Son días de julio frenéticos y dramáticos. Francia tiene una nueva Asamblea Nacional sin una mayoría clara para formar gobierno mientras el presidente Macron le pide al primer ministro dimitido que siga para garantizar la estabilidad del país, posiblemente hasta que pasen los Juegos Olímpicos. En el Reino Unido se ha producido un cambio de gobierno con el laborista Keir Starmer al frente de una mayoría espectacular. Quiere rehacer relaciones con Europa.
Joe Biden presidirá en Washington la reunión del 75.º aniversario de la OTAN intentando probar que goza de plenas facultades a pesar de que desde su propio partido y en la gran prensa demócrata le piden que abandone el empeño de derrotar a Trump. La opinión pública en las democracias occidentales deplora tanto los lapsus y desorientaciones de movilidad de Biden como la posibilidad de que Donald Trump gane las elecciones de noviembre. ¿Es el comienzo del declive de Estados Unidos? No tengan prisas. Los grandes imperios tienen un final lento, culturalmente rico y sin conciencia de que el mundo ha cambiado a su alrededor.
Se han producido movimientos relevantes en este julio. Viktor Orbán ejerce la presidencia rotatoria de la Unión Europea. El cargo es más protocolario que efectivo. Pero mientras digeríamos los resultados de Reino Unido y Francia, a un mes de haberse celebrado las elecciones europeas, Orbán se fue por su cuenta a Kyiv para saludar fríamente al presidente Zelenski, dos días después viajó a Moscú para entrevistarse con Putin y el fin de semana lo pasó en Pekín departiendo con el presidente Xi Jinping. Mientras viajaba a China, varios misiles rusos cayeron sobre Kyiv dañando severamente un hospital en el que se trataba a niños con cáncer. Fue el ataque más duro de Rusia a la capital de Ucrania desde el comienzo de la guerra.
¿Tiene Orbán mandato para proponer la paz en Ucrania? No. Pero ha sido el primer dirigente europeo que visita el Kremlin desde que Putin invadió Ucrania en el 2022.
Orbán ha ganado cuatro elecciones seguidas en Hungría al frente de un partido de extrema derecha que es más partidario de ceder a las condiciones impuestas por Putin, es decir, incorporar a Rusia los territorios conquistados en Ucrania y alejar a Kyiv de la Unión Europea y de la OTAN.
Mientras la Unión Europea echa a andar con la renovación de los cargos más relevantes tras las elecciones, Orbán se planta en Moscú y en Pekín con los criterios del apaciguamiento que reunieron en Munich a Chamberlain, Daladier, Hitler y Mussolini hará pronto un siglo. Esta iniciativa no es compartida por la UE ni tampoco por los socios de la Alianza, que se reúnen en Washington con un anfitrión con capacidades discutidas y con el regocijo del candidato Trump, que es amigo de Putin y quiere desvirtuar la misma OTAN y no se toma en serio a Europa.
No tiene menos importancia la primera visita al exterior que el primer ministro de India, Narendra Modi, ha efectuado al Kremlin después de las elecciones.
Es interesante fijarse en la letra pequeña de lo ocurrido estos días en torno a la amalgama de partidos de extrema derecha en Europa. Vox se ha unido a Marine Le Pen y Salvini para elegir a Viktor Orbán como presidente de Patriotas por Europa, convirtiéndose en la tercera fuerza del Parlamento de Estrasburgo. Europa tiene que aplicar los tratados y sus reglamentos a un Orbán que tiene más complicidades con el Kremlin que con Bruselas.
Publicado en La Vanguardia el 10 de julio de 2024
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