Memphis, Tennessee
Baja tranquilo y caudaloso el Mississippi a su paso por Memphis. Este río tan largo, el más largo de América, no entiende de crisis, de elecciones, de republicanos o demócratas. Mark Twain le sugiere a Tom Sawyer que pregunte qué les pasa a las naciones grandes cuando se equivocan. La respuesta es nada. El río atraviesa diez estados hasta entregar sus aguas a muchos kilómetros al sur de Nueva Orleáns.
Se ha enfrentado con huracanes, ha transportado inundaciones, ha ido creando el gran delta de Louisiana que es abatido por las tormentas del Golfo de México con trágicas consecuencias.
El Mississippi es para Estados Unidos lo que el Danubio es para Europa. Es un río que transporta mucha historia y se baña en culturas distintas. Sirve a blancos y a negros, a los hispanos y a los anglos. Es un río literario que ha hablado a muchas generaciones con novelas y poemas. Lo he sobrevolado más de media hora antes de tomar tierra en Memphis, ciudad sudista y patria de tantas cosas.
Memphis cuenta con más de 700.000 habitantes. El 61 por ciento son negros y el 34 por ciento blancos. La euforia sobre lo que creen va a ser una victoria de Obama se observa en tantos semblantes afroamericanos. En todo el país, el 90 por ciento de negros que acudan a las urnas votarán a Obama.
Pero el estado, Tennessee, que tiene este extraño formato de pastilla de chocolate, los datos son bien distintos. El 80 por ciento son blancos y el 17 por ciento negros. Obama lo tiene difícil en este estado sudista que se resistió a aceptar la abolición de la esclavitud y también a asumir la ley de Derechos Civiles de Johnson en 1965.
Los últimos presidentes demócratas que han conseguido los 11 electores de Tennessee han sido Bill Clinton, Jimmy Carter y Lyndon Johnson. Es un feudo republicano que no dudará en dar su apoyo a McCain. Incluso los más rotundos conservadores aceptan la inconveniencia de que un negro sea presidente. Parece que es inevitable.
Pero lo que piensan en Memphis tiene una relevancia relativa. Lo que empieza a observarse sutilmente en todo el país son esos nervios de los jugadores y de los provocadores mediáticos antes de un partido del siglo. Las encuestas tienen siempre el riesgo de cometer graves errores. Pero su orientación suele ser ajustada a la realidad.
Al margen de los sondeos y de la agitación televisiva y radiofónica, Obama tiene una gran ventaja sobre McCain. Dispone de muchos más millones de dólares que su contrincante porque no se acogió a la ayuda oficial, cuantiosa, que habría recibido del erario público y confió exclusivamente en los donativos privados. Se ha dicho hasta ahora que las ayudas al Partido Demócrata procedían de cientos de miles de donantes modestos que contribuían a través de Internet. Es cierto. Pero acaba de revelarse que grandes empresas también han acudido a financiar a Obama.
Pero Obama tiene más ventajas. Habla muy bien, ha construido un relato para tiempos de crisis y cuenta con la simpatía de los grandes medios de comunicación escritos, las televisiones y el ala más liberal de su partido que aquí se les conoce como radicales pero que en Europa serían tibios socialdemócratas.
El apoyo de Collin Powell, un militar de gran prestigio y ex secretario de Estado con Bush, cuenta también a su favor. Los desastres de la guerra de Iraq y la crisis financiera en Wall Street no pueden serle achacados. Esto también juega a su favor. Y, más importante todavía, parece que el viento sopla a favor de un cambio que no es sólo de partido en la Casa Blanca sino de tendencias políticas y sociales.
Pero no es prudente echar las campanas al vuelo. Han hablado los partidos, los periódicos se han posicionado, los debates son interminables y agotadores. La palabra la tienen los electores. Es interesante recordar que diez días antes de las elecciones de 2004, el demócrata John Kerry aventajaba cómodamente a George Bush. En las elecciones de 1980, Jimmy Carter aventajaba a Ronald Reagan de ocho puntos.
Las contundentes ventajas demoscópicas han sembrado una cierta inquietud en el campo demócrata. Los cambios de preferencias en las encuestas son demasiado bruscos. El terreno es movedizo. Se pasa de tener una diferencia de doce puntos a sólo dos puntos.
McCain hace esfuerzos titánicos para neutralizar la euforia demócrata. No sé valorar qué aporta la gobernadora Sarah Pallin, una mujer conservadora sin matices, que habla por todas las televisiones y es escrutada hasta sus notas de gasto por la prensa.
Joe el fontanero no desaparece de la campaña. Es el icono que los republicanos se han inventado para acusar a Obama que subirá los impuestos, que tiene unas ideas socialistas y todas las simplezas que salen de la boca de esta candidata venida del frío de Alaska.
Los fontaneros, esa profesión tan digna y tan imprescindible, suelen tener protagonismo en la política americana. Eran fontaneros los que entraron de noche en la sede del Partido Demócrata en el edificio Watergate de Washington. Y ha sido Joe el fontanero el que ha sido utilizado por los republicanos para meterlo en campaña al hacerle la célebre pregunta sobre los impuestos a Obama en una calle de Toledo, Ohio.
Sr.Foix: Las grandes empresas que están tras Obama forman parte del juego de la política, a estos niveles resulta imposible carecer de condicionantes para aspirar a una presidencia en los Estados Unidos; cómo devolverá Obama esas ayudas es la incógnita que mantengo.
No sé que efecto pueda haber tenido en el americano medio, pero a mí me pareció un argumento contundente la siguiente de reflexión de Powell respecto de la elección Sarah Palin por parte de McCain:
"No creo que esté preparada para ser presidenta; que la escogiera me hizo cuestionar el juicio de McCain".