El periodismo escribe los borradores de la actualidad para que luego vengan los historiadores y nos digan qué ha pasado. Estaba un 23 de febrero en el pequeño despacho de Bouverie Street, una confluencia de la mítica Fleet Street londinense, cuando al caer el día sonaron varios timbrazos en el teletipo con una noticia urgente. Decía con varias admiraciones que “shots have been fired at the Spanish Parliament”. Se acababa de perpetrar un golpe de Estado a la incipiente y frágil democracia española. Aquella noche la pasé en la zozobra de saber qué había ocurrido y cuál sería el desenlace.
Paradójicamente, aquellos disparos del coronel Tejero y la valiente resistencia manteniéndose en pie de Adolfo Suárez y el general Gutiérrez ellado fortalecerían la monarquía parlamentaria y abrirían el camino para que Felipe González ganara holgadamente las elecciones de 1982. Un gobierno antiatlantista dio un giro copernicano y reafirmó su pertenencia a la OTAN con un referéndum ajustado que sería seguido por la entrada en lo que hoy es la Unión Europea en 1986. España ingresaría en todas las instituciones internacionales de las que había estado ausente durante generaciones.
Los años ochenta precipitaron cambios trepidantes. Empezaban con la revolución conservadora con las victorias de Thatcher y Reagan y acabarían con la caída del muro de Berlín y el fin de la guerra fría. Occidente, y muy especialmente Estados Unidos, habían ganado el siglo XX, un periodo castigado por dos guerras mundiales incubadas en Europa, la revolución de octubre de 1917 en Petrogrado, la caída de cuatro imperios y el triunfo del capitalismo liberal. La revolución conservadora de Thatcher y Reagan no fue un fenómeno pasajero sino una tendencia económica que ha perdurado hasta hoy. Aquellas victorias pusieron la semilla de la deriva descaradamente ultraliberal que ha conducido a las divisiones sociales que se experimentan hoy en prácticamente todas las democracias occidentales.
En Catalunya experimenté muy de cerca la implantación del pujolismo, que sería hegemónico hasta final de siglo y ganaría tres elecciones por mayoría absoluta. Aquella década fue también la consolidación en España del socialismo de Felipe González que encontró complicidades en toda Europa y en el mundo. La llegada de la democracia tuvo muchos contratiempos, pero se tradujo en un largo ciclo de libertades, progreso económico y paz social. Fueron los años en los que Barcelona fue designada sede de los Juegos Olímpicos y se convirtió en una gran capital internacional y moderna.
Europa se fortaleció y se amplió hasta convertirse en un gigante económico que empezó a tejer las estructuras que permitirían la introducción del euro y la libertad de movimiento de personas, bienes y capitales por los países que se acogieron al espacio Schengen. Lo que habían presagiado Napoleón, Victor Hugo y Churchill se estaba cumpliendo. Al caer el muro de Berlín también se iniciaba el reencuentro de la civilización de Europa que había quedado dividida por las cicatrices que las guerras habían dejado grabadas en la piel de la tierra.
Fueron años de guerras emocionales (Malvinas) y de conflictos de odio y destrucción (guerra entre Irán e Iraq). Las consecuencias de la revolución de Jomeini de 1979 en Teherán han llegado hasta nuestros días al incitar una división ideológica insuperable que llevaría a los atentados del 11 de septiembre del 2001 y la destrucción de los símbolos más emblemáticos del capitalismo como eran las Torres Gemelas de Nueva York.
Publicado en La Vanguardia el 15 de junio de 2024
El 23 F, resistieron manteniéndose el pie valientemente, el todavía Presidente Adolfo Suarez y el Ministro General Gutiérrez Mellado. Santiago Carrillo se quedó sentado en su escaño, encendió un pitillo y se lo fumó, mientras los 348 diputados restantes, cobardemente arrodillados y escondidos protegiéndose en sus poltronas.
Deberían pasar estas imágenes cada cierto tiempo, para recordarnos de que pie calzaban los políticos que luego nos gobernaron.