre la democracia liberal y la economía de mercado. Han surgido con fuerza los populismos y el autoritarismo disfrazado de elecciones y reglas democráticas.
La Rusia de Putin es una dictadura plebiscitaria como la de Erdogan sobre Turquía y la de Orbán sobre Hungría. Su aparente eficacia y su obsesión por la autoridad y el orden son contagiosas, a pesar de recortar o suprimir las libertades y los derechos.
No estamos peor que ahora hace un siglo con la caída de los imperios tras la Gran Guerra, la hiperinflación, las batallas ideológicas entre demócratas, comunistas y fascistas, la gran depresión de los años treinta, el colapso del patrón oro, la subida de Hitler al poder, los juicios criminales de Stalin, la guerra civil española, la militarización de Japón y, finalmente, la Segunda Guerra Mundial. Churchill y Roosevelt vencieron al nazismo y Stalin también. De aquel panorama tenebroso surgieron dos modelos, uno optó por las democracias liberales y el otro por las llamadas democracias populares. Fue la larga guerra fría que ganaron Estados Unidos y sus aliados occidentales en contra de la antigua URSS.
Es inútil hacer predicciones, pero sí se puede afirmar que vivimos en un periodo de profundos cambios políticos, económicos, sociales y tecnológicos, que tendrán serias repercusiones en la estabilidad global. Una revolución profunda. El alcance de las revoluciones no se nota mientras transcurren, pero sus efectos son muy dolorosos hasta que se entra en el nuevo orden que suele corregir o empeorar los defectos e injusticias del antiguo. Me quedo con aquella máxima china de que hay una gran tormenta bajo el cielo, pero la situación es excelente.
Publicado en La Vanguardia el 20 de marzo de 2024
Gracias Sr. Foix por su artículo. Describe de modo magistral la situación de Europa, sin eufemismo.
La frase referente a la incompatibilidad de la democracia liberal y la economía de mercado resume una crisis de modelo. Algunos economistas opinan que el capitalismo ha entrado en una nueva fase en la que puede prescindir del trabajo humano, sino de modo completo, si como un poder capaz de moderar la acumulación de riqueza y poder sin control en pocas manos.
Los europeos escogen autoritarismo como una solución a sus problemas. No sé si son conscientes de la historia y de que nadie te garantiza el futuro y menos si careces de opciones para limitar un poder que destruirá la capacidad de controlarlo o cambiarlo. Toda decisión tiene consecuencias, esperemos que no se arrepientan de ellas.