Chicago, Illinois
Chicago envía regularmente presidentes a la Casa Blanca. No hace falta que hayan nacido en Illinois pero suelen pasar por la criba de esta gran ciudad en la que en estos días otoñales empieza a soplar el viento gélido de los lagos. Ronald Reagan nació en Tampico, Illinois y
Eisenhower ganó la Convención republicana en esta ciudad en 1952.
Desde 1856, la mayoría de presidentes, desde Abraham Lincoln a Eisenhower pasando por los dos Roosevelt, Ulises S. Grant y Grover Cleveland, fueron investidos en esta ciudad. Lo que no estaba escrito en el guión es que Barack Obama, senador por Illinois desde 2004, residente muchos años en Chicago, tuviera posibilidades para convertirse en presidente de Estados Unidos dentro de diez días.
Las encuestas le son favorables pero los americanos no han dicho todavía la última palabra. Paseando en la tarde del sábado por la frenética Michigan Avenue, empequeñecido por los colosales rascacielos que rasgan las nubes, me he detenido un buen rato delante del edificio de piedra del Chicago Tribune, al lado del río, pensando en la más irreparable pifia periodística que recuerdan los tiempos, perpetrada hace ahora 60 años.
Semanas antes de las elecciones de 1948, la prensa y los columnistas políticos se fiaron de las encuestas Gallup que predecían la victoria de Thomas Dewey sobre el presidente Truman. El sucesor de F.D. Roosevelt prescindió de la prensa y recorrió el país en tren en una campaña de proximidad combatiendo la idea de que era un “ordinary man”. Su respuesta fue definitiva: “What’s wrong being an ordinary man”. Y ganó.
Chicago es una ciudad que el resto del mundo le interesa poco. El propietario del Chicago Tribune era el coronel Robert McCormick que obtuvo la graduación militar en la Gran Guerra europea ded 1914. Era un hombre inmensamente rico que inventó la máquina segadora que permitió a las grandes llanuras del Medio Oeste convertirse en un océano de trigales.
McCormick quería dominar el periodismo de la misma manera que controlaba el precio de los cereales del mercado de Chicago que todavía hoy fija los precios del trigo, la cebada y el maíz en todo el mundo. El Chicago Tribune tituló su primera edición, a toda página, con un “Dewey defeats Truman”.
Al día siguiente se comió el titular y se disculpó. Pero lo que no contó el Chicago Tribune fue que una orden tajante del propietario prevaleció sobre la prudencia profesional de los periodistas imponiendo un deseo como un hecho cierto.
Grandezas y miserias de este oficio que vienen de muy lejos y que nos llevan a veces a convertir los deseos en realidad. Después de 40 años de profesión, siempre bajo el paraguas y el impulso de La Vanguardia, me han enseñado a valorar la modestia como una de las grandes cualidades de un periodista que no es precisamente la de hacer que pasen cosas sino simplemente contar las que pasan. Y, a veces, ni siquiera esto sabemos hacer.
Nada semejante ha ocurrido más en la noche electoral norteamericana. Aquel gran deseo no contrastado por las urnas vacunó a todas las generaciones de periódicos americanos. Esta cautela se observa hoy en las televisiones y las radios. También en los periódicos que van publicando encuestas dando la victoria a Obama pero dejando una rendija de esperanza a McCain.
Queda poco más de una semana para poder ofrecer el gran título que resonará en todo el mundo en directo, como si se eligiera al alcalde del ayuntamiento de la más provinciana de las ciudades europeas.
Lo que ni siquiera los ciudadanos de Chicago consiguen explicarse es cómo un joven de 47 años, nacido en Honolulu, educado en Harvard y dedicado a la política en los últimos años, un senador por Illinois que lleva sólo un mandato en el Capitolio, con un nombre poco familiar para los americanos y para el mundo, con una exótica trayectoria, por ende mulato, pueda convertirse en el próximo presidente de Estados Unidos.
Si alguien hubiera escrito hace diez años una novela de ficción con el relato de la vida de Barack Obama, ningún editor la habría ni siquiera considerado. Ahora será un hecho histórico, cuando menos, por haber conseguido situarse a las puertas de la Casa Blanca la semana antes de las elecciones.
La historia más bonita es que la mezcla de razas en Estados Unidos ha llegado a tal punto de madurez que no hay que extrañarse de que un abogado que trabajó en el barrio de Chicago, el Bronzeville, que tiene la reputación de ser el lugar del mundo donde viven más negros por metro cuadrado, mulato él, puede convertirse en el personaje más poderoso e influyente del mundo.
Para llegar hasta aquí ha tenido que superar todas las barreras que parecían infranqueables. Pronunció un célebre discurso en la Convención Demócrata de 2004, fue elegido senador aquel mismo año, se postuló inteligentemente para ser candidato, eliminó políticamente por el camino a la gran favorita, Hillary Clinton, que ahora es la más incuestionable defensora de la candidatura de Obama lanzándose a ganar votos en los feudos hispánicos de todo el país donde la ex primera dama goza de una gran simpatía.
Algo tiene este hombre que Collin Powell, el ex secretario de Estado y militar de prestigio en tiempos de los Bush, haya pedido el voto para el candidato demócrata. O que el que fue portavoz de la Casa Blanca con Bush, Scout McClellan, haya tomado la misma decisión.
No debe preocuparse por los 21 electores que Illinois enviará al Colegio Electoral para elegir presidente el 4 de noviembre. El tema es si la confianza que Chicago y del estado de Illinois van a otorgar a Obama se repite en la mayoría de los estados del país.
Espero que se haya provisto de un buen sombrero, Sr. Foix. En esta época del año un rato junto al río, frente al Chicago Tribune (curioso rascacielos, con sus contrafuertes) puede ser suficiente para pillar un buen resfriado. Si me admite una sugerencia, súbase al bar del penúltimo piso del Hancock y tómese una cerveza admirando la ciudad de noche, a vista de pájaro. Me impresionó ver desde sus ventanales como llegaban los aviones que se disponían a aterrizar en el aeropuerto de O'Hare. Acostumbrado al avión por minuto del Prat, verlos venir de cuatro en cuatro con los faros encendidos, como si de una invasión aérea se tratara, es realmente impactante.
Sr.Foix: El color de las fachadas se puede cambiar, a estas alturas del siglo XXI resultaría triste fijarse en el color del inquilino, de todas formas intuyo una distancia más corta de la que señalan las encuestas, venir de atrás siempre ha sido una buena estrategia electoral, no es bueno decir "Blat" sin estár "bé lligat i al sac".
Perdón, quería decir que Estados Unidos es un país con virtudes tan grandes como sus defectos.
Estados Unidos es un país
Creo que Obama es lo menos malo que puede pasar tal como están las cosas. No creo que pueda arreglar muchos de los problemas, las inercias son muy fuertes y posiblemente estemos viviendo años de cambio o ajuste como pocos en los últimos siglos.
Anónimo, tengo entendido que se llama White House por una curiosidad tan tonta como es que es el pueblo de Virginia donde George Washington conoció a su mujer. Y lo más curioso es que la construcción de la actual White House es posterior a Washington, que no llegó a ocuparla.
Unos años después la quemaron los ingleses durante la guerra y la pintaron entera de blanco para tapar los destrozos. Y así quedó.
Lluís, la Casa Blanca se llama blanca por algo.