Es un despropósito trasladar las pequeñas o grandes broncas políticas nacionales a las instituciones europeas. La Europa que hemos construido es un paraguas para ahuyentar nuestros fantasmas y nuestras contradicciones. Se ha conseguido una solidaridad cívica, económica y social más allá de las fronteras de los estados.
El agrio debate sobre el nombramiento de los altos cargos de la nueva Comisión ha sido lastimoso, sin altitud de miras, pensando más en clave política nacional que en el proyecto colectivo de promover el progreso, la libertad y la paz social entre todos los pueblos y naciones de un continente que en los últimos siglos ha protagonizado todo tipo de guerras en nombre de todas las ideologías, los intereses contrapuestos y las ansias de dominios territoriales.
Europa tiene que reaccionar y posicionarse ante la presidencia de Donald Trump, poco partidaria de mantener las alianzas de las que tanto Estados Unidos como Europa se han beneficiado los últimos 70 años.
Un analista del diario Le Monde recordaba hace tres días que la profecía del general De Gaulle se va a realizar: “Llegará un día en que Estados Unidos abandonará al Viejo Continente”. Trump no va a romper, pero sí exigirá un cambio en las relaciones comerciales, militares y políticas con Europa que alterará los equilibrios presupuestarios de los estados miembros de la Unión.
Trasladar el fango de la política española al Parlamento Europeo a raíz del nombramiento de Teresa Ribera, al margen de sus méritos y deméritos, me parece un error y una irresponsabilidad. Los nombres de Solana, Borrell, Almunia, Barón, Matutes y Gil Robles, socialistas y populares, desde visiones distintas, han hecho un gran servicio a Europa y a España. Si el vínculo atlántico se rompe o se debilita, Europa no puede resignarse a gestionar sus miserias internas.
No quiero imaginarme una Europa perdida en el laberinto de sus contradicciones. La hora es grande, pero la talla de los políticos europeos es pequeña. El mayor peligro no es Trump, Putin o Xi Jinping, sino la fragilidad provocada por las divisiones internas.
Publicado en La Vanguardia el 14 de noviembre de 2024
La polarización extrema y la pérdida de cohesión social pueden ser una amenaza más insidiosa que cualquier figura política concreta, ya que cuando una sociedad pierde la capacidad de dialogar y encontrar puntos en común, se vuelve fácil de fragmentar y manipular desde dentro o desde fuera.
Lo que sorprende (bueno, yo ya no me sorprendo de nada) es el escaso coste electoral que generan esos comportamientos impresentables.
Cierto que precisamente los miembros del Partido Popular se caracterizan por unas formas i maneras vergonzantes. Pero eso no llega a sus votantes como algo negativo. Se dijo que en respuesta a porqué votaba a Isabel Diaz un ciudadano madrileño dijo: «Porque es chula, maleducada e ignorante. Como yo»
Pues eso.
No solo veo veo a una gran parte de sociedad española maleducada e ignorante; también sucia y mal vestida.
Y lo peor, presume de comportarse así.
Está bien visto
Saludos
Vaya espectaculo que estan dando las españas cainitas y zafias en esta Europa despistada y artritica que necesita unidad, empuje, esperanza e ilusion.
El espectaculo es lamentable y para seguir temblando ya que esta jauria es la que nos gobierna.
No anem be.
Tornen al de sempre.
Confondre l´adversari amb l´enemic.
Siento vergüenza ajena, de la clase política emperrada en seguir escampando mentiras, con el fango que no quisieron ver en su casa.