Hay mucha letra pequeña y muchas zonas grises en los resultados de las elecciones europeas. Los trazos gruesos son que dos de cada tres eurodiputados proceden de formaciones europeístas y que el peso que ha adquirido la extrema derecha es considerable, pero no ha destruido la centralidad de un proyecto que está permanentemente en construcción. Los conservadores han ganado las elecciones y mantendrán las alianzas con los socialdemócratas, liberales y verdes que formarán el núcleo político que tomará las grandes decisiones.
La cartografía de los resultados muestra matices sorprendentes. El caso de Francia es el más emblemático, pero no el único. El presidente Macron, un hombre que tiene una fuerte adicción al riesgo, salió en caliente para acusar el golpe de su estrepitosa derrota y para responder con prisas al espectacular avance de la extrema derecha de Marine Le Pen. Anunció por sorpresa la disolución de la Asamblea y la convocatoria inmediata de elecciones legislativas. No tuvo en cuenta la máxima de Pascal de que “si se consigue estar sentado en una silla, en silencio y a solas, en una habitación, es que se ha recibido una buena educación”. Le faltó el decoro de esperar a que terminara el escrutinio en toda Europa.
El caso alemán es tan dramático, si cabe, como el de Francia. La extrema derecha (Afd) ha derrotado por separado a los tres partidos de la coalición de gobierno ganando en votos y escaños a los socialdemócratas, liberales y verdes. El partido del canciller Scholz quedó tercero y los liberales y verdes experimentaron un fuerte retroceso.
Los colores del mapa electoral alemán parecen estampados con una mentalidad prusiana. El azul de la CDU domina toda la primitiva república federal; Baviera exhibe el azul más pálido de la CSU y la antigua Alemania del Este está coloreada por el gris de la extrema derecha. La socialdemocracia alemana ha tenido el peor resultado de su larga historia.
Los dos grandes motores de la Unión conviven con dos potentes partidos de extrema derecha. La victoria de Giorgia Meloni en Italia, el tercer país más potente de la Unión, confirma la tendencia ultra, pero tiene sus contrapuntos.
Los políticos usan la brocha gorda para pintar telas delicadas. El universo mediático suele seguirles la corriente. El hecho es que en España ha ganado la derecha, que no la extrema derecha, y que en los Países Bajos la marca ultra de Geert Wilders ha perdido ante los centristas. El partido xenófobo de Bélgica no ha ganado y los “demócratas suecos” de extrema derecha tuvieron resultados muy precarios. Al mismo Orbán le ha crecido una oposición en Hungría que ha obtenido el 30% de los votos. En Polonia, Donald Tusk ha superado a los euroescépticos de Ley y Justicia.
Los partidos independentistas han sufrido retrocesos considerables. En Catalunya, por ejemplo, Junts y Esquerra han tenido 920.000 votos menos que en las europeas de hace cinco años. Actúan en el Parlament como si nada hubiera ocurrido.
Empieza ahora el tiempo de los pactos y las transacciones en una Europa siempre en construcción permanente. Pero el frentismo que las fuerzas de extrema derecha pretendían imponer para cambiar la Unión no se va a producir. La centralidad europea, al margen de los casos particulares, se sostiene para afrontar un futuro lleno de incógnitas. La guerra contra Putin será larga. En noviembre hay elecciones en Estados Unidos, que pueden quebrar todos los algoritmos globales.
Publicado en La Vanguardia el 12 de junio de 2024
Un cop mes Sr. Foix, no estic d´acord amb «la guerra contra Putin será larga».
El cert es «la guerra de Putin será larga».